El peso de los votantes, la necesidad de mantener a la gente viviendo en el campo, la cultura, la tradición y la visión geopolítica de los Estados Unidos han hecho que históricamente mantengan un sistema de subsidios sobre la producción de alimentos.
Los subsidios americanos han evolucionado pasando desde simples mecanismos de pago directo al productor a distintos sistemas de protección que se activan ante caídas de precios o perdidas de beneficios del productor.
La reciente propuesta de Donald Trump de recortar los gastos del presupuesto federal para reducir el déficit fiscal ha incluido un área tan sensible como los subsidios agrícolas bajo sus diferentes formas de seguros, coberturas de precio y apoyo a la actividad rural. A diferencia de la administración Obama, que buscaba asegurar precios mínimos o un piso de ingresos a los productores en una lenta transición hacia un menor costo fiscal, vemos que la administración Trump ha decidido patear el hormiguero de los subsidios agrícolas sin tener un mínimo consenso previo en el congreso.
Para poder avanzar en este camino, Trump deberá enfrentar no sólo la oposición del partido demócrata, sino también la de su propio partido, que ha ganado la gran mayoría de los estados rurales con la excepción de Illinois y Minnesota.
La jugada de Trump parece demasiado agresiva para ser digerida por los políticos de su propio partido. El impacto definitivo sobre el bolsillo del farmer dependerá si triunfa una posición moderada, al estilo Obama, o si los vientos de cambio socaban radicalmente la estructura de subsidios norteamericana.
Un cambio dramático en los subsidios impactará negativamente sobre la decisión de siembra, generando un aumento de precios o limitando una baja de los mismos. El mercado buscará su propio equilibrio, pero no hay dudas que beneficiará a los productores del hemisferio sur, en particular Brasil y la Argentina, al tener reglas de juego menos desiguales.
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