El enojo absurdo de la jefa de Estado con un sector poblado de trabajadores que todos los días hacen grande a la Argentina y pagan los impuestos para que su gobierno siga abusando del populismo de mirada corta.
La clase media quedó en la mira de Cristina Fernández tras la gigantesca movilización del “8-N”, y podría convertirse en campo de disputa entre el kirchnerismo y la oposición, fuerzas que demuestran limitaciones para entender ambiciones, sueños y temores de ese sector social cargado de ambigüedades que constituye el principal dinamizador de la economía.
Convencida de que el 7D será el principio del fin de su batalla cultural contra las supuestas “falsedades” que se publican en los medios, la jefa de Estado ya parece haber encontrado otro oponente, fiel a los consejos de su asesor estrella, el millonario filósofo Ernesto Laclau, quien le calienta los oídos con su lógica de la confrontación permanente para crecer en la política.
La movilización del 8N dejó una fuerte huella en el kirchnerismo, que aún no entiende como un millón de “desagradecidos” salieron a las calles para marcar sus puntos de desacuerdo con políticas medulares, muchas de las cuales tienen raíz económica.
Inseguridad, inflación, cercenamiento de libertades, cambios de reglas de juego, soberbia, intento de reelección y otras decenas de problemas surgieron de las bocas y los carteles de aquella noche de jueves en la que la gente -muchos incluso votantes de la Presidenta- se hizo escuchar.
Tras la impactante movilización de los sectores medios, una Cristina enojada le dijo a esos ciudadanos que su surgimiento fue posible gracias a la educación pública sostenida con el esfuerzo de todos los argentinos, como si eso -aún en caso de que fuera cierto- les quitara el derecho a reclamar.
Para la jefa de Estado, la “poderosa” clase media es posible “gracias” al esfuerzo que realizan el resto de los argentinos, otro punto no necesariamente cierto, ya que si esa hipótesis fuese válida todos los seres humanos evolucionarían de la misma manera y no habría espacio para que alguien se destacara por encima de los demás.
La Presidenta también reclamó mayor “solidaridad” a ese sector difuso que ahora parece estar tratando de huir en masa de su radar político, como si reclamar por un derecho o una necesidad estuviese reñido con ser solidario.
El razonamiento presidencial tiene aristas argumentales interesantes si se pensara al desarrollo social como la lucha de clases, una idea que la teoría política dio por superada hace 50 años pero que algunos funcionarios del cada vez más deslucido gabinete cristinista parecen querer reflotar.
Hay indicios de que algunos engranajes de la maquinaria presidencial no estarían siendo seguidos de cerca por la mandataria y sus hombres de confianza.
Si no, es inentendible que la TV Pública dedique un generoso espacio para repetir en distintos horarios la diatriba de un mesiánico Mario Firmenich -entonces de 29 años- justificando la lucha armada contra un gobierno elegido masivamente en las urnas, como el de Juan Perón.
Para el observador externo, es incomprensible que el Estado le dé aire a un ex guerrillero para que justifique la violencia de hace 34 años, a la vez que se preocupa por los contenidos y la línea editorial de medios de comunicación privados.
La clase media.
La falla del razonamiento presidencial sobre la clase media radica en no contemplar que el principal esfuerzo de esos sectores para alcanzar sus logros lo pusieron justamente ellos, y que aspiran a seguir haciéndolo, si el Estado se los permite.
La clase media es el principal ejemplo de la “movilidad social ascendente” que hizo grande a la Argentina en algunos pasajes de su corta historia, y faltarle el respeto a esa gesta parece un camino poco conveniente para quien se propone liderar a 40 millones de argentinos, como le gusta decir con pompa a la locutora estrella de las interminables transmisiones en cadena.
La clase media reinvidica también a los abuelos italianos y españoles que llegaron a mediados del siglo pasado a agachar el lomo y trabajar, construir su casita y, si había margen, edificar el duplex para los hijos, dando vida a la mayoría de los barrios conformados en la segunda mitad del siglo XX.
La cultura del trabajo y el ahorro, no la del consumo facilista y subsidiado, es lo que sectores de la clase media actual que participan en las protestas reinvindican con orgullo.
La idea del esfuerzo como motor del crecimiento individual y familiar es un concepto muy arraigado en los sectores medios, y si Cristina les repite que llegaron hasta allí gracias al sacrificio de los demás -como ocurre sí en el caso de algunos políticos que siempre vivieron del Estado-, tal vez termine perdiendo el respeto de un enorme capital político.
El primer gran esfuerzo para haber llegado donde está lo hace la propia clase media, que levanta temprano a sus hijos, los lleva a la escuela, les inculca que el esfuerzo vale la pena como base para el desarrollo social, paga los impuestos y se parte el lomo sin estar pendiente de cuánto podrá el Estado hacer por ellos.
La jefa de Estado -cuyo patrimonio supera los 70 millones de pesos- se reivindicó como integrante de esa clase -su padre fue colectivero de profesión-, por provenir de un hogar de gente trabajadora. Y es válido.
Pero no parece darle derecho a entonar discursos de corte clasista, en los cuales fustiga a los sectores medios y asegurar que son quienes tildan de “vagos” a quienes reciben la Asignación Universal por Hijo.
Ni tanto, ni tan poco.
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