miércoles, 30 de enero de 2013


Biodiésel: muchos fierros, poca política

Después de las grandes inversiones, las pymes y las exportadoras sobreviven al cambio de reglas de 2012.
En algo más de 5 años, y de la nada, la Argentina pasó a ser el primer exportador de biodiésel de soja del mundo, controlando más de la mitad del flujo internacional de este biocombustible que sirve para mezclar con el gasoil. Lo logró porque ya era, de lejos, el primer exportador mundial de aceite de soja, el insumo base, y gracias a las plantas de molienda y los puertos levantados sobre el Paraná desde la segunda mitad de los noventa, que consolidaron el mayor complejo exportador sojero del mundo.
Nacida durante el mandato de Néstor Kirchner y bajo el ala del ministro de Planificación, Julio De Vido, la industria del biodiésel tomó dos vertientes. Una, la del mercado externo, encarada en principio por las grandes exportadoras, que fueron montando enormes plantas del biocombustible en sus puertos para agregar valor a su aceite de soja y diversificar mercados.
Un interés potenciado en 2010 cuando China, el gran comprador de aceite de soja argentino, suspendió sus compras como represalia por las trabas a sus productos.
La otra clase de empresas de biodiésel vino de la mano de la ley de biocombustibles 26.093/06, que dispuso crear un mercado local abastecido por pymes y firmas regionales mediante cupos.
Esa norma obligó a cortar los combustibles fósiles con biocombustibles, primero al 5% para luego crecer al 10% (actualmente, se corta con un promedio de 7%).
Pero 2012 fue caótico y hoy, aunque se aquietaron las aguas, ni chicas ni grandes están conformes.
Tras la reestatización de YPF, idas y venidas golpearon el negocio del biodiésel, acompañando, dicen, internas de poder entre ministros heredados y elegidos.
 La soja es el insumo clave para la industria del biodiésel. Foto: Archivo Si al inicio del régimen de biocombustibles las petroleras protestaban por el alto precio que debían pagar por el biodiésel local sin que se les hiciera mayor caso, el año pasado, cuando el Gobierno tuvo que hacerse cargo de los costos de la mayor de ellas, las cosas cambiaron. Con el viceministro de Economía, Axel Kicillof, llegó un recorte de 15% en el precio del biodiésel para el mercado interno y un aumento de las retenciones a su exportación, que las llevó del 14,2% al 24,2% efectivas. Casi dos pájaros de un tiro.
Luego vinieron las enmiendas. Las retenciones fijas se cambiaron por un sistema variable, bastante complejo, que comenzó en 19,1% y se actualiza quincenalmente. En cuanto al precio en el mercado local, luego de la amenaza de cierre de varias de las plantas chicas y medianas, se establecieron tres rangos de precio, inversamente proporcionales a la capacidad de producción de la empresa vendedora.
Así, en la segunda quincena de noviembre las más chicas (hasta 20.000 toneladas anuales) recibían $ 5333,29, las más grandes (de 100.000 a 480.000 toneladas) $ 4565,34 y las medianas, $ 5182,53.
La alegría les duró poco a las chicas. A la siguiente quincena, la Secretaría de Energía recortó entre 2 y 3% los precios y, peor aún, desde entonces no los publicó más.
“En noviembre nos dieron más o menos lo que habíamos pedido, pero desde hace casi un mes y medio, aunque entregamos los informes que nos requieren sobre los márgenes del negocio el 15 de cada mes, estamos vendiendo sin precio, mientras los costos del aceite están subiendo y tenemos que comprar”, explicó Carlos Paredes, presidente de la Cámara de Empresas Pyme de Energía y Biocombustibles (Cepeb). “Estamos al filo, y las empresas más lejanas están perdiendo dinero”, aseguró.

Exportaciones complicadas

Si bien las plantas grandes exportadoras reciben un precio 18% inferior, la eficiencia que les da la escala y la tecnología les permite mantener la rentabilidad.
A esta decena de plantas más que el precio propio les molesta la diferencia y no poder acceder a un mayor cupo del mercado local. Producen en conjunto más de 3 millones de toneladas anuales de biodiésel, pero no pueden destinar al mercado local más que un 10% de ese volumen, es decir, el hueco que todavía dejan las chicas.
Por otro lado, las exportaciones están muy complicadas. A la baja del precio del aceite de palma, que es la principal competencia del aceite de soja, la crisis económica en la Unión Europea (UE) y los problemas con España (ver aparte) se agrega una denuncia por dumping del European Biodiesel Board (EBB) contra la Argentina e Indonesia, que les permite a los importadores utilizar el argumento del riesgo y bajar los precios.
Esto en un contexto en que cada vez más los países europeos adoptan la exigencia de un certificado de sustentabilidad que exige que la soja con que se elabora el biodiésel haya sido producida sin dañar el ambiente.
De modo que 2013 tampoco superaría al año anterior. Para Fernando Peláez, presidente de la Cámara Argentina de Biocombustibles (Carbio), que nuclea a las empresas grandes, “este año va a haber una primera mitad mala y una segunda que puede mejorar, pero no va a ser mejor que 2012″.
¿Cambiarían las cosas con una próxima cosecha importante? La campaña pasada, sequía mediante, se produjeron unos 40 millones de toneladas de soja y las aceiteras trabajaron con una capacidad ociosa del 35%.
Los pronósticos de soja no bajan de 52 millones de toneladas. Habrá como mínimo un 25% más de granos, que forzarán la producción de aceite con la consiguiente baja en los precios, ya que la Argentina es formadora de los mismos.
“Una baja en el precio del aceite seguramente va a ser beneficiosa porque volverá más competitivo al biodiésel de soja”, opinó Peláez.
En tanto, empresas chicas y grandes están haciendo lobby para acelerar medidas en el mercado interno. Entre ellas, llevar los autos a un corte de 10% (B10), a la maquinaria agrícola y el transporte público a B20, y utilizar biodiésel en ciertas centrales térmicas sin turbinas.

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