Ahorrar en dólares y el asadito, costumbres arraigadas en los argentinos. Las vueltas de la vida o de la actual gestión, hicieron que ahora se hable del peso y el pollo. El cambio, lejos de mostrarse como una falencia, se exhibe como virtud. La historia del país de la carne que se quedó sin carne.
Entre los logros enumerados por el “relato”, hay uno que ha adquirido últimamente un inusitado rolprotagónico: el gran incremento en el consumo de pollo.
No le falta razón a la Presidenta: en medio de una fuerte expansión de este sector, los argentinos pasaron, en apenas cinco años, de un promedio de 29 kilos per cápita a una impactante marca de 40 kilos por año.
De esta manera, la Argentina se encaramó en el segundo lugar de consumo de pollo en el ranking regional, después de Brasil, de acuerdo con los datos de la Asociación Latinoamericana de Avicultura.
“Una producción avícola que ha crecido exponencialmente en la República Argentina en producción, en exportación y en consumo popular”, se enorgullecía al decir Cristina Kirchner en una reciente inauguración de una planta faenadora de pollos.
Pero, como casi todos los logros del modelo K, éste también tiene su contracara. Algo así como un “lado oscuro” que suele ser meticulosamente olvidado y escondido en los discursos oficiales.
Basta mencionar algunos ejemplos:
- El boom automotor, que oculta el desplome a mínimos históricos en la cantidad de argentinos que hoy tienen acceso a la casa propia.
- La recreación de la industria electrónica nacional, que tiene como “lado b” el atraso tecnológico y que los argentinos se vean obligados a pagar el doble o el triple por los mismos productos que se venden en otros países.
- La “epopeya” de la estatización de YPF, que camufla el fracaso de la política energética.
- La épica de querer darle impulso al peso argentino para recuperar “soberanía económica” cuando, en realidad, lo que sucedió es que el país se quedó sin dólares.
- El pago de un título público (Boden 2012) en cash como símbolo de independencia, que oculta elimpedimento de la Argentina para acceder a los mercados internacionales de crédito.
La lista es mucho más extensa. Pero todos los casos mencionados tienen una característica común: el de cómo el “relato k” es capaz de transformar lo malo en bueno.
Quizá, en el caso de la carne -algo tan arraigado en los usos y costumbres de los argentinos- se encuentre uno de los máximos exponentes sobre debilidades que son “mágicamente” transformadas en logros.
Sucede que el consumo cárnico se desplomó, una muy mala noticia, ya que afecta a un sector que ha sido un emblema nacional durante décadas.
Hoy día se consumen 12 kilos menos que hace cinco años (unos 58 kilos per cápita). Y, a mediados de 2011, incluso se llegó a tocar un nivel inferior al registrado en 2002, considerado el peor año de la historia económica argentina. Se redujo a 52 kilos, a contramano de un país que se jactó de haber crecido durante ocho años a “tasas chinas”.
Claro está que el Gobierno sabe cómo hacer de esto otra batalla cultural. Esta vez, a favor del consumo de pollo, que “explotó” por ser sustituto del anterior.
Cambio de menú
El dato no sólo preocupa por lo que implica desde el punto de vista de la calidad alimenticia de la población, sino que es, para el sector, una verdadera herida al orgullo nacional.
Después de todo, la existencia de “la mejor carne del mundo” en abundante cantidad y a precios accesiblespara toda la población siempre fue algo que el país asumió como una de sus características inamovibles.
Se podía estar en una parte expansiva o recesiva del ciclo económico, pero el asadito era un mito intocable, algo que se extendía a todas las clases sociales.
Hasta era común transitar por las calles porteñas y toparse en las obras de edificios con parrillas improvisadas por trabajadores de la construcción, que ahora fueron reemplazadas por un simple sandwich.
Hoy, resulta difícil de explicar que el “proyecto nacional y popular” que ha logrado un extenso período de crecimiento económico, como le gusta recordar a la Presidenta en sus discursos, no haya sido capaz de garantizar el “asado para todos”.
“Nos tenemos que ir acostumbrando a que ya no somos el país de la carne; no tenemos y van a ir cerrando más frigoríficos”, fue el resignado diagnóstico de Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural Argentina, al recibir la noticia de un nuevo cierre de una planta procesadora, la de la ex Swift en Venado Tuerto, Santa Fe.
Su crudo análisis es que la industria frigorífica “se ha ido quedando sin materia prima”.
En la misma línea, Miguel Schiaritti, presidente de la Cámara de la Industria y el Comercio de la Carne de la República Argentina (CICCRA), destaca que en cuatro años la Argentina perdió 12,5 millones de cabezas.
El significativo descenso se profundizó luego de que el Gobierno ordenara el cierre de las exportaciones, justamente tratando de perseguir el efecto opuesto: bajar el precio en el mercado local.
La medida finalmente terminó “ahogando” al sector y causó, en los últimos años, el cierre de unas 120 fábricas y la pérdida de 13.650 puestos de trabajo.
¿Cuánto representa esta última cifra? Más que el total generado por la “bendecida” industria electrónica deTierra del Fuego.
Así las cosas, la carne argentina fue perdiendo espacio en las góndolas del mundo.
- Las ventas a otros países cayeron 75% en siete años.
- Actualmente Uruguay se da el lujo de exportar más, con una cuarta parte de cabezas de ganado.
Pero lo más irónico del caso es que el cierre exportador había sido ideado como una estrategia de proteger al consumo doméstico, al “desacoplar” los precios internos y los externos.
La estrategia oficial, iniciada en 2006, fue la de frenar exportaciones para forzar a los productores a abastecer el mercado nacional.
El transcurso de los años demostró que el país se quedó con menos “góndolas en el mundo” y precios internos más caros. Es decir, los dos males juntos a la vez.
¿Qué pasó en el medio? Ante el desestímulo para criar, los ganaderos liquidaron stock y muchos se reconvirtieron en productores sojeros. Los precios subieron, la Argentina perdió su sitial exportador y el consumo cayó más que en cualquiera de las crisis de los últimos 70 años.
Hábito sano, relato a medias
Pero el Gobierno tiene esa habilidad -reconocida hasta por sus opositores más acérrimos- de encontrarle la vuelta desde lo comunicacional a la hora de referirse al “ocaso” del bife argentino.
En sus últimas alocuciones rescató y encumbró, en diferentes actos políticos, a las otras alternativas de consumo animal: la aviar y la porcina.
Ahora, mientras los frigoríficos cierran -producto de políticas oficiales erráticas- se anuncian con bombos y platillos las inauguraciones de plantas reproductoras e incubadoras de pollos o faenadoras de cerdos.
La propia Presidenta se ocupa de resaltar las bondades de estos consumos: “Yo también creo que los pollos tienen sus virtudes, tal vez no sean afrodisíacas, como la de los cerditos, pero sí adelgazan. Es una carne muy magra, y si uno está delgado y además hace actividad física, entonces siente que puede volar con sus sueños”, enfatizó.
Y los empresarios no dudan sobre la influencia que tuvo la política oficial en este cambio de dieta.
“Da la sensación de que el pollo es tratado por el Gobierno como parte de una industria que se alienta, a diferencia de la de la carne, donde se nos maltrata e ignora”, expresa con resignación a iProfesional.comMiguel Schiaritti, de CICCRA.
Y, desde el punto de vista de la opinión pública, no parece que el abrupto descenso en el consumo cárnicohaya tenido un fuerte impacto, a juzgar por las encuestas sobre aprobación de la gestión económica del Gobierno.
“El relato del kirchnerismo se caracteriza por decir las verdades a medias. El tema de la carne viene a ser un claro ejemplo”, opina Diego Dillenberger, analista en comunicación institucional.
Entonces, ¿qué sucede en la sociedad cuando escucha un discurso oficial que transforma todo lo “malo en bueno”?
Para Dillenberger, los ciudadanos que votan a Cristina revalidan este “juego”, tal como ocurre con las estadísticas del INDEC, en la medida en que les garanticen empleo y cierto poder adquisitivo que se vaya indexando a la par de la inflación.
“Los argentinos no creen todo el relato oficial, pero lo convalidan mientras tengan trabajo”, sentencia el experto.
Nuevos precios de la dieta
Más allá de las explicaciones oficiales sobre las bondades nutricionales del pollo, lo cierto es que el cambio en la dieta de los argentinos no puede ser explicado totalmente por una cuestión cultural o de cambios de hábitosalimenticios.
Al analizar los números, lo que queda en claro es que el factor clave que ha determinado la sustitución de carne vacuna por la aviar es el precio.
Para tener una noción del encarecimiento de los cortes vacunos, basta con mencionar este dato contundente: afines de 2006 se podía adquirir un kilo de carne al valor de dos kilos de pollo.
Hoy la diferencia casi se ha duplicado: con lo que cuesta un kilo de asado (unos $40), cualquier persona puede comprar alrededor de 3,5 kilos de pollo, cuyo valor oscila entre los $9 y 11 pesos.
Cabe aclarar que en esta “competencia” el sector recibió un amplio apoyo estatal en los últimos años, más allá de que haya venido creciendo y optimizado su cadena productiva.
A este trato desigual se refiere Juan Manuel Garzón, especialista en el área agrícola del IERAL de la Fundación Mediterránea, que considera: “La caída en el consumo de carne bovina en Argentina se dio por una política pública muy agresiva”.
Las consecuencias de medidas oficiales dieron lugar a que la actividad ganadera “fuera un mal negocio. Por ello, durante el trienio 2007/ 2009 bastantes productores se deshicieron de stock”, concluye Garzón.
Tal vez lo más preocupante es que, lejos de reconocer los problemas, el Gobierno aduce haber ayudado a la actividad.
En su último discurso ante el Congreso, la Presidenta destacó que los productores disfrutaban ahora de unprecio del ganado como hacía tiempo no se veía.
“Esta referencia de Cristina al sector cárnico fue realmente desconcertante, pues parece estar reivindicando como un logro del gobierno al fenomenal aumento de la cotización del ganado en pie (de u$s0,80 a u$s2,00 el kg vivo en menos de tres años), cuando este salto, en realidad, fue la manifestación más cabal del fracaso flagrante de la estrategia sectorial pergeñada por Guillermo Moreno”, observa el consultor Federico Muñoz.
Así, con precios en aumento, consumo en mínimos históricos, exportación en decadencia y frigoríficos que cierran, los desafíos a la capacidad persuasiva del “relato” se intensifican.
Por ahora, sigue habiendo buenas noticias con las que camuflar las malas. En este caso, en forma de pollo.
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