viernes, 29 de junio de 2018

Roban 50 millones de… ¿abejas?


Apicultores de Estados Unidos no sólo enfrentan el desafío del cambio climático, sino del robo de abejas por parte del crimen organizado de ese país. El robo de abejas se ha convertido en un negocio rentable para el crimen organizado.
Lloyd Cunniff se sintió terrible, literalmente enfermo del estómago, por transportar a sus abejas a California, pero el destino lo había acorralado. El mal tiempo, la mala suerte, abejas huesudas y escuálidas: un montón de dolores de cabeza trastornaron la economía de Beeline Honey, su apiario de tercera generación en Montana. Fue colapso de la colonia en 2015 lo que realmente había dado al traste con su proyecto. La misteriosa aflicción, que hace que las abejas obreras abandonen una colmena en masa, había destruido la mitad de las colonias de Beeline. A Cunniff y su esposa Brenda les quedaban 489 colmenas, cuando tomó la decisión de hacer algo que en realidad no quería.
En enero de 2017, Cunniff apiló 488 de sus 489 cajas de abejas en un remolque, las amarró y se dirigió al oeste para perseguir los dulces dólares de las almendras que atraían a muchos de sus hermanos apicultores al Valle Central de California. Prestar sus abejas durante una temporada a mil 600 kilómetros de distancia lo hizo sentir muy incómodo. Pero si su negocio son las abejas, California es donde está el dinero. O al menos en febrero, cuando 4.8 mil millones de metros cuadrados de almendros se polinizan con la ayuda de las abejas, que aman las flores de ese fruto. California produce el 80 por ciento de las almendras del mundo y en los últimos 15 años los árboles han llegado a dominar el valle, generando todo tipo de cultivos en hileras. No hay suficientes abejas en California para polinizarlas, por lo que cada año la llamada es la misma: traigan sus cajas al oeste. Cuatro metros cuadrados de almendros necesitan al menos dos colmenas, lo que significa que cada febrero, 2.5 millones de colonias, dos tercios de las colonias comerciales de abejas en EU, se agrupan en algunos condados de California. Los apicultores cobran hasta 200 dólares por colmena para la temporada, que dura algunas semanas.
Cunniff tiene una larga relación con Strachan Apiaries, una empresa con sede en Yuba City y uno de los nombres más famosos en el mundo de las abejas estadounidenses. Don Strachan, el fundador, ayudó al abuelo de Cunniff a poner en marcha su colmenar. Durante años, Valeri Strachan, nieta de Don, ha enviado camiones de abejas de California a Montana para hacer miel de trébol en el verano, cuando hay pocas cosas que las abejas puedan comer o hacer en el Valle Central. Entonces, cuando Cunniff decidió participar en la temporada de almendras de 2017, los Strachan estaban felices de ayudar a un viejo amigo. Hicieron arreglos para que los granjeros contrataran a sus abejas y les ofrecieron quedarse unas semanas hasta que llegara el momento de ir a trabajar.
Cuando Cunniff llegó Yuba City, los Strachan lo condujeron a un dique que corría junto a unos campos de girasol al sudoeste de la ciudad, entre el río Sacramento y el Refugio Nacional de Vida Silvestre Sutter, y allí descargaron sus abejas el 17 de enero. Cunniff se sintió mejor con las cosas. Las abejas parecían felices; eso es lo que le dijo a Brenda cuando la llamó desde su hotel.
A la mañana siguiente se levantó temprano y condujo de regreso al sitio. La niebla se había acumulado durante la noche y Lloyd no podía ver más allá de unos cuántos metros. Dio varias vueltas en la zona para asegurarse de que estaba en el lugar correcto, ya que algo había sucedido: las colmenas se habían ido.
Placeholder block
Casi 50 millones de abejas en 488 cajas blancas con tapas de cedro, cada una de ellas hechas a mano por Cunniff, se habían desvanecido en la niebla.
Lo primero que pensó Philip Strachan, el hijo de Valeri, cuando Cunniff lo llamó en estado de shock sobre las abejas robadas, fue que era obra de profesionales. Ningún criminal normal podría pensar en robar abejas o tener el equipo o el conocimiento para llevarlo a cabo. Cunniff estaba pensando de la misma maner y la evidencia estaba allí en el suelo. Podía decir por las huellas de los ladrones que habían usado camiones de doble eje y un solo eje, y no semirremolques, probablemente porque sabían que no había espacio para dar la vuelta a toda prisa. También vio señales de una carretilla elevadora, por lo que vendrían preparados para levantar las paletas con las cajas.
Las colmenas desaparecen, esa no fue la sorpresa. Pero históricamente, dice Strachan, ha sido “una aquí, dos allá”. Salían ser algunos oportunistas borrachos en una camioneta. Pero esta fue una operación metódica. Las de Cunniff no fueron las únicas colmenas robadas. En total, más de 700 de ellas, valorados en hasta un millón de dólares, desaparecieron en una sola noche. Además del equipo pesado, los ladrones necesitaban el material necesario para tomar las cajas, específicamente trajes completos de apicultor y ahumadores de mano. Quienquiera que haya hecho esto sabe cómo manejar las abejas.
Y esta no era la primera vez tampoco. Un grupo de hombres con trajes blancos y capuchas de apicultor que roban las colmenas en la niebla es un pequeño pero creciente nicho de delincuencia agrícola. Dos años atrás, alguien robó varias colmenas en un condado vecino, y al año siguiente se hurtaron más, asegura Strachan. Contando la pérdida de las abejas de Cunniff en 2017, entonces, “fueron tres años seguidos que tuvimos grandes robos en esta área”.
Mientras tanto, en Nueva Zelanda, los atracos de colmenas son una epidemia. El motivo es la miel de manuka, una variedad muy apreciada que cuesta 150 dólares por kilogramo, y las autoridades sospechan que un grupo del crimen organizado puede ser el culpable. “No importa si se trata de apicultura o metanfetamina, esta es solo la nueva fiebre del oro”, dijo un gerente de colmenar a Reuters.
Los culpables en California casi con seguridad no eran locales. Los apicultores son una comunidad unida. Comparten sabiduría y conocen las operaciones y el equipamiento de los demás, particularmente dentro de un área determinada. Cualquier persona nueva que aparezca con un montón de colmenas de alquiler resaltaría. “No robaría el automóvil de mi vecino y lo estacionaría al lado”, menciona Strachan. “Y era bastante obvio que si iban a robar colmenas de esta zona, probablemente las llevarían directamente a las almendras”.
Cunniff creció rodeado de abejas y escuchaba su zumbido mientras dormía. Su abuelo cuidó colmenas en las altas llanuras de Montana, también lo hizo su padre, y luego él, tan pronto como tuvo la edad suficiente para participar, a los 13 años. La mañana del robo, Cunniff condujo aturdido, su esperanza iba despareciendo y se detenía cada vez que veía a un apicultor atendiendo cajas. Las abejas, le aseguraban, casi con certeza habrían desaparecido para siempre.
Placeholder block
Cunniff había odiado la idea de mover a sus abejas en primer lugar, pero esto era mucho peor de lo que él imaginaba. Había perdido mucho más que los 100 mil dólares en pagos de polinización. Toda su vida se había ido. Un día tenía casi 500 colmenas. El siguiente, solo una. “Tenía 57 años y tuve que volver a empezar desde cero”, dice. “Aunque había estado pensando en retirarme, ahora tengo que… no hay forma de que pueda retirarme ahora”.
Valeri Strachan, expresidenta de la Asociación Estadounidense de Apicultores de California (CSBA, por sus siglas en inglés), movilizó a esa organización. El CSBA tiene un fondo para recompensas, y ofreció 10 mil dólares por información que pudiera conducir a un arresto y condena por los robos de colmenas. Más importante aún, las autoridades tomaron nota. Los detectives de delitos de agricultura en los condados de Madera, Sutter y Fresno fueron todos puestos en el caso, y el FBI incluso ofreció ayuda.
En todo el estado, los apicultores buscaban cajas con la descripción de las robadas a Cunniff y otros, pero con 2.5 millones de colmenas en el área, la tarea era desalentadora. La ley de California obliga a que los comerciantes marquen sus cajas quemando o cortando un número asignado por el estado en la madera. Pero la ley no se sigue al pie de la letra. A algunos apicultores les da igual la regulación, mientras que otros, como Cunniff, son de fuera del estado.
Las fuerzas del mercado tampoco ayudan. La demanda en la temporada de almendras a menudo es desesperada, algo que los ladrones pueden explotar. “Vas a encontrarte con alguien que quizás no tenga abejas para sus almendras y le dices: ‘¿quieres algunas?’, asegura Philip Strachan. “Ese tipo no hará muchas preguntas”.
El principal negocio de Cunniff es la miel. Así es como solía ser para la mayoría de los apicultores, especialmente en las llanuras del oeste de EU, donde el cielo es claro, el agua está limpia y el forraje para polen y néctar es abundante. Las abejas en Montana y las Dakotas producen más miel por colmena que cualquier otra abeja en EU, y eso ha sido lo suficientemente bueno como para mantener a tres generaciones de Cunniff con un techo sobre sus cabezas y alimento en la mesa, con dinero para vacaciones en Hawai y enviar a los niños a buenas universidades.
Pero el negocio ya no es lo que solía ser, ni para ellos ni para nadie más que críe abejas comercialmente. El apicultor comercial de hoy nunca puede relajarse, ya que podría perder el 30 por ciento de sus existencias de abejas al año. El cambio climático es un problema, especialmente en lo que respecta a la sequía, porque las abejas necesitan mucha agua, tanto para beberla como para llevarla a la colmena para la reina. Es por ello que siempre encuentras abejas flotando en las piscinas y zumbando alrededor de los fregaderos con fugas.
“Gastamos mucho dinero para mantenerlas con vida”, explica Cunniff. “Les damos de comer suplementos de polen que nunca, nunca habíamos soñado”. Ese gasto representa 2.50 dólares por cada colmena. “Solían producir suficiente miel para sobrevivir el invierno. Ahora no lo consiguen. Debes alimentarlos con jarabe de maíz a razón de 40 centavos el galón”. Dos veces al año tiene que cuidar a las abejas de los ácaros, un azote con el que su padre nunca tuvo que lidiar. El tratamiento solía costar 1 dólar por colmena, pero ahora cuesta 4 dólares.
“Probablemente sea el doble del trabajo que solía ser mantener las colmenas”, dice Valeri Strachan, quien asumió el negocio de Apiarios Strachan cuando su padre falleció y pronto se lo entregará a su hijo Philip. La miel ocupa el tercer lugar en la lista de flujos de ingresos para los Strachan. Hasta arriba está la cría de abejas reina. Si un apicultor en Estados Unidos usa reinas de Carniola, es casi seguro que han sido criadas por los Strachan, quienes han perfeccionado el arte. La especialidad de Valeri, y es rara, es la inseminación instrumental. Ella es una de las pocas estadounidenses que pueden extraer semen de las abejas zánganos y utilizarlo para inseminar reinas vírgenes, una habilidad delicada que requiere una mano firme, herramientas pequeñas y un microscopio. Los Strachan producen cerca de 50 mil abejas reina al año. “Usamos algunas, otras mueren, y luego se envía el resto”, detalla Philip. Una reina sana de Carniola cuesta 31 dólares (o 28 si compras a granel); se envía al comprador vía servicio postal exprés durante la noche en una caja pequeña con lados filtrados y con seis abejas guardaespaldas que atienden las necesidades de la reina en tránsito.
En la parte superior de la pirámide para los Strachan está la polinización. La compañía mantiene un promedio de 10 mil colmenas en un año. Las abejas pasan de las almendras a las ciruelas o a cualquiera de muchos otros cultivos: manzanas, cerezas, melones, girasoles. Este verano hay ocho colmenas Strachan en un campo de cilantro; otras pronto serán enviadas a los agricultores de semillas de alfalfa.
En 2013, Whole Foods en Rhode Island quería que las personas reconocieran la importancia de las abejas en su dieta diaria. Durante unos días, el mercado eliminó todos los productos que crecían en las plantas que dependen de los polinizadores. Más de la mitad de la sección estaba vacía: 237 de 453 productos, o el 52 por ciento de los artículos de la tienda, habían desaparecido.
A fines de mayo de 2017, cuatro meses después de que desapareciera la colmena de Cunniff en la niebla, alguien que sabía lo suficiente sobre las abejas para reconocer una imagen extraña llamó a la Oficina del Sheriff del Condado de Fresno para informar algo sospechoso: Un lote vacío en la intersección de dos carreteras, a unos 20 minutos al este del centro de Fresno, estaba lleno de cajas de abejas, muchas más de las que cualquier apicultor de buena reputación podía almacenar en un solo lugar.
Cuando un alguacil del condado de Fresno llegó al mediodía para inspeccionar el sitio, las abejas impidieron su investigación.
Los policías regresaron más tarde, esta vez después del anochecer, y encontraron lo que el detective Andrés Solís llamó ‘fayuca de colmenas’. Un hombre con traje de apicultor estaba sentado en un pasillo entre unas cajas apiladas que parecían ser su espacio de trabajo. Estaba en el proceso de dividir cada colonia en dos, por lo que tendría el doble de colmenas en el mercado. (La mitad de las colmenas no tendrían reina, por supuesto, pero las colmenas saludables a menudo se parten de todos modos cuando se saturan). Cerca había una zona de trabajo donde alguien había estado lijando y pintando, así como una plantilla para el nombre que había sido pintado con spray en muchas de las cajas: Allstate Apiaries Inc.
Placeholder block
Ese era el nombre del negocio del hombre que los detectives arrestaron en el lugar, un inmigrante ucraniano de 51 años llamado Pavel Tveretinov, quien había estado alquilando colmenas a los cultivadores de almendras locales y vendiéndolos a compradores en otras regiones de EU.
Los detectives le pidieron a un apicultor local llamado Ryan Cousins ​​que fuera al lote y los ayudara a identificar las colmenas para que pudieran comenzar el proceso de devolver los insectos enojados a sus legítimos dueños. Las cajas de Cunniff no estaban marcadas, pero fueron hechas a mano y tenían una configuración única de marcos en su interior. Cousins ​​las reconoció de las fotos que Valeri Strachan había publicado en Facebook.
La policía llamó a los Cunniffs en Montana, y Lloyd y Brenda condujeron de inmediato a Great Falls para tomar un vuelo a Fresno. Estaban en una escala en Salt Lake City cuando un detective llamó con una actualización. “Dijo: ‘no vas a creer esto, pero hemos encontrado dos lugares más con tus abejas desde que subiste al avión esta mañana'”, recuerda Cunniff.
Una vez en California, fue inmediatamente a uno de los lotes y caminó por las filas de cajas con abejas enojadas zumbando alrededor de su cabeza. “Las colmenas se voltearon y se mezclaron”, dice Cunniff. “Fue como una pesadilla”. Muchas se habían dividido de su configuración normal de dos pisos en colmenas individuales, sin mencionar que habían sido pintadas. Vio algunas colmenas que parecían familiares. Sacó su teléfono y llamó al joven que había conocido cerca de Yuba City el día que se llevaron sus colmenas, el que dijo que estaba seguro de que se habían ido para siempre. Pensó que debería decirle que tenía razón: no le quedaban ninguna de sus abejas. “Fue solo el equipo vacío”, relata Cunniff.
Las autoridades recuperaron más de 600 colmenas en los tres lugares, robadas en el transcurso de al menos tres años. Acusaron a Tveretinov, junto a otro inmigrante ucraniano, Vitaliy Yeroshenko, con 10 cargos de posesión de bienes robados y estimaron que el valor del equipo robado y las abejas era de al menos 875 mil dólares, lo que lo convierte en “la mayor investigación de robo de abejas”, dice Arley Terrence, sargento de la Oficina del Sheriff del condado de Fresno.
Apicultores de tres estados volaron para evaluar el daño y rescatar lo que pudieron. “No teníamos intención de llevar nada a casa”, menciona Cunniff. La compañía de seguros le había dicho que no lo hiciera. “Pero una vez que llegamos allí, había mucho equipo, simplemente no podíamos dejarlo”.
Cousins ​​llamó a algunos amigos que llevaron un camión y una carretilla elevadora y ayudaron a Cunniff a cargar su equipo y las abejas restantes. El camión no era lo suficientemente grande como para llevarlo todo, así que se fueron un día y cuando volvieron por la mañana ya no estaba. “Vinieron y se robaron algunas de las cosas, otra vez”, dice Cunniff. Fue recuperado más tarde, nuevamente.
En los círculos de apicultores se cree que los hombres arrestados son parte de una empresa criminal más grande. Pero ni la Oficina del Sheriff del Condado de Fresno ni el fiscal asignado al caso persiguen ese ángulo. El juicio aún no se ha programado y los acusados ​​se han declarado inocentes.
En algún momento de este otoño, Kelsey Peterson, fiscal adjunta de distrito y fiscal de crímenes de agricultura, abrirá el caso del estado contra los dos acusados ​​en una sala del tribunal del condado de Fresno, que a su vez se parece mucho a un panal. A fines de mayo, su investigador, Doug Bolton, todavía estaba buscando pistas con la esperanza de que pudiera agregar cargos por robo, además de la posesión. “Me gustaría hacer eso por las víctimas”, asegura Peterson.
Cunniff transportó a sus abejas a su casa el verano pasado, pero él y Brenda ya habían empezado de nuevo con todas las colmenas nuevas, la mayoría de ellas comenzaron con reinas de Carniola que le fueron regaladas o vendidas con un descuento extremo por los Strachan. “;Estábamos empezando de nuevo, y de repente estas otras abejas aparecen”, dice. Tuvo que poner en cuarentena a las abejas viejas para asegurarse de que no habían adquirido alguna enfermedad. “Es como una operación completamente diferente. No puedes trabajar en esas colonias y luego trabajar en las nuevas a menos que esterilices todo tu equipo y te cambies los guantes”, dice. “Tuve que contratar a tres o cuatro hombres solo para tratar de estar al día con todas estas cosas diferentes que estábamos haciendo al mismo tiempo”.
El seguro cubrió una parte de sus pérdidas, pero no la de ingresos por la temporada de almendras ni toda la miel que no pudo obtener el año pasado. Este año, las primas de su póliza aumentaron 8 mil dólares. La compañía de seguros también decidió que ya no cubriría las abejas perdidas, solo el equipo.
Por eso, cuando llegó enero de 2018, Cunniff estaba haciendo una vez más lo que odiaba hacer, lo que había pensado que nunca volvería a hacer. Apiló sus colmenas, 456 de ellas, en un camión, las amarró y se dirigió a California. Esta vez tomó precauciones. En lugar de llevar las colmenas temprano para acomodarse y aclimatarse, Cunniff esperó hasta el último minuto posible para llevarlas al oeste. .
A diferencia del año pasado, las abejas llegaron a casa. “Hicieron algo de dinero, y las recuperamos en muy buena forma”, dice.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.