jueves, 17 de agosto de 2017

Al país le llegó la hora de producir


Aunque se sabe que la campaña política va a continuar hasta fines de octubre, cuando se haga la votación de medio término, los resultados obtenidos en las PASO debieran ser lo suficientemente tranquilizadores para el Gobierno como para que retome, aunque sea en parte, la actividad ejecutiva muy postergada por la dedicación al proselitismo eleccionario, […]
Aunque se sabe que la campaña política va a continuar hasta fines de octubre, cuando se haga la votación de medio término, los resultados obtenidos en las PASO debieran ser lo suficientemente tranquilizadores para el Gobierno como para que retome, aunque sea en parte, la actividad ejecutiva muy postergada por la dedicación al proselitismo eleccionario, en muchos casos casi full time, de buena parte de los funcionarios.
Pero como se sabe, los tiempos políticos no son, muchas veces, los de la sociedad, mucho menos los de la producción, y menos todavía los de la naturaleza. De ahí la importancia de comenzar rápidamente con acciones concretas pues, en el caso del campo, ya hubo dos campañas “jugadas” (la 16/17 y la actual 17/18) que, si bien, mostraron un mejor humor de parte del campo y las ganas de volver a apostar, no representaron grandes avances concretos en volúmenes de producción, más allá de los vapuleados “récords” mediáticos de los granos, con crecimientos de volumen que de todos modos, no superaron el 10% anual, a pesar del retraso relativo que habían registrado en el último quinquenio.
Tampoco hace falta insistir con el retroceso de actividades centrales como la lechería o la fruticultura, ni el estancamiento parcial de la ganadería o la pesca, que tienen un potencial muchísimo mayor al que vienen manifestando.
Pero lo crucial del tema es que la producción agroindustrial es central a la hora de negociar con otros países, sean de la región, europeos, o con los gigantes económicos en el mundo de hoy, como es el caso de los asiáticos.
Los alimentos, además de ser los productos más competitivos que tiene la Argentina respecto a las condiciones agroecológicas para su producción, fueron hasta ahora los únicos que habían logrado exportarse sin mayor ayuda, y hasta con impuestos a la exportación, las mal llamadas retenciones. Sin embargo, la inflación, el aumento  de costos, la presión fiscal, las cargas laborales, el blanqueo de tarifas, y el tipo de cambio, entre otros puntos, vienen deteriorando también la perfomance exportadora de este sector, que siempre constituyó la fuerza de tracción en los mercados externos. Tanto es así que la agroindustria justificó históricamente alrededor de 58%-60% de las divisas que ingresaban al país, porcentaje que en los últimos años llegó a alcanzar un alarmante 70%, debido a la caída que registraron las ventas de otros rubros.
Por supuesto que el tema es inquietante ya que un esquema equilibrado pasaría por aumentos de producción sostenidos, que permitan incrementos genuinos de las exportaciones globales (no solo del campo y el mar), en condiciones de competitividad. Esos son los ingresos legítimos que tiene un país para pagar los productos y materias que no produce.
“Ahora sobran los dólares”, sostienen algunos cortoplacistas intentando minimizar el rol de las exportaciones y aludiendo a las partidas que ingresan con destino a solventar gastos, muchos de ellos corrientes, pero eso es “deuda”, mientras que la producción y las mayores exportaciones, constituyen generación de recursos y fuentes de trabajo, tal vez con algún endeudamiento comercial, de corto plazo, y solo en ciertos casos.
Sin embargo, para que ocurra el cambio, y se revierta el acrecentamiento continuo de pasivos, el país debe ingresar en el círculo virtuoso de la competitividad, con condiciones similares a las que registran los principales países y regiones competidoras, como la Unión Europea, Canadá, Estados Unidos, o Australia. Y esto implica cambios en la política impositiva, laboral, y cambiaria, además de un fuerte plan de infraestructura que, si bien ya comenzó, todavía dista de alcanzar los niveles que se requieren para acelerar las postergadas obras. El atraso en la corrección de estas cuestiones demorará la baja y/o eliminación del famoso “costo argentino”, sin lo cual no hay posibilidades de crecimiento real, entre otras cosas, porque la ineficiencia en la aplicación de los escasos recursos por parte del propio Estado, se traslada también a los sectores privados, y se pierde la posibilidad de separar ambas ineficiencias, o una pasa a ser consecuencia de la otra.
Hoy, la Argentina parece estar dispuesta, nuevamente, a insertarse en el mundo y negociar en forma multilateral pero, ¿con que? ¿cuales son los productos que están en condiciones de competir?, ¿cuales pueden crecer en forma sostenida sin ayudas “adicionales”, y sostenes arbitrarios?, ¿cual es la moneda de canje con la que la Argentina pretende negociar?.
Se descarta que la respuesta, en casi todos los casos, pasa por los alimentos y las tecnologías conexas, pero entonces surge la gran cuestión: ¿y que va a comprar, que está dispuesta a importar? y, ¿con que lo va a pagar?, ¿con más deuda?….

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