Las sociedades protectoras de animales pueden celebrar un pequeño triunfo en su lucha contra el maltrato. A partir de marzo, Suiza prohibirá que las langostas se cocinen hervidas vivas, ya que estaría comprobado el sufrimiento de éste y otros crustáceos por estas prácticas.
Sin embargo en el ambiente culinario la normativa anunciada el miércoles pasado no cayó nada bien y vuelve a darse el duelo entre cocineros y defensores de animales que ya cuenta con varios capítulos.
Para los restaurantes es casi un ritual: el cliente entra, se dirige hacia la pecera, selecciona su langosta y al instante es trasladada a la cocina. Lentamente esto quedará en el pasado ya que la ley establece que antes de cocinar al animal se lo debe “aturdir mediante una pequeña descarga eléctrica” y que “las especies acuáticas deberán mantenerse en su entorno natural”.
Desde la otra vereda, los chefs más destacados acusan que esto podría ser peligroso debido al uso de electricidad e incluso el coste para un restaurante chico sería excesivo.
La ciencia por su parte, explica que las langostas sufren cuando son hervidas. “Poseen un sofisticado sistema nervioso que, entre otras cosas, les permite percibir y sentir acciones cuando las lastiman. Estoy seguro que las langostas pueden sentir dolor”, afirma el doctor Jaren G. Horsley en el sitio de la ONG Anima Naturalis.
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