¡Los pollos de Mazzorín viven!
Tal vez, como un nuevo episodio de la saga “Volver al futuro”, la mezcla de rumores, amenazas oficiales y versiones de los últimos días sobre medidas para –intentar– controlar la inflación, remiten irremediablemente a la odisea de 1986 (costosísima, por cierto), de los legendarios pollos que terminaron adoptando el apellido del funcionario que fue la [...]
Tal vez, como un nuevo episodio de la saga “Volver al futuro”, la mezcla de rumores, amenazas oficiales y versiones de los últimos días sobre medidas para –intentar– controlar la inflación, remiten irremediablemente a la odisea de 1986 (costosísima, por cierto), de los legendarios pollos que terminaron adoptando el apellido del funcionario que fue la cara visible de la decisión: el Secretario de Comercio de entonces, Ricardo Mazzorín.Aunque, como sucede muchas veces, no fue este el hombre que realmente adoptó la medida.
Es que igual que ahora, la suba en los precios jaqueaba al Gobierno de Raúl Alfonsín, cuyo plan económico (el Austral) hacia agua.
Como también ocurría habitualmente hasta no hace mucho, el bache estacional de oferta de carne vacuna se producía en la entrada del invierno: junio, y como la cantidad de pollos que se producían entonces era mucho menor que ahora, la suba en los precios de los vacunos por baja oferta impulsaba, irremediablemente, también a la carne aviar.
Tanto entonces como ahora, siempre hay algún “genio” cerca que tiene la solución mágica a cualquier problema (siempre que sea con plata ajena; preferentemente del Estado). Así surgió la idea de hacer una importación de una partida de pollos, que en algunos países se conseguían algo más baratos (además se los iba a subsidiar, para lo cual se firmó un decreto), para “quebrar”, entonces, la tendencia alcista que traían las carnes, y neutralizar el momento crítico que vivía la economía.
Los técnicos trabajaron lo más rápidamente posible y aconsejaron la compra de unas 2.000 toneladas, operación que haría la Junta Nacional de Granos, habilitada por ley para estas operaciones de comercio exterior. Pero, como se sabe, los inicios son de una forma y, generalmente, los finales de otra muy distinta. Así, las 2.000 toneladas se transformaron en 38.000, y lo que era una operación inmediata y rápida terminó demorando meses. Tanto así que cuando finalmente llegaron los pollos (de Venezuela, Brasil y Hungría), los precios internos ya se habían calmado bastante.Peor aún, aunque los orígenes eran distintos, cuando los consumidores locales rechazaron desde el principio la mercadería ya que sospechaban que los pollos podían estar irradiados por las pruebas y otros acontecimientos nucleares que ocurrían en aquel momento en Europa central.
De esta manera, el Gobierno que ya había salido a contratar cámaras frigoríficas privadas, y que había pagado la mercadería y los subsidios, comenzó a darse cuenta que lo único que había logrado era una gran pila de pollos que no podía colocar, a la vez que se seguían sumando los costos de mantenimiento del stock.
El resto es bastante conocido. Una parte de los pollos finalmente se vendió, otro tanto se pudrió en las cámaras y una tercera parte fue a formar parte del relleno del Cinturón Ecológico, mientras florecían los juicios por la falta de pago del frío, y que terminó de cerrarse muchos años después que el doctor Alfonsín dejara el cargo.
El recuerdo no es casual.
En este gobierno ya existe el antecedente de las papas en 2007, cuando se conformó un registro de importadores capaz de traer el producto de Canadá (con ayuda del Gobierno), y así abaratar su precio interno.
Mazzorín ya no estaba, pero a los efectos, parece que su sucesor en el tiempo, Guillermo Moreno, es bastante similar.Ahora, después de las distintas intervenciones, de los controles, de los “congelamientos” de hecho, etc., etc., la amenaza surgió por el precio de los lácteos y nuevamente la bandera que se enarboló fue la de la importación. Claro que algunas cosas cambiaron desde entonces: ya no existe la Junta Nacional de Granos para hacer este tipo de operaciones, tampoco el Estado tiene la infraestructura mínima para manipular productos, y mucho menos alimentos perecederos y, por sobre todas las cosas, este gobierno que ahora hace malabares para conseguir un dólar, sería muy contradictorio que lo gastara en traer comida del exterior.
Sin embargo, como todas las experiencias parecen ser pocas a la hora de aprender, no se debería descartar totalmente algún intento trasnochado de esta naturaleza, aunque los resultados resultarían tan desastrosos –y costosos– como los que lograba hace casi 27 años atrás el mismísimo Alfonsín, de la mano de Mazzorín.
Es que igual que ahora, la suba en los precios jaqueaba al Gobierno de Raúl Alfonsín, cuyo plan económico (el Austral) hacia agua.
Como también ocurría habitualmente hasta no hace mucho, el bache estacional de oferta de carne vacuna se producía en la entrada del invierno: junio, y como la cantidad de pollos que se producían entonces era mucho menor que ahora, la suba en los precios de los vacunos por baja oferta impulsaba, irremediablemente, también a la carne aviar.
Tanto entonces como ahora, siempre hay algún “genio” cerca que tiene la solución mágica a cualquier problema (siempre que sea con plata ajena; preferentemente del Estado). Así surgió la idea de hacer una importación de una partida de pollos, que en algunos países se conseguían algo más baratos (además se los iba a subsidiar, para lo cual se firmó un decreto), para “quebrar”, entonces, la tendencia alcista que traían las carnes, y neutralizar el momento crítico que vivía la economía.
Los técnicos trabajaron lo más rápidamente posible y aconsejaron la compra de unas 2.000 toneladas, operación que haría la Junta Nacional de Granos, habilitada por ley para estas operaciones de comercio exterior. Pero, como se sabe, los inicios son de una forma y, generalmente, los finales de otra muy distinta. Así, las 2.000 toneladas se transformaron en 38.000, y lo que era una operación inmediata y rápida terminó demorando meses. Tanto así que cuando finalmente llegaron los pollos (de Venezuela, Brasil y Hungría), los precios internos ya se habían calmado bastante.Peor aún, aunque los orígenes eran distintos, cuando los consumidores locales rechazaron desde el principio la mercadería ya que sospechaban que los pollos podían estar irradiados por las pruebas y otros acontecimientos nucleares que ocurrían en aquel momento en Europa central.
De esta manera, el Gobierno que ya había salido a contratar cámaras frigoríficas privadas, y que había pagado la mercadería y los subsidios, comenzó a darse cuenta que lo único que había logrado era una gran pila de pollos que no podía colocar, a la vez que se seguían sumando los costos de mantenimiento del stock.
El resto es bastante conocido. Una parte de los pollos finalmente se vendió, otro tanto se pudrió en las cámaras y una tercera parte fue a formar parte del relleno del Cinturón Ecológico, mientras florecían los juicios por la falta de pago del frío, y que terminó de cerrarse muchos años después que el doctor Alfonsín dejara el cargo.
El recuerdo no es casual.
En este gobierno ya existe el antecedente de las papas en 2007, cuando se conformó un registro de importadores capaz de traer el producto de Canadá (con ayuda del Gobierno), y así abaratar su precio interno.
Mazzorín ya no estaba, pero a los efectos, parece que su sucesor en el tiempo, Guillermo Moreno, es bastante similar.Ahora, después de las distintas intervenciones, de los controles, de los “congelamientos” de hecho, etc., etc., la amenaza surgió por el precio de los lácteos y nuevamente la bandera que se enarboló fue la de la importación. Claro que algunas cosas cambiaron desde entonces: ya no existe la Junta Nacional de Granos para hacer este tipo de operaciones, tampoco el Estado tiene la infraestructura mínima para manipular productos, y mucho menos alimentos perecederos y, por sobre todas las cosas, este gobierno que ahora hace malabares para conseguir un dólar, sería muy contradictorio que lo gastara en traer comida del exterior.
Sin embargo, como todas las experiencias parecen ser pocas a la hora de aprender, no se debería descartar totalmente algún intento trasnochado de esta naturaleza, aunque los resultados resultarían tan desastrosos –y costosos– como los que lograba hace casi 27 años atrás el mismísimo Alfonsín, de la mano de Mazzorín.
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