lunes, 10 de julio de 2017

El quitosano, del mar directo al campo : la vacuna natural para los cultivos


•Un emprendedor argentino desarrolló un inductor de las defensas de las plantas que se obtiene de la cáscara de los crustáceos. Su uso en Centroamérica garantiza resultados que intentan plasmar en los cultivos intensivos y extensivos de nuestro país. Sanidad, rinde y sustentabilidad.
“Qué pasaría si los agrónomos y los productores empezáramos a pensar en la sustentabilidad?. ¿Si le devolviéramos a la tierra todo lo que nos da?. ¿Si pensáramos en un futuro más saludable para nuestros hijos?”. Hasta allí, la afirmación parece no escapar a los nuevos paradigmas productivos o a la más estricta corrección política. Pero si le agregamos una metodología agronómica que garantiza de un 5 a un 15 por ciento más de rinde comprobado en cultivos intensivos y extensivos implementando un producto de origen 100 % natural y sin agroquímicos, la cosa empieza a tomar otro color. “Es verdad que somos una empresa, de eso no hay duda; pero nuestra pasión y nuestro motor es dejar ese grano de arena para que el futuro de nuestro planeta sea sustentable”, dice Gustavo Rapp, responsable del emprendimiento. Para este inquieto inventor y químico, hay que erradicar la idea que los productos naturales no son tan efectivos como los agroquímicos de diseño. “De a poco todos nos daremos cuenta que esto es una necesidad, no sólo una elección”. Es más, el hombre asegura que de hecho, muchos de los productos que se usan hoy en día son los responsables de las resistencias cada vez mayores que los patógenos presentan a los distintos agroquímicos. “Por eso asumimos la misión de generar conciencia”, agrega.
Llegar al campo
El encuentro de Gustavo Rapp con la agricultura no fue planificado, sino el fruto causal de su incansable búsqueda y de su inquietud por soluciones a los problemas cotidianos. La empresa familiar, en la que desarrolló junto a su hermano Fernando una línea de pinturas con pigmentos naturales que -más allá del éxito de haber podido venderle llave en mano a los chinos- terminó sucumbiendo ante la realidad económica del país.
Ante ese panorama, se propuso investigar más a fondo el mundo vegetal. “Hoy trato de hacer entender que son las propias plantas, las que bajo ciertas circunstancias, pueden defenderse mejor del ataque de la mayoría de los patógenos”, asegura convencido.
Así, en el 2008 nació Raisan, investigando el uso del quitosano como inductor de defensas en los cultivos agrícolas. “Yo soy químico y toda la vida estuve dedicado a la investigación de procesos químicos e industriales, y luego me aboqué al desarrollo de este producto. A medida que fui avanzando en las investigaciones, cada vez más se abría el abanico posibilidades y los temas en los cuales avanzar”, recuerda.
El Raisan es un producto a base de quitosano (el segundo polímero más abundante en la naturaleza), que se extrae de la quitina, la que a su vez se obtiene de la cáscara de los crustáceos (camarones, centollas y cangrejos). Es un producto natural, no contaminante, no tóxico y certificado para la agricultura orgánica. “Se trata de un inductor de defensa de las plantas. De una manera tan efectiva que las plantas mejoran su metabolismo”, explica.
¿Cómo funciona?
Tradicionalmente, en la naturaleza se han seleccionado las plantas que mejor se han defendido frente a plagas y enfermedades, a través de la expresión de los genes de resistencia y tolerancia. Según explica, si la planta sufre condiciones de stress, muchas veces su sistema inmunitario no es suficiente para defenderse, y necesitan un aporte extra que potencie sus sistemas de defensa. “Y frente a un ataque de plagas, el hombre reacciona con un uso excesivo de agroquímicos. Y lo mismo hacemos frente al stress hídrico y térmico. Sin embargo, existe una vacuna natural”, asegura. Se trata de este inductor de defensas, que se difunde a través de la cutícula favorecido por la polaridad y tensión del quitosano. “Luego lo hace vía apoplástica (contacto con elicitores); vía simplástica (transporte activo en función del tamaño de molécula), y finalmente a través de los estomas”, explica. Y agrega que el producto se trasloca tanto en sentido “acrópeto como basipeto a través del xilema y oema y es un excelente carrier para aquellos nutrientes con escasa movilidad en la planta”. Según Rapp, la frecuencia de aplicación ideal es cada 20 a 30 días. “La acción residual está dada por el modo de acción del quitosano, que es la inducción de la resistencia sistémica adquirida, un mecanismo que es “aprendido” por la planta y accionado en toda situación de stress.
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En Santa Fe, Gustavo y Fernando Rapp con productores frutilleros de Arroyo Leyes.
Mejorar para crecer
Entusiasmado con los primeros resultados, Rapp centró toda su investigación en mejorar ese polímero en sus dos propiedades fundamentales, que son el largo de cadena y el grado de satelización, sobre todo para que el producto sea más eficiente a nivel biológico. “Al principio, cuando uno se mete en una investigación tiene que ser muy crítico de su propio trabajo. Y los resultados eran muy buenos, pero yo seguía buscando repeticiones para asegurarme”, rememora.
Inicialmente, el desarrollo fue orientado al uso en cultivos intensivos (vides, hortalizas, frutales, etc.) y en semillas a nivel extensivo. Allí descubrieron que era aplicable a todo tipo de cultivos y que los incrementos en calidad de fruto y en kilos de cosecha, eran también notables. Rapp insiste en que todo reside en la inducción de defensas, que es la resistencia sistémica adquirida y a través de ese “disparo”, que provoca dos caminos distintos. Por un lado le simula un ataque a la planta y ésta genera barreras físicas y químicas (sustancias naturales propias de la planta que refuerzan su sistema inmunológico), y las barreras físicas que llevan a que la planta incremente la cutícula y las vellosidades de la hoja. “Como consecuencia de esto tenés una resistencia mayor a los hongos y a los insectos, a los que les resulta más difícil atacar a la planta”, asegura.
La importancia de una buena inoculación
Por otro lado, dado el potencial que veían en el uso de este producto en cultivos extensivos, al mismo tiempo, Rapp comenzó a hacer ensayos y trabajos con INTA y muchos productores privados en cultivos tan dispersos como soja, maíz, trigo, cebada, arándanos, mandarinas, duraznos, banana, tomate, maní, melones y hasta naranjas. “En ese momento, el producto funcionaba bien, los resultados eran muy buenos, pero había un problema en la funcionalidad de la aplicación. El producto era bárbaro pero aplicarlo era un problema, ya que dada la cantidad de producto que hacía falta para tratar 100 kilos de semilla (dos litros de producto), cuando el productor hacía el tratamiento de recubrimiento en la forma tradicional, a la salida del chimango, el producto salía mojado y se pegoteaba todo”, recuerda.
Este fue el gran problema a resolver: conseguir una formulación que pueda ser biológicamente activa y que pueda utilizarse en mucho menos cantidad. Luego de muchísimos ensayos, en el año 2014 llegó a un producto mejorado. “De este producto solo hacen falta 0.5 lts. para tratar 100 kilos de semilla, y como resultado, la semilla tratada sale seca luego del tratamiento. Para esto fue necesario modificar el polímero, lo que también mejoró la eficiencia biológica”, explica. Y asegura que este producto posee una mayor penetración en la cutícula de la semilla y el resultado neto en kilos de cosecha, comparado con lo que era el primer desarrollo, es superior.
Según el especialista, es un avance inédito ya que no es un inoculante, ni tampoco un fertilizante, ni un curasemilla. “Es un producto que es complementario a todos ellos. Además vas a incrementar el rinde de tu cultivo entre un 5 y un 15 %”, sostiene.
De escollos y metas
Pero pese a las bondades que prometía el producto, Argentina no paraba de ponerle piedras en el camino. “A fines del 2015, dado el rumbo que llevaba el país, y lo difícil que era hacer algo y progresar con un producto con semejante potencial, me fui a Costa Rica a ensayar el producto para su uso contra la roya del cafeto”, recuerda . Y propuso su trabajo al Centro de Investigaciones del Instituto del Café (CICAFE) de aquel país, que es el principal referente de este cultivo en Centroamérica. Dado lo bueno del resultado, el Instituto le pidió por nota al Ministerio de Agricultura que declarara al producto de “interés nacional”, para que facilitaran la inscripción y su implementación en el país centroamericano. “Allá no sólo me facilitaron todo, sino que supieron apreciar rápidamente el potencial de un producto natural. Para hacerla más corta, lo que no conseguí en Argentina en 8 años, en Costa Rica explotó en 2. Tanto es así que hoy tenemos al producto certificado y representado en 8 países y estamos en proceso de inscripción en Estados Unidos”, dispara con una mezcla de emoción e impotencia.
Rapp manifiesta que por un lado todo esto es “súper satisfactorio”, pero por otro da “muchísima bronca y pena”, que en tu propio país no sepan apreciar un producto que puede marcar un cambio en la agricultura tradicional. “Justamente en estos días se realizó en Guatemala un Congreso que organizó nuestro representante, sólo para disertar sobre el producto y ver sus aplicaciones a campo con todos los ingenieros agrónomos de Centroamérica. Nos juntamos con 15 ingenieros sólo para capacitarlos”.
Hoy, ante las imposiciones de una agricultura sustentable y más productiva, los Rapp se ilusionan. Saben que el camino es largo, pero también son concientes de la importancia de haber amalgamado la visión de una empresa con una meta loable. A la hora de la necesaria disrupción en la agricultura, ellos plantean un camino que promete. Para aquellos dispuestos a abrir la cabeza e intentarlo, está todo dado para arrancar.
La importancia de la visión
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“Me fui a Costa Rica porque el proceso político anterior me pegó duro, desalentó fuertemente a muchos, a productores e industriales, pero una de las mejores cosas que hicieron fue desalentarnos. En Centroamérica avanzamos mucho en los cultivos intensivos, allá en menos de un año terminamos todas las inscripciones legales del producto, con costos manejables. En Argentina la inscripción de un producto se incrementó a $ 60.000 para disuadir a tipos como yo a inscribir este tipo de productos. Esto es lamentable porque tira para atrás la agricultura”, se lamenta. Finalmente, insiste con su objetivo primigéneo: “queremos cambiar la mentalidad del agricultor de a poco para empezar a ver que la planta es capaz de defenderse sola. Pero sabemos que los productores no lo aceptan fácilmente por el marketing inmenso que tienen encima”. El producto -claramente- es novedoso; y su patente está en curso hace un año en INPI, y mientras esto ocurre plantean una estrategia expansiva. “Queremos tratar de dar a conocerlo a productores referentes, el problema es que cuesta mucho cambiar la agricultura, hay muchos productores que no saben cómo tratar una semilla. Otros -los más grandes y eficientes- lo saben, pero hay mucha diferencia entre el de avanzada y el último productor de todos, pero en el medio hay ingenieros agrónomos y técnicos, pero queremos que este desarrollo llegue a la gente que más lo necesita”, sostienen los Rapp. Para Fernando, hermano menor de Gustavo y responsable del área comercial, el productor todavía trabaja con una mentalidad muy tradicional, y no ve al campo como una industria productiva, “y la empresa agropecuaria, cuanto más sustentable pueda ser, mejor. Nosotros tenemos con qué dar el primer paso”, le propone a Campolitoral, con una sonrisa en el rostro.

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