lunes, 19 de junio de 2017

Uvas : Estudio de diversidad genética y potencial enológico sin explotar


Hay gran variabilidad, en el grupo de "criollas". Algunas, poco conocidas, darían buenos vinos, según un trabajo de la EEA. Mendoza del INTA desde hace 5 años.
Árbol genealógico y relaciones parentales de las variedades criollasEn rojo se muestran las variedades europeas que actuaron como progenitores, en azul, las nuevas variedades encontradas en el presente trabajo y en negro variedades determinadas por otros trabajos de investigación. La Figura fue extraída de la publicación presentada por los investigadores del INTA (Aliquó et al. 2017). El grupo de trabajo del INTA está formado por: Jorge A. Prieto, Gustavo Aliquó, Rocío Torres, Martín Fanzone, Santiago Sari, María Elena Palazzo y Jorge Pérez Peña.
En el mundo existen más de 5.000 variedades de vid diferentes para distintos usos: consumo en fresco, vinificar y uva para pasa. entre otros. Sin embargo, el mercado mundial de vinos está acotado a un grupo minoritario de variedades en su mayoría francesas, españolas e italianas. Estas pocas variedades (por ej.: Cabernet Sauvignon, Chardonnay, Malbec, Tempranillo, Sangiovese, etc.) ocupan un gran porcentaje de las ventas de vino a nivel mundial.
El mercado argentino no es muy distinto, en especial luego de la transformación de la industria vitivinícola durante los años 90 cuando se realizó una reconversión de viñedos hacia variedades de alto valor enológico, todas europeas. Más allá de esta marcada tendencia, aún existen alrededor de 74.195 ha cultivadas con variedades criollas, lo que representa cerca de un 33 % de la superficie cultivada con vid en Argentina. Las variedades criollas más cultivadas corresponden a Cereza (29.190 ha), Criolla grande (15.970 ha), Pedro Giménez (11.389 ha) y Torrontés riojano (8.221 ha).
Durante las décadas de los 70 y 80 se privilegió el cultivo de estas variedades debido a su alto potencial de rendimiento. Su destino es principalmente la producción de vino básico y/o mosto dependiendo de las condiciones del mercado. Hoy en día, estas variedades están cuestionadas debido a su escasa aptitud enológica, en especial para la elaboración de vinos tintos. Una mención aparte merece la variedad Torrontés riojano, la cual es considerada hasta el momento la única variedad criolla de alta calidad enológica.
Un equipo de trabajo del INTA, en Mendoza, guiado por Jorge Prieto, y que está integrado por Gustavo Aliquó, Rocío Torres, Martín Fanzone, Santiago Sari, María Elena Palazzo y Jorge Pérez Peña, estudian la genética y las cualidades como para elaborar vinos de alta o media gama con estas uvas y de generar productos únicos del territorio, de calidad y que puedan diferenciarse en los mercados. Parte de este estudio se ha publicado recientemente en la Revista Australiana de Investigación en Uva y Vino (Australian Journal of Grape and Wine Research), la revista científica de mayor impacto a nivel internacional en temas de viticultura y enología.
Los profesionales informaron que se denomina variedades criollas a las que se originaron en Sudamérica. En general, se generaron a partir de cruzamientos naturales entre las plantas de vid traídas por los españoles desde la época de la conquista.
Estos se producen cuando el polen de una variedad fecunda la flor de otra variedad, originando una semilla genéticamente distinta a sus progenitores, por lo tanto, un nuevo genotipo, o en el caso de la vid una nueva variedad. Si bien esto parece poco probable que ocurra, hay que considerar que las plantas se cultivaban mezcladas en la misma parcela y que esas variedades convivieron juntas por casi 400 años.
Esta hipótesis fue probada hace algunos años por investigadores de la FCA de la UNCuyo y de Chile, quienes determinaron que la mayor parte de estas variedades tienen como progenitores al Moscatel de Alejandría (variedad de origen griego traída a América por los jesuitas) y a la denominada comúnmente Criolla chica, que en realidad es una variedad española cuyo nombre original es Listán prieto. Estas dos variedades se cruzaron repetidas veces y originaron las variedades criollas más conocidas hasta el momento. Se trata, por lo tanto, de variedades que vienen siendo cultivadas en nuestro medio desde hace casi 400 años y adaptadas al medio ambiente local.
Hasta hace algunos años, la única forma de identificar o diferenciar una variedad de vid era a través de las características morfológicas de hojas, ápices, brotes y racimos (ampelografía). Actualmente, a través de estudios del ADN se puede identificar un individuo o una variedad de forma precisa. Además, se pueden comparar los resultados con otras bases de datos en otros países para saber si la variedad ya existe en otra parte del mundo, o si se trata de una variedad original. Dijeron Prieto y Pérez Peña que este estudio se trabajó con marcadores moleculares validados por la Organización Internacional de la Vid y el Vino (O.I.V.) y por trabajos de investigación previos nacionales e internacionales, para la identificación de variedades.
Cuando se habla de variedades criollas, para la mayoría de la gente es inevitable pensar en las variedades Criolla grande o Cereza y asociarlas de inmediato con una baja aptitud enológica. Sin embargo, existe otro grupo de variedades criollas que no se encuentran difundidas en el medio y que están siendo estudiadas hace 5 años por nuestro equipo con el objetivo de identificarlas genéticamente, conocer su origen y los posibles progenitores involucrados. De forma simultánea se está trabajando también en su caracterización agronómica y enológica.
La mayoría de estas variedades se rescataron en la década del 50 de viñedos antiguos del Oeste argentino y se implantaron en la colección de variedades de la EEA Mendoza INTA, por los ingenieros del INTA José Vega y Alberto Alcalde. Algunas de estas variedades se perdieron con los años. Basta mencionar que había una colección con 50 variedades criollas que se arrancó en los años 70 y de la cual se pudieron recuperar algunos individuos. Este trabajo se ha realizado en colaboración con un grupo de investigadores del INRA de Francia, donde se encuentra la colección de variedades de vid más grande del mundo y que alberga más de 7.800 en total.
Gracias al análisis de ADN, encontraron hasta el momento 28 variedades criollas diferentes, de las cuales 18 corresponden a genotipos no conocidos anteriormente y 10 a variedades ya previamente estudiadas. De las 18 variedades nuevas hay muchas que no están presentes en viñedos comerciales y es probable que las plantas de la colección sean las únicas existentes de la variedad. Por otro lado, los resultados también indicaron que hay otras variedades que actuaron como progenitores (además de Criolla chica y Moscatel de Alejandría antes mencionados) originando nuevas variedades.
Entre ellas, se puede citar al Moscatel de grano pequeño y también al Malbec. El hecho que el Malbec sea el progenitor de dos variedades criollas indica que el proceso de hibridación continuó hasta después de la llegada de las variedades francesas a mediados del siglo XIX, con la llegada de Pouget a Mendoza. En consecuencia, el proceso de “formación” de las variedades criollas fue más complejo y diverso de lo que tal vez se pensaba.
¿Es entonces el Torrontés riojano la única variedad criolla con alto potencial enológico? No. Estos 5 años de estudio permitieron al equipo de investigadores cuyanos identificar cerca de 10 variedades con potencial enológico promisorio debido a su composición polifenólica, perfil aromático y acidez y que permiten asegurar que hay otras variedades criollas, además del Torrontés riojano que tienen elevado potencial enológico.

Es muy probable que en viñedos y parrales antiguos aún existan muchas otras variedades desconocidas, mezcladas y/o confundidas.Jorge Prieto

Las colecciones de vid del INTA (la más grande en Sudamérica) tiene entre sus numerosos objetivos evitar pérdidas de individuos únicos.Rocío Torres

Prospectamos viñedos viejos en distintas zonas, recolectamos material y lo analizamos científicamente en busca de identificar otros genotipos.Jorge Pérez Peña

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