domingo, 22 de julio de 2012

Los puntos críticos de la investigación agrícola



CHILE : La falta de una política permanente lleva a que cada cuatro o cinco años se pierda todo lo invertido. A ello se suma que desconfianzas, falta de comunicación y mirada de corto plazo llevan a que la inversión no obtenga resultados concretos, lo que está provocando una caída en la innovación y, como resultado, impacta, inevitablemente, la competitividad.
El instrumental era valioso, juntos sumaban varios millones de pesos. Desde computadores hasta fermentadores, pasando por espectrómetros. Llegó a la Universidad Católica gracias al financiamiento de un consorcio de investigación del vino. Hace cinco años ese tipo de organismos fue anunciado como la vía que, por fin, inyectaría tecnología al agro, gracias a la asociación de empresarios e investigadores para resolver problemas productivos.
Esa fue la promesa hace un lustro. En la actualidad, el consorcio en cuestión, frente al término del financiamiento estatal, optó por liquidar el instrumental, que aunque estaba en dependencias universitarias, seguía siendo propiedad del primero. Cinco años de investigación y la inversión que hubo detrás se iban a estrellar con una pared. Sólo una negociación entre la Vicerrectoría y los encargados del consorcio, permitió adquirir los equipos y mantenerlos en los laboratorios universitarios.
“La investigación agrícola en Chile no tiene una política permanente. Cada tantos años hay una intención refundacional por parte de las autoridades. La actividad científica es azarosa, depende del financiamiento de proyectos de tres o cuatro años, y no de una política como país que promueva resolver los principales problemas del agro”, afirma Álvaro Rojas, rector de la Universidad de Talca. Rojas sabe de lo que habla, entre 2006 y 2008 fue ministro de Agricultura.
Luego de 22 años desde el retorno de la democracia y el lanzamiento de la nueva política científica agrícola y la inyección de millonarios montos, el resultado es exiguo. Los investigadores se quejan de falta de continuidad de las políticas públicas y los privados de que los investigadores desconfían de ellos.
El Banco Mundial, en el estudio “Chile’s Agricultural Innovation System: An Action Plan Towards 2030″, detectó una caída en la innovación agrícola chilena. Mientras Chile fue un país de desarrollo incipiente, pudo importar soluciones tecnológicas que incrementaron la productividad y competitividad a una velocidad notable, como el caso de la industria frutícola y la influencia californiana. Sin embargo, ese ciclo ya terminó y el efecto se está dejando sentir.
“Enfrentamos un momento crítico. Estamos en la cresta de la ola tecnológica, no hay mucha más innovación que podamos importar. Paralelamente, nos volvimos un país con sueldos y costos mucho más altos. El incremento de la competitividad del agro va a pasar, en buena parte, por el conocimiento que podamos agregarle. Por eso es tan grave lo que pasa con las fallas que tenemos en investigación y desarrollo”, agrega Álvaro Rojas.
Y vaya que hay puntos críticos en la ciencia agrícola chilena.
1 Corto plazo
Está en el código genético de cualquier investigador agrícola. Su horizonte de trabajo es de tres o cuatro años. Usualmente esos son los períodos en que funciona la entrega de recursos de organismos como el Conicyt, la principal vía de financiamiento del país. Adquirir instrumentos, pagar el sueldo de los ayudantes de laboratorio y el suyo propio, fuerza a pensar nuevamente en nuevos proyectos a medida que se acerca el fin del ciclo.
Eduardo Donoso, director de la empresa Bioinsumos Nativa, ejemplifica los incentivos negativos mediante algo concreto: la creación de frutas transgénicas en el país.
“Hay financiamiento vía concursos, pues es interesante en términos científicos, permite generar algunos papers y colocarlos en buenas revistas científicas. Sin embargo, una fruta transgénica no es comercializable, porque los consumidores no están dispuestos a ello. En la práctica, el impacto para el desarrollo del agro chileno es cero”.
En tanto, Álvaro Rojas critica el efecto de este tipo de sistema de financiamiento en la gestión de los científicos.
“El sistema actual ha forzado a que muchos investigadores se transformen en gestores de financiamiento, más que, precisamente, en investigadores”, señala Rojas.
Según el ex ministro, la mentalidad de corto plazo genera como subproducto que la investigación sea azarosa y que no necesariamente guarde relación con las necesidades del agro. “Lo que no es persistente como política de desarrollo, no existe”, dice.
Desde la actual administración del Minagri, en tanto, se explica que ellos heredaron una mentalidad de corto plazo que están tratando de cambiar.
“El que un consorcio haya vendido parte del instrumental científico se debe a que se pensó que en cinco años se iban a autofinanciar. Eso, claramente no fue así. En Australia, desde donde se importó el sistema, se financian por 10 años. Nuestra solución es lanzar el próximo año los “Consorcios 2.0″, que entre otras cosas van a tener un horizonte de trabajo más largo. Para los que están en problemas ahora vamos a lanzar un “financiamiento puente”, que les permita operar hasta que postulen a los nuevos consorcios”, explica Fernando Bas, director de la Fundación para la Innovación Agraria, FIA.
2 Problemas de comunicación
“Tenemos la sensación de que algunos investigadores desconfían de las empresas”, explica Guillermo González, gerente general de ChileAlimentos. Desde la academia la misma queja se repite, pero son las empresas las que reciben la crítica.
Para Yerko Moreno, director del Centro de Pomáceas de la Universidad de Talca, en Chile hay una barrera de lenguaje y cultural entre ambos actores. Para los científicos, el objetivo de vida es que su estudio termine en uno o varios artículos en revistas especializadas importantes. Con eso se valida dentro de su comunidad de pares, asciende en el escalafón universitario y aumenta su puntaje al postular a nuevos fondos de financiamiento.
Hoy la meta de publicar es especialmente apremiante para quienes están en áreas agrícolas, pues corren con desventaja en los proyectos Fondef del Conicyt, donde compiten con investigadores que vienen de otras áreas de la biología, en las que hay mayor número de revistas en las que postular, y por ende, tienen mejor puntaje al presentar sus proyectos.
Los empresarios, en cambio, viven en otra realidad, en la que se requieren resultados prácticos y en el menor tiempo posible.
La solución de esa brecha cultural no es fácil.
“Falta que los empresarios se metan a las universidades, participen como consejeros, conozcan su forma de funcionamiento. Las casas de estudio, a la vez, tienen que ver formas de incentivar que los investigadores se abran a desarrollar soluciones prácticas”, afirma Moreno.
3 Problema de escala
Otro de los puntos críticos de la investigación científica agrícola chilena es el escaso impacto que tiene. Generalmente queda circunscrita a un paper o a una patente industrial, y cuando sale al mundo real se convierte en la ventaja para una empresa determinada, que acudió al científico en cuestión. El impacto es puntual y no eleva la competitividad de un rubro en conjunto.
“El principal problema no es que falte investigación o recursos financieros. Es que no hay gente que tome ese conocimiento, lo convierta en una solución práctica y escale ese producto o servicio a un nivel comercial. Cuando eso ocurra, se va a potenciar notoriamente el desarrollo agrícola”, afirma Eduardo Donoso.
Según el empresario biotecnológico, eso permitiría que los investigadores de las universidades se concentren en lo que saben hacer mejor, generar conocimiento nuevo, y las empresas agrícolas obtengan soluciones prácticas. Eso sí, plantea Donoso, se requiere que los investigadores comprendan el alto costo de desarrollar un producto comercial, para que bajen sus expectativas por las patentes industriales, y los royalties asociados a ellos, que eventualmente se generen en el proceso innovador.
“Se tiene que validar que el lucro no es malo, sino que ayuda a incentivar la innovación agrícola”, explica Donoso.
Aunque incipiente, el fenómeno de empresas que actúan como puente innovador es creciente. Una vía es por la instalación de laboratorios privados por parte de científicos con un espíritu más empresarial.
El otro camino es por la creciente llegada de fundaciones extranjeras especializadas en transferencia y desarrollo de productos. La primera en llegar es la Fundación Fraunhofer, de origen alemán, que se instaló en el campus de la Universidad de Talca.
La segunda es la holandesa WageningenUR.
“Chile tiene una producción agrícola fuerte, una economía creciente y un gobierno estable. Nuestro foco es agregar valor a los productos alimenticios. Queremos estimular la cultura de innovación e incrementar la velocidad de la innovación”, remata Marian Geluk, directora ejecutiva de WageningenUR/Chile
4 Compromiso privado
Una de las principales críticas del Banco Mundial a la investigación agrícola chilena es el bajo monto involucrado. Mientras que en el agro de los países de la OCDE llega al 2,7%, en Chile es sólo del 0,7%.
Sin embargo, si se compara el aporte que hace el Estado, las cifras son similares entre Chile y países como Estados Unidos o Alemania. La gran brecha está a nivel de los privados.
“Me toca ver mucho interés por meterle ciencia a la actividad productiva de las empresas agrícolas, pero poca voluntad. Tiene que ver con que la mayoría de las empresas son pequeñas y medianas y enfrentan reducción de sus márgenes por la caída del dólar y del aumento de costos de los últimos años”, afirma Claudio Pastenes, profesor de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Chile.
Para Eduardo Donoso, la solución pasa por mejorar el mecanismo de inserción de profesionales en las empresas. En la actualidad, el Estado financia hasta con $1,8 millones la llegada de profesionales con posgrado. El problema es que la ayuda sólo llega hasta ahí. “No se trata de que llegue una persona y se siente a pensar en una oficina a generar innovación. Tiene que tener equipos y ayudantes, eso no está contemplado en la actualidad”, enfatiza.
El boom de estudiantes chilenos haciendo posgrados en el extranjero, se estima que hay cerca de 10 mil, podría ayudar a mejorar la llegada de científicos a las empresas agrícolas. Se cree que en los próximos dos a tres años, un buen número de ellos comenzaría su ciclo de retorno. En las universidades se reconoce que no hay cupos suficientes para absorber esa masa de investigadores. Si se planifica con tiempo y se inyectan los recursos suficientes, el agro podría ser el gran ganador de la “operación retorno” de mano de obra altamente calificada.

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