domingo, 3 de junio de 2018

TAMBO: Todavía se puede


En Gessler, los hermanos Imhoff instalaron un tambo nuevo. Ante el ocaso del sistema de ciclo comleto ganadero, la lechería fue para ellos una salida hacia adelante. En base a las características del campo, apuestan a crecer en volumen en base a un manejo sencillo y personalizado.
En el Establecimiento “El Día” de la zona rural de Gessler, los hermanos Imhoff concretaron una epopeya silenciosa: montaron un tambo. Nuevo, de cero, reluciente y brilloso. Compraron de a poco las estructuras, las maquinarias y las vaquillonas. Como bienvenida, la madre naturaleza les “regaló” una sequía y un temporal de lluvia, justo cuando empezaban a ordeñar. Pero esto, lejos de desalentarlos, reafirmó su decisión ya que como buenos tamberos, sabían dónde se estaban metiendo. Es que en medio del actual contexto de quebranto para la lechería, semejante emprendimiento no se explica de forma sencilla. Por eso fuimos hasta el campo y los conocimos personalmente. Y ahí empezamos a entender un poco más.
“El tambo viene gestado por las nuevas generaciones de la familia. Estamos en el rubro agropecuario desde chicos. Hace 5 años entramos a un grupo CREA, y viendo las ventajas de este campo con las pasturas, la pendiente, la cercanía con el asfalto, decidimos apostar a la lechería”, dice el Ing. Agr. Julián Imhoff, encargado “todo terreno” del emprendimiento. “Fue una decisión que se viene analizando desde hace tiempo, y menos de un mes atrás empezamos. Hoy estamos con 45 vacas en ordeñe, pero apuntando a las 130 con una inversión pensada para 220 vacas una vez que agrandemos la sala de ordeñe”, planifica. “La idea es crecer y acercarse a ese número cuanto antes”, reafirma.

Reconversión productiva
Mirando hacia atrás, el caso de los Imhoff es la postal más amarga de una empresa que se fundió trabajando (y siendo muy eficientes). “Venimos de un rodeo de cría con el que hasta 10 años atrás hacíamos el ciclo completo y teníamos excelentes índices de preñez, pero el negocio empezó a ser cada vez más magro, nos empezamos a achicar en ganadería y a agrandar la agricultura, empezamos a vender los terneros sin llevarlos a gordo”, recuerda con emoción, ya que la cría era la pasión de sus padres.
“Y como necesitábamos volumen de facturación, la única empresa que lo conseguiría era el tambo, porque es intensivo, requiere más mano de obra, más insumos y genera mas facturación. Para igualarlo con agricultura, deberíamos arrendar entre 800 a 1.200 has, lo que hoy es un riesgo muy grande”, explica.
Otra clave del logro radica en que esta es un inversión lograda con la venta de activos familiares, fondos propios y créditos. Para ahorrar costos no compraron un tambo llave en mano, sino que contrataron gente de la zona. “La mayoría te trata de loco, pero todos nos han dado su apoyo; nos dan aliento y eso reconforta. Argentina y el mundo necesitan leche”, resume con optimismo.

Por amor al campo
Una de las hermanas de Julián es Lucila. Desde su rol de Médica Veterinaria también puso lo suyo para que este sueño sea hoy una realidad tangible. “Todo comenzó hace 3 años: a mí siempre me gustó el tambo; pero veníamos de un rodeo de cría, porque mis padres eran fanáticos. Pero en 2015 fallece mi mamá, y hubo que reacomodar la empresa, y me metí en la parte administrativa. Se recibieron mis hermanos de agrónomos, y el objetivo fue poder conservar el campo”, recuerda con la voz quebrada por la emoción.
“Y entonces la primera etapa fue transformar la cría en tambo: empezamos a comprar los materiales, las ordeñadoras, los comederos, allá por diciembre de 2015, pero vino el temporal y la pérdida de la cosecha y no pudimos arrancar, y al ser una empresa nueva y no tener balances no pudimos acceder a un crédito, lo que recién pudimos hacer en septiembre pasado, con lo que arrancamos la construcción”, dice.
Lucila concuerda con su hermano en que es distinto participar como asesor que pasar a ser productor. “Nosotros empezamos a ordeñar y a los 5 días se nos vino el temporal de lluvia. En el tambo hay que estar pendientes de muchas cosas: los terneros; las maquinarias; la gente; y a la vez hay que cubrir los cheques. Los días de lluvia tuvimos que meter los terneros bajo techo en el galpón”, recuerda entre risas.
También está convencida de la importancia del factor humano. “Que la gente se pueda ambientar, que se pueda sentir cómoda y se pueda hacer cargo de sus funciones, son muchas variables que hay que tener en cuenta. Pero está bueno poder hacer lo que a uno le gusta, mi marido también es veterinario y me apoya mucho en todo el proyecto”, sostiene esta madre de tres, devenida en veterinaria, administradora y productora tambera. Actividades tiempo completo si las hay.
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Puro optimismo. El equipo de trabajo arrancó con el ordeño, y contagia con sus ganas de crecer.
Volver a las fuentes
A nivel empresarial, la decisión implicó la transición de un campo de cría a uno para tambo, con todo lo que ello implica: el achicamiento de las pasturas hacia una agricultura transitoria (son suelos clase II y III, con problemas de salinidad). “En los años llovedores subió mucho la napa, y como el campo da contra el Colastiné, el salitre nos ha quitado área productiva, así que liquidamos de a poco el rodeo de cría, metimos algo de agricultura y empezamos a incorporar vaquillonas a las que recriamos, les dimos servicio y algunas ya están dando leche”, vuelve a detallar Julián.
Consultado respecto de las claves para hacer eficiente el emprendimiento en un contexto tan difícil, el Agrónomo apela al compromiso humano como factor que marca la diferencia. “Creo que la clave es estarle encima; gerenciarlo bien; y ser lo más eficiente posible, porque el tambo a diferencia de otros sistemas productivos, demanda mucha mano de obra, e intervienen muchos factores a controlar que obligan a prestarle mucha atención, porque en cada uno de esos detalles que uno puede ajustar, es donde uno puede ganar o perder mucho, y al estar encima se puede marcar la diferencia para no perder. Y también uno apuesta a que esto algún día mejore”, detalla con el típico optimismo en el largo plazo del tambero.
A nivel productivo, apostaron por vaquillonas Holando de la zona, con la idea a futuro de probar un rodeo cruza para bajar el tamaño de la vaca. “Ahora necesitamos crecer preñando las vacas con una baja tasa de rechazo, una buena reposición y buenos descartes, sin tener que salir a comprar animales afuera. Apuntamos a una Kiwi” (cruzas de razas lecheras desarrolladas en Nueva Zelanda).
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“Necesitábamos volumen de facturación, y la única empresa que lo conseguiría era el tambo, porque es intensivo, requiere más mano de obra, más insumos y genera mas facturación. Para igualarlo con agricultura, deberíamos arrendar entre 800 a 1.200 hectáreas”
Ing. Agr. Julián Imhoff


Simple y eficiente
En cuanto a la alimentación, plantearon una base simple y pastoril, con silos de autoconsumo y alimento balanceado con comederos automáticos en la sala de ordeñe. “La idea es apuntar a producir la mayor cantidad de pasto posible y que la vaca coma todo lo que pueda, que junte lo demás cuando haga falta con el silo, y que el concentrado lo coma debajo de la sala, para asegurarnos el consumo todos los días. Además, apostamos a hacer reservas de silo de maíz de primera (no tuvimos malos rendimientos pese a la sequía) y que ya estamos consumiendo”.
Y se despide resumiendo algo de todo lo que pasó por sus cabezas y sus corazones en los últimos meses: “en febrero y marzo no llovió nada, y ya suponíamos que la lluvia llegaría al momento de abrir, y así fue. Pero ya salió el sol, y nos seguimos preparando en base a la experiencia que vamos adquiriendo, de las cosas que nos faltaron, y de las cosas en las que se puede mejorar, y ayuda mucho estar en el campo con la gente”. Además, reconoce la importancia de haber ingresado a un grupo CREA, “lo que nos dio la confianza para tomar decisiones, a través de su metodología de el intercambio que nos dio la confianza, y nos podamos sentir contenidos, lo que a la larga redunda en un negocio más eficiente”.
El constructor
José María Kloster vive en López, tiene un emprendimiento ligado a la construcción, y fue el encargado de montar la estructura del tambo. “Hacer un tambo es algo sumamente importante por todo el movimiento que genera su funcionamiento. En cuanto a la parte edilicia, estuvimos a cargo de la platea de hormigón, el armado de la estructura de las paredes y el techo, el cerramiento de los corrales, la sala de máquinas, de lavado y de ordeñe, con la fosa incluida, que en este tipo de tambo es un piso elevado donde el drenaje de la fosa en natural que descarga en la cámara principal”, detalla. Y a la hora de analizar el emprendimiento, confesó que “no sólo que me entusiasma, sino que hay que tratar de alentar este tipo de emprendinmientos. Cuando aparece gente emprendedora hay que apoyarlos lo más posible, hay que realzar el valor de las personas que se animan a producir y que van a dedicar gran parte de sus vidas a ello”. Kloster destaca que el tambo abarca muchos rubros, “porque esto le viene bien a los que construyen, a las fábricas que necesitan leche, al gomero, al metalúrgico, etc. Y dignifica a muchos rubros, en un contexto que vemos con tristeza cómo se van cerrando muchos establecimientos”.

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