Para 2050, unas 17 millones de personas en Latinoamérica podrían verse obligadas a iniciar migraciones internas en sus países por los efectos del cambio climático y su cóctel de escasez de agua, alteraciones en la productividad agrícola y crecida del nivel de los mares.
La cifra alcanzará los 150 millones si se le suma los 40 millones que se verán afectados en el Sudeste Asiático y otros 86 millones en África subsahariana, según un nuevo informe del Banco Mundial, que también plantea que el impacto del fenómeno podría atenuarse en gran parte si se toman medidas para frenar el calentamiento global. En ese caso, solo unos 40 millones de personas se verían forzadas a comenzar el largo adiós de sus tierras.
Para profundizar en el panorama que se avecina, ámbito.com dialogó con una de las autoras del informe, la argentina Susana Adamo, licenciada en Geografía en la UBA y magíster en Estudios de Población, quien se desempeña en el Earth Institute de la Universidad de Columbia (EEUU). “Si no se toma en serio el acuerdo de París con su compromiso de limitar las emisiones contaminantes y el ascenso de la temperatura, vamos al peor escenario”, advirtió.
Los especialistas analizaron tres futuros hipotéticos relacionando cambio climático y desarrollo, que van desde las proyecciones más “pesimistas” (altos niveles de emisiones de gases de efecto invernadero y desarrollo desigual) hasta escenarios “inocuos” para el clima (bajas emisiones y desarrollo más inclusivo). “Este es uno de los aspectos más importantes del reporte: señala que es vital el control de emisiones pero también es necesario prestar atención al desarrollo, porque no puede alcanzarse uno sin el otro”, destacó.
Cómo las migraciones afectarán a cada país dependerá del grado de urbanización, la diversidad de su economía y su dependencia de las actividades primarias. En el caso de las naciones apoyadas en la tarea de pequeños productores, las alteraciones de la producción agrícola afectarían a comunidades enteras, mientras que en otras el efecto será menos pronunciado.
“En Argentina tendría efectos distintos. Quizás en sitios como la Pampa Húmeda no provocará migraciones pero sí en otros lugares, como Misiones, donde hay muchos pequeños productores agrícolas. Como los modelos proyectan un impacto en la productividad de esas tierras, estimamos que una parte de la población dejará ese lugar. Y en Argentina, en general, cuando la gente abandona el área rural va hacia ciudades intermedias o grandes”, resumió.
Los modelos científicos pronostican que los períodos de sequías e inundaciones, como los que atravesaron distintas provincias en los últimos meses, se acentúen en nuestro país con el correr de las décadas.
Otra preocupación es la incierta respuesta de las zonas costeras a la futura crecida de los océanos. Adamo se preguntó: “¿Qué pasará con el aumento del nivel del mar, que no se percibe pero se está produciendo? ¿Cómo se combinará eso con el dato de que no hay médanos en la costa de Buenos Aires? Son cuestiones a largo plazo, pero se sabe que en algún momento algo va a pasar”.
Las sequías, una de las grandes preocupaciones para nuestro país en 2018.
•Fuente de conflictos
La marcha de muchedumbres humanas desde el campo a las ciudades podría generar un aumento de los conflictos, como resultado de una dinámica peligrosa: mayor demanda sobre recursos más escasos. Para evitar esa tensión sería necesario identificar los principales “puntos críticos” de inmigración y emigración, para luego planificar medidas que permitan reforzar, por ejemplo, los servicios de salud esenciales.
Adamo señaló otro puñado de factores a tener en cuenta:
-Fomentar la participación de todos los actores involucrados en las discusiones.
-Invertir en datos y análisis para mejorar la comprensión de las tendencias y trayectorias de las migraciones internas.
-Idear un plan de acción a nivel local, porque más de allá de que los fenómenos climáticos son globales sus impactos terminan siendo muy específicos.
-Brindar información compartida, libre y accesible, con acceso inmediato de todos los niveles.
“Las migraciones internas son una consecuencia más lenta del cambio climático, pero hay que tenerla en cuenta, visibilizarla, porque la gente suele migrar en situaciones muy desfavorables y vulnerables”, apuntó.
Desde el punto de vista de la investigadora argentina, “aunque hay otros problemas más urgentes, en Latinoamérica existe conciencia sobre los riesgos del cambio climático, el problema es que en muchos países hay a la vez una gran disociación con las políticas de medio ambiente. Falta sintonía entre los actores institucionales, que funcionan como compartimentos estancos. El tema de las migraciones debería estar en los planes nacionales para que se discuta más”.
Ese debate será decisivo. “Aún estamos a tiempo de incluir el tema en la planificación de las políticas para impulsar la economía verde, las energías renovables y activar las alertas tempranas. Estos factores serán más determinantes incluso que la infraestructura, porque aunque las obras son muy importantes, con el huracán Katrina en Nueva Orleans fallaron las defensas y se inundó toda la ciudad”, recordó. Ese desastre desplazó a millones de personas. En 2010, cinco años después de su paso, muchos habitantes no habían regresado de los estados vecinos y la población de la ciudad se había reducido más de 25%.
La conclusión del informe que proyecta una sombra más amenazante sobre el futuro es que “los impactos podrían incrementarse después de 2050”. En 2017, según las estimaciones de Naciones Unidas, unas 124 millones de personas atravesaron una crisis alimentaria por la sequía persistente y la intensificación de los conflictos (contra 108 millones de 2016 y 80 millones de 2015). Si nada cambia, serán los nuevos integrantes de la legión de los sin tierra del cambio climático.
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