lunes, 31 de octubre de 2016

De los toros a las semillas: ¿qué modelo queremos para la Argentina?



En nuestro país miles de pequeñas cabañas desparramadas a lo largo y lo ancho de la patria crían, mejoran y adaptan reproductores. Están en los campos generando trabajo en sus pueblos, soportando adversidades climáticas y cuando pueden venden sus reproductores bovinos al precio que estén dispuestos a pagarle quienes necesitan comprar esos toros. Son un modelo de pyme para copiar y muchas de estas exportan esa genética a países líderes en razas vacunas. 
Estas cabañas dan trabajo especializado a genetistas, mejoradores, veterinarios, inseminadores, personal de campo, tractoristas y pagan sus impuestos. Estas cabañas venden a los mejores postores y hasta garantizan la calidad y aptitud de sus animales. Toda esta calidad genética de adaptación local al precio que los productores los quieran o puedan pagar. Además a la vanguardia de la tecnología con el respaldo de las asociaciones de razas estudian y manejan la genómica para mejorar los caracteres de calidad de carne y leche. 
No reclaman derechos de propiedad intelectual por los terneros nacidos, ni por sus nietos. Se venden los toros y todo se salda en esa compra. Así funcionan miles de cabañas, libremente, sin protecciones especiales, sin poder fijar precios y garantizando calidad y desempeño. Estos son nuestros criadores, así se hace nuestro mejoramiento genético en el rodeo argentino donde se produce la mejor carne del mundo. 
La cosa es totalmente opuesta en lo que a semillas respecta. Unos pocos criaderos de semillas, concentrados en grandes empresas, mayormente multinacionales, hacen lo mismo que las cabañas ganaderas pero con las semillas. 
Estos son formadores de precios. La semilla de soja que el año pasado costaba unos 20 dólares por bolsa de 40 kg., hoy cuesta 30 dólares, y vaya uno a saber cuánto costará el próximo año. Cuentan con protecciones que les otorga la Ley de Semillas, aunque no les alcanza, quieren más, quieren cercenarnos el derecho de uso propio y cobrarnos cada vez que usemos como semilla el producto de nuestras cosechas. Es decir, como si el cabañero nos quisiera cobrar cuando nacen los terneros. 
En el camino apelan a distintas artimañas, invierten quizás más dinero en publicidad que en mejoramiento, y no se preocupan demasiado por innovar porque no tienen competencia. 
Próximamente se debatirá en las cámaras un proyecto de Ley de Semillas que permitirá el cobro de regalías cada vez que un agricultor vuelva a sembrar las semillas que una vez compró y pagó al precio que le fijaron estas empresas. Si este proyecto prospera ¿qué será de nosotros los agricultores? ¿quién pondrá freno a la estampida de precios que deberemos pagar todos los años a estas pocas empresas semilleras? 
Y sin embargo siguen reclamando derechos. Siguen tratando de capturar una mayor porción de la renta de los agricultores que, ante la imposibilidad de recurrir al uso de su propia semilla, deberemos someternos a pagar los precios que nos impongan.
Algunas empresas que dicen ser dueñas de un gen anuncian también ser los propietarios del genoma completo y cobran a quienes usan sus semillas un canon acorde a la cantidad de grano producido, como si esa semilla fuera la única responsable del rendimiento final. 
Así estamos con pequeñas empresas que ni tienen, ni piden protecciones especiales por su trabajo, no reclaman regalías, ni propiedad intelectual y no son formadores de precios. Son nuestros cabañeros. Frente a estas unas pocas grandes empresas semilleras que producen con distintas protecciones y que vienen por más.
El verdadero debate es que modelo queremos para la Argentina. 

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