Edith Cabanilla
Una maicera que venció barreras
Cuando tenía 14 años, la muerte de su padre alteró su vida. Edith Cabanilla tuvo que combinar sus estudios con el trabajo agrícola. Su madre se encargó de enseñarles, a ella y a sus dos hermanos, la tarea que hacía su progenitor: sembrar maíz.
Una maicera que venció barreras
Cuando tenía 14 años, la muerte de su padre alteró su vida. Edith Cabanilla tuvo que combinar sus estudios con el trabajo agrícola. Su madre se encargó de enseñarles, a ella y a sus dos hermanos, la tarea que hacía su progenitor: sembrar maíz.
Allí comenzó un vínculo más cercano con el campo. Tres años después, Cabanilla sembró su propio maíz en una hectárea que le cedió su madre. “En mi primera siembra me fue bien, de allí tuve dos hectáreas, luego pasé a cinco…”, recuerda la mujer de 40 años.
Con el tiempo conoció a su pareja y tuvo dos hijos. La relación, sin embargo, terminó. Eso no la detuvo. Hace cinco años compró un predio en el recinto San Vicente de Balzar para poder seguir en el cultivo. Allí tiene ocho hectáreas. Su mayor satisfacción, asegura, es que sus hijos se superaron. Ambos son vigilantes de tránsito.
Monserrate García
Quedó viuda y entró al arrozal
A fines de la década del noventa, Monserrate García perdió a su esposo. Quedó con cuatro hijos menores y una hectárea de arroz como único sustento. Pero sabía poco del trabajo en los arrozales.
Quedó viuda y entró al arrozal
A fines de la década del noventa, Monserrate García perdió a su esposo. Quedó con cuatro hijos menores y una hectárea de arroz como único sustento. Pero sabía poco del trabajo en los arrozales.
“Yo estaba dedicada al hogar, pero tuve que aprender, la gente, los vecinos me enseñaron a sembrar”, cuenta esta agricultora de 52 años, quien aún sigue activa en los arrozales de San Pablo, recinto de Santa Lucía.
Cuenta que aunque unos años solo obtuvo lo que invertía en la siembra, no se doblegó para sacar adelante a sus vástagos. Ellos, indica, han sido su fortaleza, sus ganas para seguir.
García sostiene que en cosechas buenas ha logrado hasta 45 quintales en su hectárea, mientras que en otras, como la reciente, que recogió la semana pasada, alcanzó 30 por la irregularidad del invierno.
Por una dolencia cardiaca, García ha bajado en los últimos meses la intensidad de su trabajo. Su último hijo, ahora de 28 años, la ayuda en el cultivo.
Digna Matus
36 años ligada a los canteros
La caña de azúcar es un negocio que ha estado en la vida de Digna Matus desde hace 36 años. Y no se ha podido desligar. Ella ingresa a los canteros para ver el desarrollo del producto, revisa los linderos y hasta participa en la supervisión de la resiembra.
36 años ligada a los canteros
La caña de azúcar es un negocio que ha estado en la vida de Digna Matus desde hace 36 años. Y no se ha podido desligar. Ella ingresa a los canteros para ver el desarrollo del producto, revisa los linderos y hasta participa en la supervisión de la resiembra.
Sigue activa porque, dice, es un cultivo que lo iniciaron con esfuerzo, a fines de los años setenta, junto con Ecuador Reyes, su esposo, que falleció años atrás. “Nos vendieron (el cantero) y durante tres años no cogíamos nada, todo eso era para pagar”, recuerda Matus, madre de once hijos, dos de ellos docentes.
En sus inicios como cañicultora cocinaba para los cortadores que llegaban en época de zafra, supervisaba y hasta se involucraba en la recolección en los canteros ubicados en el recinto Las Zanjas, en Jujan. “Yo hacía de todo”, cuenta.
Actualmente posee doce hectáreas de caña, el doble del hectareaje con el que comenzó.
Ahora sus hijos han tomado parte del legado, pero ella sigue de cerca sus cañaverales.
Cinthya León
Recoge cacao con su familia
En temporada de cosecha de cacao, Cinthya León tiene su rol en la finca de la familia de su esposo: ayuda a extraer los granos de la mazorca y en el secado de la pepa.
Recoge cacao con su familia
En temporada de cosecha de cacao, Cinthya León tiene su rol en la finca de la familia de su esposo: ayuda a extraer los granos de la mazorca y en el secado de la pepa.
Es una labor que la hace con habilidad y la aprendió de los parientes de su conviviente hace siete años. Esta mujer de 30 años, madre de un niño de 3, dedica la mañana al agro y en la tarde se enfoca en los quehaceres domésticos.
“Es un trabajo que se hace en familia y hay que ayudar en lo que se pueda”, asegura León, mientras selecciona cacao en el recinto La Florida, en la jurisdicción de Milagro. Esta es la principal fuente de ingreso de esta familia.
Al estar involucrada en el cultivo cacaotero, León aprendió además a reconocer la presencia de la monilla en las mazorcas, una enfermedad causada por un hongo parásito que ataca al fruto. Extraer con una cuchara los granos recuperables de las mazorcas afectadas es parte de su trabajo diario.
Juana Alvarado
Desde las 06:00 en las plataneras
Durante el invierno, Juana Alvarado incursiona con su hermano en las plantaciones de banano y plátano a cortar hojas secas y afectadas por sigatoka, en fincas de Jujan.
Desde las 06:00 en las plataneras
Durante el invierno, Juana Alvarado incursiona con su hermano en las plantaciones de banano y plátano a cortar hojas secas y afectadas por sigatoka, en fincas de Jujan.
Lleva 50 de sus 73 años dedicada a esta actividad. Debió hacerlo cuando quedó viuda y tuvo que encontrar una fuente de sustento para sus hijos.
“Con este trabajo los crie, los ayudé, fui padre y madre para ellos”, asegura la mujer, que también ha trabajado en arrozales y sembríos de choclo.
Aunque sus hijos ya son mayores y algunos viven fuera de Jujan, Alvarado afirma que sigue en el campo para mantenerse activa. “Ahora trabajo solo para mí, lo gasto en mis medicinas y en cualquier examen. Si me quedo en la casa me enfermo más, siento que el campo me ayuda”, asegura.
Su tarea, pese a que es menos intensa que años atrás, se inicia a las 06:00 y se extiende hasta pasado el mediodía. Dependiendo de la actividad gana unos 10 dólares por día.
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