martes, 8 de agosto de 2017

La gran deforestación latinoamericana. Despiadada aniquilación de bosques, junglas y selvas























La industria maderera y las construcciones destruyen grandes extensiones de bosques.

Vivimos en un mundo que se construye mediante la destrucción de los entornos naturales que albergan los tesoros benditos del planeta Tierra, según una publicación difundida por Nodal. Detrás de los centros comerciales, restaurantes de comida rápida, tiendas por departamento, complejos agroindustriales, edificios corporativos, autopistas vehiculares y demás proyectos urbanísticos, se esconde la despiadada aniquilación de los bosques, junglas y selvas en varios países latinoamericanos.
La salud de los ecosistemas padece de un círculo vicioso en manos del hombre, quien personificando al capitalismo de la atroz sociedad del siglo XXI, no se cansa de derramar la sangre que se ciñe en la raíz, en el tallo y en las hojas de la naturaleza. Es así, como la gran semilla que germinó el árbol de la vida, se sigue pisoteando, talando y derrumbando con la fuerza del hacha. De allí que los altos índices de deforestación observados en la actualidad son un reflejo de la ancestral complicidad de las empresas transnacionales, los organismos públicos y la indiferencia de la gente.
El artículo de Carlos Fermín sostiene que la deforestación va más allá de ser un proceso conllevado por la acción humana en el que se destruye la superficie forestal, debido a la tala o quema de árboles para satisfacer el apetito caníbal de la industria maderera, o para obtener suelos fértiles en los cuales desarrollar actividades mineras, agrícolas y ganaderas. Creemos que la deforestación es un problema irreversible e irreparable, pues su ejercicio está intrínsecamente coligado a otros inconvenientes de magnitud global, como la delincuencia organizada, el consumismo, el contrabando, la corrupción, el narcotráfico y la inacción judicial. Todo conspira a favor de la impunidad ambiental, que nunca recibe las denuncias, las sanciones y los castigos para los criminales, pero siempre aparecen nuevos productos, marcas y engaños que venderle a las personas.
En conexo, la deforestación fue una legendaria práctica ilegal que asaltaba los troncos bajo la luz de la Luna, y se convirtió en una rentable costumbre que se negocia a plena luz del Sol. No hay duda, que el desquiciante sonido de la sierra eléctrica prendida las 24 horas del día, hace que todos se desvelen escuchando la gran acústica del ecocidio en contra de la Pachamama. De hecho, mientras usted lee este artículo, siguen desapareciendo más y más árboles en la geografía mundial, porque los oficinistas necesitan hojas de papel para imprimir el logo de la nueva campaña publicitaria, los arquitectos requieren mucho más espacio para construir la pista de aterrizaje del nuevo aeropuerto, y los inversionistas extranjeros quieren empezar a extraer el oleaginoso petróleo.
A nadie le importa el destino de la biodiversidad, que implora silencio dentro de sus templos sagrados de supervivencia. Las aves, los reptiles, los mamíferos y los anfibios, se ven forzados a abandonar sus hogares, antes que la tierra orgánica de sus nidos, cuevas y madrigueras, se transforme en una carretera asfaltada, en piso de granito pulido, o en alfombras tapizadas en bronce. No obstante, los seres humanos piensan que todo se resuelve colocando una bonita planta ornamental frente a la puerta de bienvenida de los locales comerciales. Nos seguimos equivocando al creer que con un poquito de verde artificial impregnado en el desértico entorno que habitamos, ya el sentimiento de culpa quedará execrado de nuestra conciencia.
Recordemos que la belleza biológica de los árboles, protege al suelo de la erosión, absorbe el dióxido de carbono (CO2), y libera oxígeno que purifica el aire del entorno. Incluso, los árboles abaten el impacto de las ondas sonoras, que causan contaminación sónica por el excesivo ruido del mundo moderno, debido al claxon de los automóviles, las máquinas de las empresas y las alarmas de las tiendas. La presencia de árboles en zonas urbanas, propicia un clima agradable que mejora nuestra relación con el prójimo, al percibir una mayor armonía, empatía y civismo entre los residentes. Es el refugio, el alimento y la esperanza de vida para seres vivos como insectos y pájaros, que a su vez, ayudan a mantener el equilibrio en los ecosistemas.
Los árboles son fuente de sabiduría, relajación e inspiración para quienes se atrevan a descubrirlos.
En las últimas décadas se viene abusando de los recursos naturales, arrancando con violencia la hierba que crece en cada rincón del globo. Un problema que se repite en Latinoamérica, es el daño ambiental originado por la privatización de terrenos. El salvaje desmonte que se hace en predios, huertos, conucos y fincas, por disposición de los dueños de las tierras, es una práctica que destruye de forma arbitraria los ecosistemas. El hecho que sean los propietarios de un inmueble, no les da derecho a jugar con el hábitat.
Ya es imposible que la Naturaleza resuelva por completo las problemáticas vinculadas al Efecto Invernadero, al Cambio Climático y al Calentamiento Global. Vemos que la mayoría de los individuos se confunden al creer que sólo por observar un puñado de árboles frente a sus ojos, tras salir de viaje o regresando del trabajo, ya es razón suficiente para afirmar que el Mundo sigue tan verde como el pasto. Esa es la atávica trampa utilizada por las empresas inescrupulosas, que se aprovechan del marco de ilegalidad ambiental, para continuar con la nociva práctica de la deforestación, sin temor a represalias de los habitantes, comunidades o gobiernos.
La transculturación genera una mayor demanda de bienes y servicios que asfixian el discernimiento de la gente. Cuando negamos la importancia de rescatar el sentido de pertenencia, desconociendo las raíces autóctonas de nuestros territorios e irrespetando el valor del Medio Ambiente, estamos permitiendo la entrada de agentes externos (fábricas, consorcios, compañías), que deciden impulsar una infraestructura que jamás se somete a controles socio-ambientales, para tasar el grado de contaminación y la destrucción ambiental provocada. Lo más triste, es que las familias humildes de campesinos, etnias aborígenes y sembradores, terminan siendo las principales víctimas del eterno complot que existe entre el chantaje de los latifundistas, el oportunismo de las contratistas y los intereses económicos de los empresarios.
DEFORESTACIÓN EN LATINOAMÉRICA
En Brasil, la deforestación aumentó en un 28% tras reportarse más de 5 mil kilómetros cuadrados de árboles talados, en gran medida, por la legalización de la reforma al Código Forestal que achicó las áreas verdes protegidas dando cabida a megaproyectos que destruyen la vegetación carioca. Los estados de Mato Grosso, Roraima y Pará registraron los mayores índices de deforestación.
En México, las obras de ampliación vial dieron como fruto la tala indiscriminada de 1.500 árboles en la ciudad de Cancún, y más de 400 árboles sanos fueron derribados en la autopista México-Puebla, para seguir aumentando los kilómetros de pavimento que destruyen los suelos.
En Paraguay, se incrementó un 34% la práctica de la deforestación a comparación de 2012, con más de 160 mil hectáreas de boques taladas. En la actualidad, la nación paraguaya deforesta gravemente la Reserva Natural Cabrera Timane y el Parque Nacional Médanos del Chaco.
Recordemos que el Gran Chaco Americano, integrado por Argentina, Bolivia, Paraguay y Brasil, es el mayor bosque seco continuo del Mundo, y viene siendo sometido a un extremo proceso de deforestación que agudiza la crisis ambiental global.
En Perú, se depredan alrededor de 150.000 hectáreas al año, por la caótica práctica de la minería ilegal que está fuertemente adentrada en todo el territorio. Así, se ha perdido más del 50% de la cubierta vegetal de la costa peruana y se han reducido los bosques nativos del país andino.
En Bolivia, se disipan 250.000 hectáreas boscosas al año, por el crecimiento de la frontera agrícola y el llamado “chaqueo”, que se basa en la incineración ilegal de árboles para obtener suelos fértiles en los que cultivar la coca.
Recordemos que Bolivia perdió 1,8 millones de hectáreas por deforestación entre el período 2000-2010, afectando a las localidades de Santa Cruz, Cochabamba, Pando, Beni y la Paz. Hoy en día, la tendencia negativa sigue en aumento debido a que Bolivia junto a Paraguay, Indonesia, Malasia y Angola, está perdiendo rápidamente la masa forestal de sus territorios, y por ende, deforestando los bosques del Mundo.
En Ecuador, la tasa de deforestación marcha a pasos agigantados, sobre todo, en la provincia costera de Esmeraldas, donde la madera es vista como una mercancía por extraer de los bosques nativos, plantaciones y formaciones pioneras.
En Argentina, se sigue afianzando la deforestación de los bosques nativos en la provincia de Córdoba. La elevada tasa anual de desmonte que se presenta en suelo cordobés demuestra que no existe una verdadera política ambiental que castigue el delito y garantice el respeto por los ecosistemas. Vemos que cada año en departamentos como Ischilín, Río Seco, Tulumba y Cruz del Eje, se observa un daño ecológico permanente.
En Uruguay, se pagan las consecuencias de privatizar el parque Roosevelt, que era un lugar de sana recreación familiar, y se convertirá en un parque de diversiones que tendrá 16 atracciones mecánicas, incluyendo un elevador de 17 metros de altura, el cual se entretuvo talando más de 100 árboles en un predio de 3,5 hectáreas.
En Chile, se talaron decenas de árboles patrimoniales en el municipio de San Bernardo, por donde se ubica la avenida Portales que es una zona emblemática chilena. Cabe destacar, que en la comuna de Curarrehue en Chile, se verificó el camino equivocado que transita la sociedad moderna, derrumbando árboles milenarios por ignorancia.
En Cuba, la provincia de Holguín aqueja un gravísimo deterioro ambiental por la ilegalidad unida a la tala y quema de árboles, a los suelos dañados por la extracción de minerales, y al vertido de basura doméstica.
En Colombia, persiste el problema de la deforestación en Cundinamarca, que arrasa 23 mil árboles al año, lo que repercute en más de 2300 hectáreas.

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