Hace pocos días Rusia prohibió el ingreso de carne bovina y de cerdos de Brasil a partir de este viernes 1° de diciembre. Los rusos denunciaron que la carne de ese país latinoamericano, el mayor exportador mundial del alimento, contenía rastros de Ractopamina, un anabólico que favorece la productividad en el último tramo del engorde al mejorar la conversión del alimento en carne.
Esa “herramienta” está prohibida en nuestro país, pero al mismo tiempo el gobierno argentino permite el ingreso de carne de Brasil, en especial la porcina. Según las estadísticas de Agroindustria, hasta octubre pasado se habían importado 36.537 toneladas (res con hueso) de carne porcina, con un crecimiento anual del 42%. La mayoría venía de Brasil. El Senasa dice que desde el vecino país habían ingresado 8.493 toneladas hasta septiembre.
Además de esas importaciones, los productores locales denuncian que también dio positivo a Ractopamina el análisis oficial realizado a una bondiola procedente de Dinamarca, cuando la Unión Europea es sumamente restrictiva con el ingreso de carne producida con anabólicos.
La noticia está generando mucho revuelo en el sector y despertando voces a favor y en contra de la inclusión en el mercado de esa carne importada. Algunos argumentan sobre los supuestos beneficios productivos de la Ractopamina y otros sobre las consecuencias negativas a nivel comercial. Al mismo tiempo, el tema pone en evidencia el doble estándar que se aplica muchas sobre uno u otro mercado.
El nutricionista Fernando Eluchans dijo: “Somos más papistas que el Papa. No la usamos acá (a la Ractopamina) porque los mercados compradores no quieren carne producida con anabólicos, pero tampoco exportamos carne de cerdos. Al mismo tiempo sí permitimos que entre carne de países que lo implementan y que así logran bajar costos. Se trata de una competencia, al menos, desigual”.
En tal sentido se manifestaron desde la Asociación de Productores de Porcinos (AAPP). “En Argentina queremos usar la Ractopamina”, dijeron en su último boletín semanal. Y agregaron: “En estos 6 años de idas y venidas y sin poder usarlo localmente, continuó el ingreso de carne proveniente desde Brasil donde a los cerdos si se le da Ractopamina, generando una competencia desleal que si se cuantifica en diferencial de precios puede llegar al 30%”.
La situación local es confusa. A fines de 2011, horas antes de dejar su cargo, el ex ministro de Agricultura, Julián Domínguez, puso fin al estatus que ponía a la Argentina como país libre de promotores de crecimiento para la producción de carne. A pedido de productores de porcinos, habilitó la Ractopamina al modificar la Resolución 148, del 5 de abril de 2006. Aquella norma había dispuesto la prohibición “en todo el territorio nacional de productos veterinarios indicados como promotores del crecimiento”. De todos modos, aquella habilitación nunca llegó a concretarse.
Como muestra de la contradicción reinante, la AAPP destacó la reciente aparición, dentro del plan CREHA (de control de residuos) que hace el Senasa, una muestra de bondiola positiva al anabólico proveniente de Dinamarca.
“Sí, aunque usted no lo crea. En Europa está prohibido el uso de Ractopamina. ¿Y ellos son serios?. Una total tomada de pelo”, se quejaron los productores locales tras ese hallazgo.
Los empresarios del sector porcino, en la última reunión de la cadena de la carne con el presidente Mauricio Macri, reclamaron a viva voz la aprobación definitiva de ese anabólico a nivel local, lo que fue criticado y rechazado por industriales de la carne vacuna. Tampoco los industriales de ese sector se ponen de acuerdo sobre qué hacer, ante el temor a represalias de los mercados importadores.
Más allá de las cuestiones que tienen que ver con la productividad, competitividad y rentabilidad agropecuarias, hay otro lado del debate que refiere a lo que pasa con los consumidores.
Por un lado, aquí no se permite el uso de la Ractopamina porque el gobierno europeo quiere cuidar la calidad de los alimentos que allí se consumen. Pero por el otro la Argentina sí permite el ingreso de carne porcina de Brasil (que además muchas veces se vende como fresca, cuando estuvo congelada previamente), donde sí se permite el anabólico en los planteos productivos. Tenemos entonces un doble estándar muy claro: los europeos son consumidores de primera y los nuestros, de segunda.
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