Líder en distintos terrenos durante varias etapas de su relativamente corta historia, hoy la . . .
Líder en distintos terrenos durante varias etapas de su relativamente corta historia, hoy la Argentina corre, sin embargo, serios riesgos de seguir perdiendo lugares, ahora nada menos, que en la revolución mundial de las ideas, donde se está produciendo un cambio estructural profundo, de derivaciones insospechadas, y que pocos políticos y dirigentes locales parecen estar percibiendo, totalmente enfrascados como están, en cuestiones de coyuntura y en la política “chiquita” interna, cortoplacista.
Pero la irrupción de la “bioeconomía”, de eso se trata, amenaza con cambios drásticos para los cuales habrá que preparar tanto a los países como a los hombres, algo que por estas tierras no parece estar ocurriendo hasta ahora.
Aunque el proceso surgió, en realidad, en los Estados Unidos alrededor de 1975, cuando la famosa crisis energética mundial, fue recién a partir de este nuevo siglo XXI cuando este gigante comenzó a moverse, para no parar, de la mano de continuos avances tecnológicos.
Si bien las acepciones que se le adscriben a “bioeconomía” son muy variadas, una de las más generales sería:“la visión de la nueva economía que sustituye los recursos no renovables (petróleo y gas fósiles, etc.), por los renovables”, lo que implica una verdadera revolución, no solo desde el punto de vista de la producción de este tipo de bienes “biológicos” (en detrimento de los fósiles), sí no también desde el punto de vista político, ambiental, e inclusive ético, lo que incluye hasta la “forma” de hacer negocios.
Simple: la economía “convencional” tiene límites, mientras que los recursos biológicos se vuelven “renovables”, entre otras cosas, por la biotecnología que transforma así los recursos naturales en nuevas formas de capital.
Sin duda, una verdadera revolución mundial con un nuevo modelo de economía, basado ahora en energías y recursos naturales renovables.
Desde este punto de vista no llama la atención, entonces, que a nivel mundial tanto la industria química como capitales petroleros, ya hayan comenzado su peregrinaje hacia la biotecnología.
Por supuesto que entre las distintas vertientes técnicas que ofrece este esquema, que son varias, una de las más desarrolladas es la “bioeconomía agrícola”, capaz de abarcar tanto las energías “verdes” como los alimentos, los que tras varias décadas, volvieron a posicionarse entre los rubros reapreciados, a partir del fuerte incremento de la demanda de países y regiones emergentes, especialmente en Asia.
Y es justamente en este punto donde Argentina debería estar ya liderando esta nueva revolución industrial, como la consideran pensadores y analistas internacionales.
De hecho, lo hizo en forma incipiente, aunque luego perdió la extraordinaria posición que había logrado. Es queel despegue de todo este proceso se produjo, concretamente, en 1996, cuando comenzó la producción del primer cultivo transgénico en los Estados Unidos, que disparó esta y otra cantidad de nuevas tecnologías hasta nuestros días.
Pues bien, Argentina aprobó su primer cultivo de estas características ese mismo año (1996) y comenzó su producción comercial ya al año siguiente colocándose en un sitio de liderazgo a la par de Estados Unidos, y muy por delante del resto de la región.
Pero el tema no terminó allí.
Además del impresionante salto productivo agrícola conseguido entonces, simultáneamente se fueron aplicando nuevos sistemas de laboreo junto con novedosas maquinarias agrícolas, etc. que, como bien señaló recientemente el especialista Gustavo Oliverio de la Fundación Producir Conservando, llevaron a que la Argentina ostentara “uno de los sistemas agrícolas más sustentables del mundo”, en especial, respecto a algunos países europeos.
También aprovecha mucho mejor el agua en los cultivos y emite muchísimos menos gases nocivos. Por caso, respecto a Francia, Oliverio destaca que “Argentina genera por hectárea 13 veces menos anhídrido carbónico (CO2), y 5 veces menos óxido nitroso”, gracias a la aplicación de tecnologías como la siembra directa, donde también Argentina fue líder.
Lamentablemente, el impulso inicial y la extraordinaria sustentabilidad lograda en los sistemas agrícolas, se frenó durante la última década, como resultado de malas políticas oficiales que provocaron, tanto riesgosos desbalances entre cultivos (la “sojización”), como el abandono de ciertas técnicas recomendadas, como las rotaciones, por la falta de incentivos y de rentabilidad.
Sin embargo, y a pesar de los años perdidos, la Argentina aún está a tiempo de retomar el camino virtuoso, y recuperar el liderazgo en el nuevo escenario que comienza a perfilarse en el plano internacional, para lo cual todavía cuenta con una serie de ventajas comparativas y competitivas que son clave: clima, territorio, baja densidad poblacional, productores de avanzada con el know how necesario, gran velocidad de reacción ante los incentivos correctos (estabilidad, seguridad jurídica, transparencia de mercados), y la posibilidad de atraer capitales internacionales suficientes.
También se podría considerar la expectativa (favorable) que generalmente acompaña a un cambio de Gobierno, y la oportunidad que representa para la próxima administración, plantear desde ahora un cambio de semejante magnitud.
Pero para lograrlo solo faltaría una “pequeña” cosa como para evitar perder otra vez el tren: contar con una clase dirigente (política y empresaria) capaz de ver lo que está sucediendo en el mundo más allá de las fronteras locales, y aplicar un poco de pensamiento estratégico país, todo esto aderezado con solo una pizca de orgullo nacional.
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