sábado, 7 de septiembre de 2013

Campo: tiempo de descuento II

Sin duda, el agravamiento de las condiciones climáticas locales, con la profundización de la seca, a la que se suman las temperaturas extremas para la época, alternándose entre el calor casi veraniego y el frío invernal (en el que tampoco se descarta alguna helada tardía), empeora el desasosiego creciente de los hombres de campo, y que determina que se enfrente una de las campañas agrícolas menos expectante de los últimos años.

Tanto es así, que hasta se teme que caiga el área total de siembra, producto tanto de la seca que está impidiendo comenzar las labores para los granos gruesos (maíz, girasol, sorgo, soja), como por la abrupta caída de la rentabilidad que sigue agudizándose.
Esto ya se registró en el trigo de invierno (ahora jaqueado también por el clima), y además ya se descarta en el maíz.
Y si se agrega también, el “tiempo de espera” en el que generalmente caen los empresarios en las etapas pre eleccionarias (hasta que el panorama político se aclara tras los comicios), todo pasa a constituir un cóctel complejo que pocos parecen haber percibido en su real alcance.
Por supuesto, que el oportunismo político de turno determina que varios candidatos ya se hayan dejado ver en reuniones de productores, y en las múltiples exposiciones rurales que a esta altura, se suceden en casi todo el país con discursos muy “acordes” a los reclamos de los hombres de campo.
Y, si entre los itinerantes prácticamente no hay ninguno del oficialismo, más exactamente del Frente para la Victoria, es, en realidad, porque no se animan a hacerlo después de los años de divergencia y hasta de fuertes enfrentamientos del Gobierno con el campo.
De todos modos, salvo seguramente alguna excepción (aún no identificada), el resto hasta el momento viene mostrando tan poco conocimiento del sector y creatividad para diseñar medidas como los propios funcionarios del Gobierno Nacional.
Obviamente, de propuestas ¡ni hablar!
 Solo discursos de opinión, tratando de captar el malhumor de los agropecuarios, criticando al oficialismo, pero nada que de una mínima idea de lo que harían de asumir las máximas responsabilidades de conducción o, al menos, cómo corregirían lo más urgente que enfrenta el campo.
Y desde ese punto de vista, teniendo en cuenta el efecto multiplicador económico que tiene la agroindustria, y su peso casi excluyente a la hora de las exportaciones, sorprende que ni las autoridades actuales (que deberían hacerlo, aunque sea, en defensa propia), ni la oposición, y casi tampoco la propia dirigencia sectorial, estén haciendo propuestas concretas sobre posibilidades reales de aplicación.
Dicho de otra forma, el país necesita dólares desesperadamente, entre otras cosas, porque debido a sus malas políticas previas pasó de ser exportador de energía, a ser importador neto por una cifra que puede rondar los 14/15.000 millones anuales, además de una serie de productos que se deben comprar en el exterior porque no se pueden hacer localmente.
Pero el grueso de las divisas necesarias para afrontar dichas compras proviene de las exportaciones agroindustriales y de la pesca.
Sin embargo, los empresarios están desanimados, desconfían del gobierno, están descapitalizados, enfrentan costos en alza y el endeudamiento es creciente. Por lo tanto, la producción no solo no va a crecer, sino que va a caer(trigo, maíz, carne, leche, etc.).
Igual está pasando con buena parte de las exportaciones afectadas, además, por la falta de competitividad que les impone el nivel del dólar oficial.
Resulta, entonces, absolutamente obvia la necesidad de adoptar decisiones políticas y económicas que tiendan a revertir la tendencia al achicamiento de uno de los principales sectores de la economía local, lo que pasa por el inmediato alivio de los sectores que se encuentran en situación extrema, y a partir de allí medidas graduales de complejidad creciente.
Desde las amortizaciones inmediatas de los bienes de capital, a la eliminación de las restricciones cuantitativas a las exportaciones del campo (cupos, cuotas, permisos, etc.), el listado es amplísimo.
Por ejemplo, y dado que el campo tiene créditos de IVA estructurales, se podría permitir que estos pasaran como pago a cuenta de los aportes patronales, aliviando así las cargas del personal “en blanco”. A su vez, los excedentes deberían ser de libre disponibilidad para su aplicación en una gama más amplia de gravámenes.
¿Qué sentido tiene, a su vez, el mantenimiento de retenciones a productos que cada vez se exportan menos, o que ya directamente casi no se venden, caso carne vacuna o trigo, o cantidad de productos de las economías regionales?
Como el 100% de 0 (cero) es 0 (cero), la lógica indica la conveniencia de la remoción inmediata de este retrógrado impuesto (muy objetado, además, internacionalmente), que no tendría casi costo para el Gobierno (pues si no se exporta, tampoco se recauda) y constituiría una muy buena señal e incentivo para los productores, a partir de la mejora efectiva del tipo de cambio.
En el caso de rubros mayores, como la soja, entre otros, se podría plantear el pasaje gradual de estas mismas retenciones, ahora ya como pago a cuenta de Ganancias, con el adicional positivo del “efecto blanqueo” que tendría sobre la recaudación de este último.
También la devolución inmediata de reintegros, reembolsos, etc., que registran atrasos promedio de 8 meses, pero que en algunos casos ya suman un par de años, contribuirían a devolver alguna liquidez.
Por supuesto que se podría seguir como muchos otros ajustes y propuestas pero, es más que probable que con un paquete de esta naturaleza, y a pesar de la escasa/nula credibilidad que los empresarios del sector tienen en el gobierno,se lograría dar una señal lo suficientemente fuerte en el sentido correcto, como para frenar la caída productiva que se está produciendo, y hasta para revertir tímidamente la tendencia.

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