¿Inversores o deudores?
En un nuevo ejemplo de discurso ambiguo, las entidades del campo acaban de anunciar que el sector incrementó sus inversiones productivas en el último ejercicio (que terminó en junio pasado) otro 27%, llevando la cifra a $ 236.317 millones. Así, le permitió lograr un volumen de 150,5 millones de toneladas. La mayor parte de alimentos (granos, leche, carne, fruta, etc.), pero también de madera.
La cifra, sin embargo, es engañosa, entre otras cosas porque no aclara cual fue el incremento de costos –real– que hubo en el lapso considerado, lo que tampoco permite saber si se creció o, en realidad, se volvió a retroceder, que es lo que ocurrió en gran parte de las actividades (trigo, leche, etc.).Sin embargo, lo más grave no es esto, si no la falta de mención sobre la situación real que vive hoy la producción agropecuaria, es decir, “la película” en lugar de “la foto”.
Y en ese caso el balance no es bueno. Básicamente porque la anterior campaña fue mala, con pérdidas ocasionadas por la seca de entre 14 y 20 millones de toneladas, según los números oficiales o privados.
Por cuestiones de “caja” el Gobierno nunca reconoció esas pérdidas y de ahí, también, la reticencia –nacional y de varias provincias– para aceptar los pedidos de Emergencia Agropecuaria que se multiplicaban desde fines de 2011.
Con ese escenario, que implicó solo por granos una disminución directa en la cantidad de circulante en el interior de, por lo menos, US$ 10/12.000 millones (cifra que se multiplica varias veces en términos de movimiento global de la economía en las principales provincias productoras), se llegó a la actual campaña 12/13.
Pero ahora ya no existen, como antaño, los créditos productivos de la banca oficial (básicamente, Banco Nación y de la provincia de Buenos Aires) o los de fomento, etc. Más allá de alguna línea, lo único que existe son tarjetas de crédito específicas para el campo y luego el “crédito privado”, que otorgan las propias empresas proveedoras de insumos y también de maquinaria.
Entonces la cuenta es simple, si no había “resto” de la campaña previa y, aunque en bastante menor porcentaje que el esperado inicialmente (debido a los problemas climáticos), igualmente se avanzó con la siembra de los cultivos de este año, entonces, la iliquidez inicial de los agricultores solo pudo ser salvada mediante un fuerte crecimiento del endeudamiento, apostando a que con el resultado de la nueva cosecha se podrían saldar los compromisos del año pasado y también del actual.
Sin embargo, ese exceso de optimismo, que alcanzó también a las autoridades nacionales que llegaron a hablar de la “cosecha récord”, especulando con más de 100 millones de toneladas, de las cuales alrededor de 60 millones serían de soja, se dio de frente contra una pared cuando tempranamente, en agosto, comenzó a llover en forma excesiva, situación que se mantienen hasta hoy.
El resultado de eso fue que se perdió buena parte del poco trigo que se había sembrado, y también de la cebada por la que habían optado los productores. Así, el resultado de la cosecha fina fue malo y la merma de ingresos respecto a lo esperado supera los US$ 2.500/3.000 millones.
Pero lo más grave es que también la siembra de los granos gruesos fue afectada por el exceso de agua, lo que no se va a revertir ni siquiera si el clima se ordena de aquí para adelante.
Dicho en otras palabras, si el tiempo mejora, se podrán frenar las pérdidas, pero ya no se recupera el terreno perdido. Y esto implica un “adiós” definitivo a la posibilidad de lograr un volumen de granos record, y hasta se puede asegurar que tal vez, con suerte, se puedan lograr alrededor de 90 millones de toneladas. Pero este volumen no va alcanzar para cubrir el endeudamiento acumulado de dos campañas y, probablemente, a partir de marzo/abril, se comiencen a ver problemas de pago que podrían llegar hasta el corte de la cadena (de pagos), si el clima no mejora y las condiciones de la cosecha son similares a las actuales con excesos de humedad.
Por eso, llama la atención que no se esté alertando ya sobre la situación real de la producción y sobre los riesgos que se corren pues, de lo contrario, habrá que hacerlo a último momento y sin la más mínima posibilidad de tomar algún recaudo como, por ejemplo, que tanto la Nación como algunas provincias deberían previsionar mayores montos para poder afrontar las situaciones de Emergencia Agropecuaria que ya no pueden ocultarse más.
Por otra parte, lo que queda muy claro es que lamentablemente las inversiones “récord” del campo son, en realidad, “endeudamientos” récord, y eso en algún momento habrá que pagarlo.
Y en ese caso el balance no es bueno. Básicamente porque la anterior campaña fue mala, con pérdidas ocasionadas por la seca de entre 14 y 20 millones de toneladas, según los números oficiales o privados.
Por cuestiones de “caja” el Gobierno nunca reconoció esas pérdidas y de ahí, también, la reticencia –nacional y de varias provincias– para aceptar los pedidos de Emergencia Agropecuaria que se multiplicaban desde fines de 2011.
Con ese escenario, que implicó solo por granos una disminución directa en la cantidad de circulante en el interior de, por lo menos, US$ 10/12.000 millones (cifra que se multiplica varias veces en términos de movimiento global de la economía en las principales provincias productoras), se llegó a la actual campaña 12/13.
Pero ahora ya no existen, como antaño, los créditos productivos de la banca oficial (básicamente, Banco Nación y de la provincia de Buenos Aires) o los de fomento, etc. Más allá de alguna línea, lo único que existe son tarjetas de crédito específicas para el campo y luego el “crédito privado”, que otorgan las propias empresas proveedoras de insumos y también de maquinaria.
Entonces la cuenta es simple, si no había “resto” de la campaña previa y, aunque en bastante menor porcentaje que el esperado inicialmente (debido a los problemas climáticos), igualmente se avanzó con la siembra de los cultivos de este año, entonces, la iliquidez inicial de los agricultores solo pudo ser salvada mediante un fuerte crecimiento del endeudamiento, apostando a que con el resultado de la nueva cosecha se podrían saldar los compromisos del año pasado y también del actual.
Sin embargo, ese exceso de optimismo, que alcanzó también a las autoridades nacionales que llegaron a hablar de la “cosecha récord”, especulando con más de 100 millones de toneladas, de las cuales alrededor de 60 millones serían de soja, se dio de frente contra una pared cuando tempranamente, en agosto, comenzó a llover en forma excesiva, situación que se mantienen hasta hoy.
El resultado de eso fue que se perdió buena parte del poco trigo que se había sembrado, y también de la cebada por la que habían optado los productores. Así, el resultado de la cosecha fina fue malo y la merma de ingresos respecto a lo esperado supera los US$ 2.500/3.000 millones.
Pero lo más grave es que también la siembra de los granos gruesos fue afectada por el exceso de agua, lo que no se va a revertir ni siquiera si el clima se ordena de aquí para adelante.
Dicho en otras palabras, si el tiempo mejora, se podrán frenar las pérdidas, pero ya no se recupera el terreno perdido. Y esto implica un “adiós” definitivo a la posibilidad de lograr un volumen de granos record, y hasta se puede asegurar que tal vez, con suerte, se puedan lograr alrededor de 90 millones de toneladas. Pero este volumen no va alcanzar para cubrir el endeudamiento acumulado de dos campañas y, probablemente, a partir de marzo/abril, se comiencen a ver problemas de pago que podrían llegar hasta el corte de la cadena (de pagos), si el clima no mejora y las condiciones de la cosecha son similares a las actuales con excesos de humedad.
Por eso, llama la atención que no se esté alertando ya sobre la situación real de la producción y sobre los riesgos que se corren pues, de lo contrario, habrá que hacerlo a último momento y sin la más mínima posibilidad de tomar algún recaudo como, por ejemplo, que tanto la Nación como algunas provincias deberían previsionar mayores montos para poder afrontar las situaciones de Emergencia Agropecuaria que ya no pueden ocultarse más.
Por otra parte, lo que queda muy claro es que lamentablemente las inversiones “récord” del campo son, en realidad, “endeudamientos” récord, y eso en algún momento habrá que pagarlo.
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