domingo, 27 de noviembre de 2016

El problema económico es otro


El círculo virtuoso de inversión en tecnología, aumento de productividad y mejores empleos ya no funciona siempre
Ejercicio mental: bajan de naves espaciales visitantes que no vienen a conquistarnos ni a explotar nuestros recursos. Son una especie que evolucionó de manera dramáticamente diferente a los seres humanos a partir de los insectos sociales en lugar de los chimpancés. Estos alienígenas son capaces de aprender un lenguaje, resolver problemas y mostrarse creativos; sin embargo, los mueve un imperativo biológico distinto al nuestro: tan sólo llevar a cabo un trabajo útil, como las castas obreras de las abejas u hormigas. No les interesa el ocio, el entretenimiento, la satisfacción intelectual, no se enamoran ni desean destacarse como individuos. Se reproducen asexuadamente, maduran en pocos meses, no les interesa especialmente la comida porque carecen del sentido del gusto y no precisan hogar porque duermen donde trabajan.
Ohio o Michigan son “estados Brexit” porque fueron industriales y son antimundo, igual que las pymes del Conurbano
Gradualmente se integran a nuestra sociedad, ansiosos por trabajar y hacerlo gratis. Las empresas ponen a los alienígenas a ocupar puestos en tareas rutinarias y, al demostrar competencia, pronto van realizando tareas más complejas hasta, progresivamente, reemplazar a la mayoría de los humanos en la tarea del trabajo. Un puñado de personas que son dueñas de las empresas y sus principales ejecutivos disfrutan de crecientes ganancias, las ventas de bienes de lujo se disparan pero las de los productos masivos comienzan a caer porque los recortes de personal hacen que una mayoría creciente de la población viva de subsidios del Estado, mucho menores que los salarios. Ante la caída del consumo, las empresas quiebran porque nadie puede comprar sus productos.
La parábola de la invasión alienígena es una adaptación del libro El auge de los robots, donde se dramatiza el problema de las máquinas que producen pero no compran lo que producen. Un caso más real es el de empresas enormes como Google y Facebook, que tienen una ínfima cantidad de personal en relación con sus ventas, dejando obsoleto el modelo de plusvalía que denunciaba Marx porque a sus proporcionalmente pocos empleados les ponen hasta sala de masajes mientras la “explotación” sería de quienes no son sus empleados.
Macri debería tener mucho cuidado con qué tipo de inversiones es adecuado para generar puestos de trabajo que luego generen consumidores, y Trump prestar más atención a que su principal problema de empleo no son los mexicanos sacándoles el trabajo a los norteamericanos sino los robots que ya hay dentro de Estados Unidos, para concentrase en reconvertir a los trabajadores que hacían tareas que ahora pueden hacer máquinas.
Hasta 1970 se mantuvo la positiva relación simbiótica entre crecimiento de la productividad por incorporación de máquinas, sindicatos que podían conseguir aumento de salarios por aumento de productividad, y con mayores ingresos los trabajadores podían comprar más productos que ellos mismos producían.
Pero la ley de Moore, por la cual la potencia de los ordenadores se duplica cada año, está rompiendo aquel círculo virtuoso: en lugar de las máquinas aumentar la productividad de los trabajadores, ahora las máquinas sustituyen a los trabajadores. En Estados Unidos, en los últimos treinta años, la productividad se duplicó mientras que –y no por culpa de los inmigrantes– los salarios, corregidos por inflación, bajaron 13%. Así, el único consumo que creció fue el del 5% más rico de la sociedad, que llegó a representar el 40% del total del consumo de ese país.
Cuando Henry Ford II le mostraba al jefe del sindicato automotor, Walter Reuther, la nueva planta automatizada de Ford, le preguntó en broma: “¿Cómo harás, Walter, para que estos robots paguen las cuotas sindicales?”. Y el líder sindical, recordando al Henry Ford originario, le respondió: “¿Y cómo harás, Henry, para que estos robots compren tus autos?”.
Otro tema interesante para Macri es que el aumento de la productividad no se mide por lo que una fábrica podría producir por hora sino por lo que efectivamente produce, y eso depende más de la demanda, o sea del consumo, que de la total capacidad de oferta. El consumo es más importante que lo que Cambiemos sostenía.
En una entrevista de la CBS News, el presidente norteamericano dijo que el problema es “que demasiadas personas están entrando al mercado laboral y demasiadas máquinas las están echando”. El presidente no fue Obama sino Kennedy, el 2 de septiembre de 1963. La solución no es prohibir las máquinas, porque nadie puede negar que el avance tecnológico siempre dio lugar a sociedades más prosperas como resultado del aumento de productividad del trabajo, porque mientras la tecnología destruía empleos, a la vez creaba otros muchas veces mejor pagos, como el ejemplo de los campesinos que migraron a las ciudades.
En el libro El auge de los robots se cita a Milton Friedman, Premio Nobel de Economía, quien contratado por un gobierno asiático para asesorarlo en los años 60, al visitar una obra pública de gran magnitud y sorprenderse de ver a los obreros con picos y palas, preguntó por qué no usaban excavadoras. Le respondieron que el proyecto había sido concebido para dar empleo a la gente con obra pública. E irónicamente, Friedman contestó: “¿Por qué, entonces, no les dan a los obreros cucharas en lugar de palas?”.
El círculo virtuoso de inversión en tecnología, aumento de productividad y mejores empleos ya no funciona siempre
La inmigración o los tratados de libre comercio como causal de pérdidas de empleos puede parecer verosímil, pero la economía es a menudo contraintuitiva. En muchos servicios, ni siquiera es necesario que los trabajadores emigren o el producto cruce físicamente la frontera, como los call centers, donde trabajadores de un país atienden servicios de otro, o se abastecen productos de forma remota, como Netflix.
La era digital creó estas transformaciones laborales y la próxima era, la de la nanotecnología, de acá a veinte o treinta años, promete máquinas moleculares que reestructurarán átomos para transformarlos instantáneamente en materias primas baratas. Esa abundancia radical volvería a cambiar la economía, obligando a reinventar el sistema de intercambios. Para aprovechar mejor las tendencias de cada época, es importante tener un buen diagnóstico. A veces Trump y Macri, cada uno en su dirección, no parecen tenerlo

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