viernes, 28 de febrero de 2014

El carro delante del caballo


El momento tan temido llegó. Hoy el Gobierno se ve obligado a borrar con el codo lo que escribió con la mano.
Lástima que perdió tanto tiempo. Ahora se corre el riesgo que, aunque vayan finalmente en la dirección correcta igual no se llegue a tiempo. Además, del daño hecho que era perfectamente evitable.
 
No iban a devaluar, y devaluaron.
No iban a reconocer a Repsol por el tema YPF y, finalmente lo van a hacer con creces.
No iban a reabrir las negociaciones con los fondos acreedores y debieron hacerlo.
 
Así todo, y así va a seguir, solo porque es inapelable. No hay opciones.
Sin embargo, y a pesar de los sucesivos fracasos dentro de la misma Administración Kirchner, algunos funcionarios siguen resistiendo las correcciones, agudizando así los problemas.
 
De hecho, una de las tantas complicaciones sensiblemente agravada en los últimos meses es la brutal caída del superávit comercial, hecho bastante previsible si se considera el fuerte incremento que vienen sufriendo las importaciones de energía, simultáneamente con la caída de las ventas al exterior.
Y, si bien ambos temas son de trascendencia en términos económicos, este último es el único que se podría modificar en el corto plazo.
Es que la baja registrada en las exportaciones no se debe a la caída de los precios internacionales, que en muchos casos siguen bastante sostenidos y, en otros, sorprendentemente mantienen la tendencia alcista (por ejemplo el vino, carne, etc.).
 
Tampoco responde a una caída en la producción global ya que si bien algunos rubros se desplomaron (trigo, frutas, etc.), el grueso de los transables, que son agropecuarios, se mantiene. Están estancados.
 
Así, la baja en el ingreso de divisas se debe, directamente, a las restricciones que impone el propio Gobierno vía disminución en el otorgamiento de los permisos de exportación, el atraso en el tipo de cambio (que no terminó de corregirse con la devaluación), y la cada vez menor competitividad argentina provocada por los continuos aumentos en los costos internos de producción, falta de energía, altísimos fletes, etc.
 
En varios casos, los impedimentos oficiales se asentaron en el más que discutible concepto de “defender la mesa de los argentinos”, algo que hoy, a la luz de los resultados de más de 10 años de las mismas políticas, no hace falta explicar que fue un rotundo fracaso.
Pero, como dice la Ley de Murphy: “si algo puede empeorar… ¡empeora!”. Hay riesgos ciertos de agravamiento si las correcciones se siguen dilatando.
 
Es fácil. Todos los productos cuya producción supera la demanda interna necesitan sacar esos excedentes, y si no se liberan las exportaciones los saldos se vuelcan en el mercado doméstico y destrozan los precios (además, no hay ingreso de divisas). Y esto provoca cierres y quiebras de empresas a lo largo de toda la cadena de producción, lo que a su vez, deja sin trabajo a cantidades crecientes de personas que deben ser contenidas/subsidiadas.
 
El círculo vicioso es continuo.
Hoy el gobierno devaluó, hay inflación y es imprescindible entonces que los salarios se ubiquen un escalón por debajo para no espiralizar los aumentos.
A su vez, la falta de fondos obligará a cortar subsidios de distintos servicios (luz, gas, etc.).
 
Este conjunto es fuertemente recesivo y no tiene casi remedio en el cortísimo plazo, pero eso significa también que el consumo doméstico va a caer más y, si bien los alimentos en general son los menos elásticos a los recortes, igual se prevé que se agranden los saldos exportables por el achicamiento de la demanda interna.
 
Es decir que la falta de exportaciones va a pesar más aún en los próximos meses, y los daños socioeconómicos, en ese caso, serán incalculables.
Es imprescindible la flexibilización ya de las exportaciones. Más aún, deberían contar con algún programa especial de simplificación de gestiones, de mejora urgente de la liquidez de las empresas (devolver IVA, reintegros, etc., en tiempo y forma), y toda una serie de herramientas que el Gobierno puede tomar casi automáticamente, siempre y cuando esté la decisión política de hacerlo.
Y es justamente eso lo que hoy no aparece. Está en jaque la cadena de la vid, la láctea, la pesca, la del trigo y harinas, la de la carne…
 
Siguen los cierres, la disminución de horas extra, la suspensión de todo tipo de inversiones, mientras, el equipo económico, y hasta el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, siguen pidiendo propuestas y haciendo tiempo, como si fueran ganando el partido en lugar de perderlo escandalosamente.
Otra vez el carro delante del caballo. Son las empresas las que tienen que “ofrecer” como si del otro lado no hubiera siquiera ideas.
¿Quién debe hacer la “política”? ¿Los privados o el Gobierno? Y, después de toda una década, ¿todavía no aprendieron qué hacer o, mejor dicho, qué es lo que no hay que hacer?

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