sábado, 30 de marzo de 2013


Haciendo tacto a las vacas

Jorge Raúl Spinelli* – Muchas veces he contado en este lugar alguna aventura sucedida en los días de tacto a las vacas, pero nunca me detuve a repasar los detalles de este trabajo.
El tacto rectal consiste en introducir el brazo, generalmente el derecho, a través del ano de una vaca o vaquillona y avanzar dentro del recto, hasta poder palpar el útero de la dama. Esto sería una síntesis grosera de la cosa, pero tiene un montón de adornos por describir.
Como estarán imaginando, no es una tarea sumamente higiénica, así que la indumentaria tiene un lugar especial. Personalmente uso un mameluco al que doy vuelta hacia adentro del cuerpo la manga derecha, de forma tal que el brazo queda completamente libre para el trabajo. En verano el torso no lleva más ropa que esta, mientras que para el invierno, tengo un chaleco de lana sin mangas, que me pongo debajo del mameluco para cortar un poco los fríos, sobre todo en la madrugada. Son infaltables las botas de goma con un buen par de medias abrigadas debajo, y corona el atuendo, alguna boina o sombrero de alas, de acuerdo a la estación. Además de esta ropa, el brazo que se sumerge dentro de la vaca, va enfundado en un guante que lo cubre hasta el hombro.
Las tareas empiezan bien temprano, ya que generalmente en un día se revisan cientos de animales. La velocidad del trabajo depende de las condiciones de la manga y de la cantidad y eficiencia de la gente que ayuda. Cuando todo está bien, se pueden hacer hasta doscientas vacas por hora, pero tampoco son raros los casos en que solo hacemos cuarenta o cincuenta, y con mayor esfuerzo y cansancio de todos.
Cada vaca se hace pasar por la manga, y al llegar a la casilla de operaciones, que es la parte que está más próxima a la salida, se agarra con el cepo. Este elemento la fija tomándola del cuello. Luego se abre la puerta trasera izquierda de dicha casilla y nos queda a mano el trasero del animal. Si hay buen lugar, uno se para detrás de la hembra para hacer el trabajo más cómodo, si no lo hay, es cuestión de arreglarse. Se toma firmemente la cola con la mano izquierda y luego, poniendo la derecha en forma de cucurucho, se la introduce en el ano llevando el brazo dentro de la paciente, a veces hasta la altura del hombro. Se extiende entonces la mano y con la punta de los dedos palpamos el útero, detectando preñeces que van desde los treinta y cinco días, donde solo percibimos un pequeño engrosamiento con contenido líquido, hasta unas semanas antes del parto, donde podemos meter los dedos dentro de la boca del ternero sintiendo una agradable succión.
Es un lindo trabajo con múltiples matices. A veces tenemos que hacer de peones para apartar las madres de sus terneros antes de empezar, otras nos toca trabajar en mangas sin puertas y allá vamos corriendo detrás de cada vaca que traemos de a una, desde el corral del fondo o toril. En ocasiones se pueden palpar desde el costado de la manga sin entrar en ella, o puede pasar que nos encontremos con animales que han estado comiendo rastrojos de girasol y dentro del recto tienen un contenido seco, duro y negro que nos obliga a grandes esfuerzos. Todo esto sin contar los innumerables accidentes de los que hemos sido protagonistas, o que le han sucedido a otros colegas.
En las zonas de cría, donde los rodeos son muy numerosos, un veterinario puede llegar a revisar cuarenta mil animales en una campaña, mientras que en lugares mixtos como los que nos toca recorrer, se hacen de diez a quince mil, lo que lleva a que, después de varios años de trabajo, nos salgan una especie de “ojitos” en la punta de los dedos, con los que podemos averiguar hasta los menores detalles dentro de una hembra.
“Lindo haberlo vivido para poderlo contar”, dijo uno.
(*)  Jorge Raúl Spinelli escribe sus comentarios en el blog “Jorge Spinell – Un Veterinario Argentino” (www.jorgespinelli-veterinario.blogspot.com).

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