En la primera mitad de 2013, cada argentino comió un equivalente a 116, 60 kilos de carne de vaca, pollo y cerdo. Pese a ello hubo despidos en el sector. El país tuvo que volcarse al mercado interno por las trabas a las exportaciones.
El sector de la carne en la Argentina no está viviendo el mejor momento en cuanto al comercio exterior: Paraguay exporta más carne (y por ello recauda más), pese a que produce seis veces menos que nuestro país. Pero los consumidores, sí: hoy los argentinos comen más carne que nunca.
Comparado con Paraguay (en exportaciones) la diferencia radica en que la mitad de la carne de ese país se destina al comercio exterior.
En este sentido, la Argentina fue llevando las cosas hacia el mercado interno, al punto que en los dos últimos años los precios no crecieron tanto como el de otros comestibles, en parte, forzada la situación al tener que volcarse más al mercado interno por las trabas a las exportaciones: el resultado de esto ha sido que hoy los argentinos estén comiendo más carne que nunca, sólo tomando como base el número promedio.
Esto no significa que sea así para toda la población, ya que la dieta de los menos pudientes no incluye una frecuencia de consumo de carne equivalente a 320 gramos diarios (116, 60 kilos en los primeros seis meses), como indican los números del Ministerio de Agricultura de la Nación.
Argentina es el sexto productor a nivel mundial de carne vacuna durante 2012, y el segundo de la región, detrás de Brasil, con 2,6 millones de toneladas.
A la vez, la Argentina también alcanzó el consumo de carne por habitante al año más alto en los últimos 20 años, y prácticamente duplica al de Paraguay y Brasil.
Asimismo, se prevé que este año esa producción se incremente 5 por ciento para alcanzar las 2,75 millones de toneladas de producción.
Asimismo, se prevé que este año esa producción se incremente 5 por ciento para alcanzar las 2,75 millones de toneladas de producción.
En 2009, los argentinos consumían un promedio de 93,3 kilos anuales y alcanzaba los niveles de naciones desarrolladas como Francia o Australia, pero muy lejos de Estados Unidos, que lideraba con 120 kilos anuales por habitante. Sin embargo, la tendencia va hacia un emparejamiento, es decir, que estadounidenses y argentinos cada vez coman la misma cantidad de carne en promedio.
Este récord ha sido facilitado por el cambio en la composición de las carnes consumidas, con una presencia mucho más importante que la histórica de la carne más barata de entre las distintas carnes disponibles, la carne aviar, indica un artículo publicado en La Voz del Interior, escrito por Juan Manuel Garzón, que es jefe del Ieral-Fundación Mediterránea.
El contexto macroeconómico y la política pública de los últimos años han llevado a que las ventas se concentren en el mercado interno. Tanto el atraso del tipo de cambio como los impuestos y las restricciones a la exportación desalentaron con fuerza el negocio exportador y, en paralelo, expandieron la capacidad de compra del mercado local.
Dado que el consumo interno de carnes se encuentra ya en niveles muy elevados, la producción necesitará del mercado externo para no estancarse y poder seguir creciendo. Tampoco podrán sostenerse el nivel de empleo y los salarios si no se recrean condiciones para los sectores que generan dólares en la economía.
Una de las tendencias que, concientes de esta inclinación al consumo interno, se está dando ahora es que cada vez más frigoríficos venden directamente al público.
El problema con los alimentos son los intermediarios en la cadena comercial, que multiplican por cuatro los precios. Y en este sentido, los peores son los supermercados, que además les pagan a los proveedores a 90 o a 120 días, con lo cual hay una gran bicicleta financiera”, contó al diario La Nación Alberto Samid, dueño de la cadena de carnicerías La Lonja, que hoy cuenta con 120 locales propios.
La gran pregunta: ¿Es que los argentinos estamos realmente bien para que la economía personal permita llevar platos de carne a la mesa? Un artículo escrito por Matías Longoni en Clarín explica en parte esta respuesta:
Como no ha existido una mejora del PBI per cápita de los argentinos que justifique este rápido salto en el consumo, queda claro que la situación responde a distorsiones artificiales, como las trabas a la exportaciones de carne vacuna vigentes desde 2006. En rigor, hoy solo se exportan 7 de cada 100 kilos que se producen, la relación más baja de toda la historia. Lo normal era que se exportaran 20 de cada 100 kilos de carne vacuna producida. En ese sector, prácticamente todo el crecimiento de la producción en los siete primeros meses de 2013, que fue de 8,4%, ha sido volcado al mercado interno.
A nivel nacional existen algo más de 25 mil carnicerías.
A la vez, el negocio de la carne tiene una cara negativa y es que los precios de la hacienda se han deteriorado en términos reales de 2010 hasta la fecha porque hubo un ajuste en el sector que se ha traducido en retroceso de precios, que finalmente beneficiaron a los consumides, según indicó un informe del diario cordobés La Voz del Interior.
¿Esto es sostenible?
En este vínculo entre dos sectores (productor + carnicerías/consumidores) hoy se percibe que uno de los dos está beneficiado que el otro: los argentinos definitivamente pueden comprar carne, pero la situación ideal sería que toda la cadena se mantenga firme y sólida a largo plazo, es decir, productores y también carnicerías. Y el contexto económico actual, dominado por una fuerte presión impositiva, trabas a las exportaciones y un dólar estancado, lleva a que el productor esté en desventaja: sin ir más lejos, el hecho de que Argentina exporte menos carne que Uruguay y Paraguay está diciendo algo.
En mayo último, la Cámara de la Industria y Comercio de Carnes y Derivados de la República Argentina (Ciccra) afirmó que “el atraso cambiario y las retenciones han hecho caer las exportaciones a niveles históricamente decepcionantes” y provocaron “el cierre de 130 establecimientos industriales y el despido de 15.600 trabajadores”.
Según Juan Manuel Garzón, el Gobierno admite “recomponer los incentivos a invertir para tener más producción y menores precios a mediano y largo plazos”. Se trata de un camino que implica “permitir que los precios de las carnes crezcan en el corto plazo relativamente más que otros bienes de la economía”.
Los instrumentos que dispone son la eliminación de todo impuesto o regulación que limite la exportación de carnes y, en el plano macro, un manejo de las variables que genere una depreciación real del tipo de cambio.
También plantea otra opción, que ”dejar que todo siga más o menos como viene, intentando sólo frenar el deterioro de las condiciones macro de exportación (no habría bajas de impuestos ni mejoras efectivas en el tipo de cambio real)”.
En este sentido, elegir la primera opción implica “un acuerdo con la sociedad: ésta debe aceptar resignar cierto “nivel” de consumo presente a cambio de mejorar las condiciones futuras”.
Esta solución “tiene el atractivo que no genera malestar de corto plazo en el humor social, pero en términos económicos la gran desventaja es que limita severamente el bienestar futuro al que se puede aspirar”.
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