En el agro, la Argentina juega en las ligas mundiales. Su papel y su voz es reconocida en el plano internacional pese las políticas económicas con sesgo antiexportador que predominaron a lo largo de la historia económica local. Solo falta que lo comprenda una parte importante del “círculo rojo” de la política y la economía.
Se comprueba en estos días con las reuniones del Grupo de los 20, que congrega a países desarrollados y emergentes, que se realizan en el país.
El contexto es claro. Frente al aumento de la población mundial y el cambio de los hábitos de consumo “es imprescindible aumentar la producción de alimentos sanos y nutritivos de forma sostenible”, según sostiene un documento del G20. Ese incremento, según el consenso general, debe hacerse con la superficie disponible hoy. El margen para expandir la frontera agrícola es menos que mínimo. Por eso, el eje de las reuniones y deliberaciones es “el manejo integral y responsable del suelo, un recurso estratégico para la agricultura sostenible y la provisión de alimentos”, según afirma el documento.
En este capítulo, la Argentina tiene credenciales para exhibir. La siembra directa, que tiene más de 25 años de adopción, mejoró la calidad de los suelos de gran parte de la zona agrícola y aprovechó en forma óptima recursos escasos como el agua. Hay otros aspectos, sin embargo, en los que el país todavía tiene déficit, como el marco normativo.
“Los suelos son recursos limitados y no renovables -al menos en el curso de una vida humana- y, por lo tanto, los gobiernos deben abordar el tema de forma sistemática e integral”, dicen en el G20. Y destacan que son claves para la regulación del clima “porque constituyen un importante almacén de carbono, lo que contribuye a balancear las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero”. Así, los “suelos sanos, fértiles y productivos son necesarios para la seguridad alimentaria y la salud humana, y su preservación es crucial para el desarrollo sostenible y el medio ambiente”, puntualiza. El mensaje es claro: sin suelos la producción de alimentos no es perdurable (y esto sin desmerecer a la hidroponia, las granjas verticales o las investigaciones para cultivar vegetales en el espacio). Por eso sonó delirante el mensaje de un “científico” en una de las reuniones paralelas del G20 que acusó a la agricultura de degradar la vida en la Tierra.
La idea de colocar a los suelos como eje de la producción no prescinde de la tecnología ni la demoniza: al contrario, es clave para ayudarlos. Quienes quieran desviar la atención hacia un paraíso perdido en la naturaleza viven en el pasado. Justamente, la innovación tecnológica, cada vez más, sirve para cuidar los recursos. Una pulverizadora con sensores que permite aplicar las dosis justas de herbicidas o técnicas como el análisis de suelos que dan información precisa sobre los nutrientes necesarios en un lote son claves. De igual manera lo hacen quienes aplican el manejo integrado de plagas o entienden la siembra directa como un sistema que incluye las Buenas Prácticas Agropecuarias (BPA). Aquí hay iniciativas que tienen un grado de institucionalización como para tener en cuenta y no creer que no se hace nada sobre la cuestión. La red de BPA, en la que participan una treintena de organizaciones privadas y varios organismos públicos, es un ejemplo. El documento que elaboraron los ministerios de Agroindustria, Salud, Ambiente y Ciencia sobre aplicación de agroquímicos también es otro ejemplo de una base sobre la que se puede trabajar.
La perspectiva del cuidado de los suelos y el uso responsable de la tecnología tendrá un peso cada vez más importante en lo económico y deberá ser un factor a tener en cuenta, guste o no.
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