domingo, 26 de agosto de 2012

Pulverizadoras y su falencias de las metodologías de aplicación



En una reciente demostración a campo se desnudaron las principales falencias de las metodologías de aplicación. Si bien se han dado pasos importantes, para una agricultura sustentable, todavía hay mucho por mejorar.
La pulverización es una práctica de precisión. Se usan máquinas precisas, ya sean de arrastre, autopropulsadas o incluso el avión. “El tema es que para hacer precisión hay que medir lo que se hace, se necesitan tarjetas hidrosensibles para saber si la gota es uniforme o no, saber cuánto mide y ver si las aplicaciones que se están haciendo son las adecuadas para lo que se está necesitando”, aclara Esteban Frola, el docente a cargo del Módulo Pulverizaciones de Admite Agrícola, que terminó una semana atrás en Venado Tuerto. Sin embargo, “nadie mide nada”, acota.
Para Frola, se trata de una paradoja. “Fijate que la sembradora sí se regula, se mide profundidad de siembra, distribución, el fertilizante que vaya abajo y al costado. Pero en pulverizaciones, por lo general, al aplicador le dan los agroquímicos, le exigen un determinado volumen y que el tipo se arregle. Nadie mide condiciones ambientales ni “tarjetea”, destaca el docente del evento realizado en el sur provincial. Uno de los temas concluyentes del mismo, consensuó la importancia de una tecnología sencilla, eficaz y económica: las tarjetas hidrosensibles. Son la herramienta esencial para medir y realizar una correcta aplicación de fitosanitarios. Tienen más de 40 años en el mercado y sin embargo no se usan de manera generalizada. Para el especialista, se trata de un tema clave que continúa siendo una materia pendiente.
Medición constante
“El gran desconocimiento en esta práctica se debe especialmente a la falta de seguimiento de la tarea, aunque ése sea el punto clave en las aplicaciones. Uno tiene que medir viento, velocidad, humedad relativa y temperatura. El viento es velocidad y dirección. A través del uso de tarjetas hidrosensibles ves qué es lo que hace la máquina y la tarjeta muestra hasta dónde llegás con el producto”, explica Frola.
Las tarjetas existen hace más de 40 años, y no se usan. El problema de las aplicaciones es a nivel mundial, no sólo de Argentina. “No se le termina de dar la verdadera dimensión a una buena aplicación, por eso es importantísimo la capacitación de la gente. Además, en la Facultad tampoco enseñan esto”, aportó el asesor especialista en pulverización para comentar que la novedad presentada a los usuarios que participaron de un software que permite analizar las tarjetas, que se pasan por un scanner y brindan abundante cantidad de datos. Ese programa está desarrollado hace más de 10 años en la Argentina.
La experiencia a campo
Como en los demás temas, en pulverización también se conjugan la teoría y la práctica. En Admite Agrícola, los asistentes pudieron experimentar a campo aplicaciones terrestres y aéreas. En este último caso, con un avión AT 502, equipado con aspersores rotativos. “Fuimos al lote, hicimos las tarjetas hidrosensibles y una aplicación con 8 litros de caldo total. Hicimos una aplicación con gotas de 140 micrones aproximadamente. El viento era del norte, a una velocidad de 15 km, una humedad relativa de 45% y una temperatura de 24, 25 grados”, detalló Frola.
Para algunos cultivos, el avión es esencial. En Venado Tuerto, el objetivo fue ofrecer la posibilidad de analizar ambos tipos de aplicaciones. “Es interesante que los maquinistas vean el avión, para que relacionen una cosa con la otra, porque la gente piensa que son dos aplicaciones distintas, y que con el terrestre hay que tirar mucho agua, pero no es así. A campo vimos que para una buena aplicación terrestre y una aérea la técnica en realidad es bastante parecida. Lo mismo que hace un avión con 8 a10 litros, con una máquina lo hago con 30 a 40 litros. Entonces, lo que propongo no es trabajar con 100 o 150 litros”, detalló el técnico a cargo del entrenamiento para quien la recomendación es: aéreo con 10 litros de agua y 140 micrones más uso de antievaporante; terrestre, gotas un poco más grandes, 200 micrones y 35 a 40 litros de agua.
Docencia y extensión
Para el Ing. Agr. Rubén Massaro, coordinador de proyecto regional agrícola y extensionista en protección vegetal del INTA, el tema es todavía más profundo. “La palabra eficacia en las aplicaciones está siendo mal utilizada. No se tiene la verdadera idea de lo que significa”, dispara.
Según explicó, la eficacia implica controles químicos de malezas, de hongos y de insectos; y eso está claramente definido. “Un tratamiento es eficaz cuando el plaguicida hizo bajar la población en un porcentaje tal que no causará daño económico. Por ejemplo, una chinche u oruga con una mortandad superior al 80 %, donde la población de insectos no benéficos queda por debajo del umbral: Eso es la eficacia”, aclara.
Y agrega; “la eficiencia es un concepto más amplio, que incluye a la eficacia, porque es el buen resultado de algo buscado. Contempla también lo económico y la practicidad del método: algo exitoso suele ser eficiente. En los plaguicidas, para controlar la plaga y cuidar el rendimiento, el producto no debe causar impactos colaterales, ya que también tienen correlatos económicos y ambientales”, explica.
Según el especialista, un plaguicida debe bajar la población dañina y evitar factores como la deriva y la contaminación, porque si daño un cultivo vecino, también es un daño económico.
Daño colateral
El especialista destaca la incorporación de nuevas tecnologías y la necesidad de generar protocolos de información al respecto. “Desde el año 1995 tenemos fungicidas con movilidad en las hojas de los cultivos, que por ejemplo, permiten bajar de 50 a 30 gotas por centímetro cuadrado en el control de enfermedades de soja. En trigo, para fungicida, es necesario hacer gota grande, con las que se logra mayor beneficio, ya que no tiene deriva. Las gotas menores a 100 micrones se van con la deriva”, ejemplifica. Los coadyudantes y antievaporantes también colaboran en la eficiencia, pero falta generar más información. Massaro es enfático en algo concreto: “debemos incorporar el concepto de deriva cero, porque se ha causado mucho daño merced a los errores de una aplicación mal hecha”.
Sin embargo, amplía los conceptos de Frola. “La tarjeta es algo orientativo pero no un referente exclusivo. Se deben hacer ensayos específicos. Las gotas que quedan suspendidas en el aire se las lleva el viento, o suben a la atmósfera y contaminan”, advierte.
Si bien hay una técnica para hacer un ensayo de deriva, no es algo sencillo de realizar. De hecho, las aplicaciones ya están estandarizadas por el fabricante en cuanto a la pastilla, la presión y la gota, “pero es algo que no queremos entender. Hay que terminar con el ojímetro”, acusa.
Finalmente, aconseja que las ordenanzas municipales incluyan el modo de acción y técnica de los plaguicidas. A la hora de las diferencias, tampoco coincide con Frola en cuanto al uso de las tarjetas. “Hay mucha gente que las usa, y eso es un avance importante. En 2001 cuando vino la roya nadie usaba tarjeta, y ahora sí. Pero por otro lado, las empresas deberían haber financiado trabajos de investigación. Además las buenas prácticas no están reglamentadas por Senasa para cultivos extensivos”, criticó.

Tarjeta amarilla a la aplicación
Debemos incorporar el concepto de deriva cero, porque se ha hecho mucho daño merced a los errores de una aplicación mal hecha”
Ing. Agr Rubén Massaro


Tarjeta amarilla a la aplicación

A sacar la tarjeta. Esta tecnología sencilla y económica, permite una medición de la aplicación del producto.

Tarjeta amarilla a la aplicación
Este año en la zona central de la provincia se adelantaron bastante los barbechos químicos para prevenir la rama negra, una maleza resistente que pegó duro la campaña anterior”
Tito Eberhardt


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El gran desconocimiento en esta práctica se debe especialmente a la falta de seguimiento de la tarea, aunque ése sea el punto clave en las aplicaciones. Uno tiene que medir viento, velocidad, humedad relativa y temperatura”
Ing. Agr. Esteban Frola



Tarjeta amarilla a la aplicación

La pausa necesaria. La capacitación, la incorporación de tecnología y el monitoreo previo del lote son factores claves.
fotos: federico aguer


La pata local
“A los contratistas todavía les falta mucho por mejorar”, dispara Tito Eberhardt, productor de la zona de San Carlos. Dueño de un equipo propio, se ha especializado a lo largo de los años en la escuela de Massaro, de quien aprendió la responsabilidad y la especificidad de este trabajo. Recomienda bajar los caudales, medir la salubridad del agua, usar la tecnología disponible. “Es importante tener algún instrumento de medición: anemómetro, termómetro, usar la pastilla adecuada para cada trabajo (la que define el tamaño de la gota y la distribución del producto en el cultivo), hacer los ajustes necesarios y usar la tarjeta hidrosensible, controlar la máquina periódicamente, usar calidad de pastillas. Un aplicador tiene que ser un profesional. Hoy por hoy nadie revisa los lotes antes de cada trabajo, y eso es fundamental”, aconseja.

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