jueves, 5 de septiembre de 2013

Salven a las abejas

Promediaba la década del ’90 y Marta sentía que su suerte había cambiado rotundamente. Para mal. Atravesaba un divorcio luego de casi 20 años de matrimonio, y meses después además, perdía a su padre, quien también era su socio. De él había heredado su oficio: la apicultura. Para este entonces, Marta Matone llevaba una vida entera entre colmenas. Su camino había comenzado a los 17 años cuando se recibió de perito apicultora para luego especializarse en la crianza de reinas. Su ex marido se dedicaba a lo mismo, por lo que la soledad era más evidente trabajando entre colmenas. Y de pronto, un mal día, sus abejas también se fueron. 

El verano del ’96 había comenzado como cualquier otro en el Delta: con muchas flores, mucho sol y la vida silvestre en su apogeo. Sus abejas volaban buscando polen, llevando a cabo sus tareas usuales y circulando por esa suerte de autopistas invisibles que las conducían ida y vuelta a sus colmenas. Pero antes de promediar la estación, algo comenzó a fallar. Todas salían. Pero muy pocas volvían. Un buen día Marta reparó que sólo les quedaban cuatro de los doscientos panales, el resto, estaba vacío, desierto, abandonado. "Sentí una terrible desesperación, desconcierto y tristeza, mezclado con culpa. Ellas estaban a mi cargo y yo no entendía que estaba haciendo mal", recuerda con angustia. Lo que siguió fue una suerte de vía crucis personal. 

Con nada para hacer excepto mirar las colmenas vacías, Marta se dedicó a juntar los cadáveres de las abejas. "Los tomaba en cualquier estado: muertas en el piso, ahogadas, congeladas, en larva…Necesitaba saber qué pasaba, entender qué fallaba y para eso era necesario mandar al laboratorio muchas muestras", resume amargada. Durante tres años se vio obligada a realizar esa rutina ya que, aun cuando la situación mejoraba, el número de colmenas no llegaba a reponerse y muchas volvían a morir. "No podía hacer otra cosa, ellas no volvían, no vivían nada", explica. Mientras la autoinculpación hacía un número en su cabeza, Marta fue persistente y continúo la investigación.

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