Un gobierno de políticas retrógradas, un sector primario que crece pero sin liderazgo, una agroindustria despareja y ambigua y los agrodiputados en aparente período sabático constituyen una pésima combinación, y así el país juega en la B cuando podría ser un líder global en alimentos. Hace treinta años teníamos el mismo producto bruto que Brasil, pero hoy ellos son cuatro veces más grandes y Uruguay con una superficie quince veces más chica exporta más carne que nosotros. A pesar de los grandes avances y transformaciones en el agro argentino es evidente que algo estamos haciendo mal. ¿Hasta cuándo?
Pareciera que el virus de la fragmentación que padece la oposición logró contagiar al sector privado, que prefiere devolver las agresiones en vez de enfocarse en resolver sus propios problemas. La ausencia de un líder entre los productores con peso político para compensar el desproporcionado poder de los grandes grupos privados y para evitar ser tan vapuleados por el Gobierno es difícil de entender y explicar. En los eventos de la 125, el Gobierno no sólo perdió la votación sino que en forma involuntaria logró unir a los productores como nunca antes nadie había logrado, aunque éstos no supieron aprovechar esa gran oportunidad como un quiebre para iniciar una transformación de su gremio.
Por otro lado, algunos sectores agroindustriales mantienen su voracidad para maximizar sus ganancias frente a la producción primaria, incluyendo a empresarios pícaros que se acomodan de manera silenciosa, mezquina y cómplice bajo el ala benefactora del Gobierno mientras otros son víctimas de reglas de juego dañinas y persecutorias. El pollo y la carne vacuna son sólo un ejemplo de ese contraste sin sentido. Las políticas públicas diferenciadas, sumadas a la maraña de intereses personales y corporativos del sector privado, hacen que sea muy complicado lograr acuerdos y cuando finalmente estos parecieran lograrse, resultan inaplicables.
Las propuestas sobre planes estratégicos son un buen punto de partida pero tienen el inconfundible sello oficial y no dejan de ser un mamarracho de incoherencias. ¿Cómo es posible pretender ser el supermercado del mundo con la Oncca como cajero? Debiéramos abandonar la discusión sobre si una política pública es de derecha o de izquierda y en cambio buscar una visión mas empresaria, original, práctica y creativa para exportar más y mejor al mundo. Chile y Brasil son un buen ejemplo de cómo hacer las cosas.
Un eventual nuevo gobierno en las próximas elecciones que garantice reglas claras y previsibles al sector será una excelente noticia. Pero esas medidas por si solas no serán suficientes para transformar años de estancamiento.
El Ministerio de Agricultura debiera ser el eje central que defina los programas y las políticas públicas y actuar como facilitador para que a través de un consenso pragmático pueda balancear los intereses de los participantes y que cada subsector pueda crecer agrandando la torta para beneficio de todos.
La posibilidad de revertir y recuperar el terreno perdido es posible y no una utopía. Pero dependerá que cada candidato que empiece a definirse de cara a las próximas elecciones sea consciente que el sector agropecuario debe convertirse en el principal motor del crecimiento. Si el sector no despega seguiremos carreteando eternamente mientras el país sigue sufriendo el drama de la pobreza, la inseguridad y la falta de educación. Es necesario un ministro con la credibilidad, el liderazgo, la visión, el oficio y la cintura para lograr que sus equipos y el sector privado tengan un diálogo constructivo para consensuar y diseñar las distintas estrategias sectoriales y alineadas bajo un objetivo realista.
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