En la última campaña, la oleaginosa “sacó del suelo” US$ 35 millones en hierro, zinc y cobre, entre otros minerales; aconsejan decisiones bioeconómicas.

El caso del cultivo de soja en la Argentina es emblemático si de extracción de nutrientes se trata. Con una producción de 40,2 millones de toneladas en la última campaña, la oleaginosa ofrece cifras significativas para considerar en los balances de una economía de recursos naturales.

Si se tienen en cuenta los niveles exportados de molibdeno, zinc, hierro, cobre, manganeso, boro y cloro, en la última campaña, el cultivo se llevó 35 millones de dólares en micronutrientes que ya no vuelven. Esto sin contemplar las campañas anteriores como tampoco el futuro de la mano de incrementos de rinde que nos llevarán a la situación de comenzar a “raspar el fondo de la olla”.

Un análisis completo de micronutrientes en suelo tiene un costo de 52 dólares cada 40 hectáreas, en tanto que un perfil foliar cuesta 41 dólares. Incluir estos minerales en los estudios contribuye firmemente a un manejo integral de los recursos naturales y da pie para la construcción de un programa de largo plazo que permita rescatar a estos nutrientes junto a los hegemónicos nitrógeno y fósforo de una situación de pérdida que ya puede ser considerada crónica.

Las auditorías locales indican que en los últimos 23 años, en el 80% de los suelos del sur de Santa Fe, norte y oeste de Buenos Aires y sectores confinados de Entre Ríos los niveles de zinc son como mínimo un 50% menores que algunos de los suelos del mismo campo que jamás fueron destinados a agricultura. Los datos surgen de estudios sobre niveles de zinc, boro, hierro, manganeso y cobre hasta 60 centímetros de profundidad y de cloro más recientemente.

La carencia también ha sido confirmada por la respuesta sensible a la aplicación de diferentes fuentes en suelo y foliar, con correcciones específicas para cada cultivo. La complementación está dada por el seguimiento de nutrientes ultra-traza como molibdeno en lecturas de partes por billón.

Antecedentes en el país

La historia de la micronutrición de los cultivos en la Argentina se remonta a los años 60, cuando el ingeniero Edgardo Vanoni hablaba de las carencias de cobre en las proximidades del Vallimanca, y de cobre y manganeso confinado a áreas deprimidas de la pampa húmeda.

En la década del 70, los ingenieros Jorge Molina y Carlos Delorenzini mencionaban en una de sus publicaciones la necesidad de aplicaciones de complejos neutralizados de hierro.

En los 80 ampliaba la base de información la ingeniera Silvia M. de Ratto, con seguimientos y hallazgos de boro. Ya en los 90, la ingeniera Emilia Rivero extendía sus estudios a otros minerales nutritivos como el zinc.

En un período más próximo, el ingeniero Néstor Romero refuerza con sendos seguimientos en ambientes del oeste del área pampeana.

En el mundo

La región de Essex, ubicada al sudeste de Inglaterra, es una de las regiones con más historia agrícola de ese país. Allí los análisis de suelo emiten casi sistemáticamente la necesidad de aportes de manganeso para trigos de invierno.

Canadá cuenta con legislación acerca de cumplimentar la nutrición mineral y realizar monitoreos intensivos con información concreta de consumo en estados como Saskatchewan, Manitoba, Alberta, British Columbia. A principios de los años 90 el consumo ya ascendía a 1400 toneladas.

También Brasil, en estados agrícolas como Rio Grande, San Pablo, Mato Grosso, promueve prácticas sólidas de incorporación de nutrientes ultratraza en semillas. Desde la década del 60, los diagnósticos son corrientes para un plan que permanece por años y que promovió en los 90 la generación de hasta 200 empresas dedicadas a la formulación para poder satisfacer la demanda micronutritiva.

Cómo diagnosticar

A la hora de diagnosticar los parámetros del ambiente es primordial determinar el método a utilizar, la realización de un monitoreo por ciclos de 3 a 4 años y rechequeos cada 2 o 3 años. Además, se deben considerar las auditorías de minerales hasta 60 centímetros.

En el balance nutricional, además de los fertilizantes, se deben considerar los aportes de micronutrientes provenientes de aguas de riego, abonos naturales, cama seca de pollos, cales agrícolas, dolomitas agrícolas, aguas residuales (feedlots, agroindustriales) y cenizas.