Hace unas semanas estalló una cierta polémica o debate acerca de la identificación individual obligatoria del ganado vacuno, lo que ha permitido la trazabilidad grupal en el país.
Fue el empresario Gerardo Zambrano, principal del escritorio rural que lleva su nombre, quien lanzó al ruedo la idea de que no fuera obligatoria (o totalmente obligatoria), iniciativa que le habían transmitido algunos productores.
Una de las razones sería que los productores no ven un beneficio económico, pues la trazabilidad no se refleja en un mejor precio de las haciendas y, por el contrario, ocasiona un incremento de los costos de producción que se podría evitar.
Como las expresiones fueron hechas públicas durante una mesa redonda sobre la cadena cárnica en la Expoactiva, Zambrano tuvo la réplica inmediata del resto de los panelistas, representantes también de los productores y de las principales gremiales ganaderas, que rechazaron la idea.
La trazabilidad obligatoria comenzó en el país en 2006, pero el proceso que desembocó en ella se remonta a más de cuatro décadas de trazabilidad grupal. Incluye la creación de la División de Contralor de Semovientes (Dicose) en 1973.
Un memorioso del tema nos recordó que en aquel momento se criticó “la intromisión del Estado en la privacidad de la empresa” y “los objetivos fiscalizadores, en particular de la Impositiva”, que efectivamente ocurrían.
Previo al cimbronazo que provocó la reaparición de la fiebre aftosa –primero en octubre de 2000 en Artigas y luego en abril de 2001 en Soriano–, una visita organizada por el Instituto Plan Agropecuario a Irlanda, como parte del Congreso de la Oficina Permanente Internacional de la Carne (OPIC), permitió en 1999 conocer el sistema.
Uno de los viajeros fue el entonces senador Jorge Batlle –cuenta esta fuente memoriosa–, quien integraba la comisión de Ganadería de la cámara alta. Al asumir como presidente de la República un año después, Batlle propone implementar la trazabilidad en Uruguay.
Uruguay ganó prestigio mundial como el único país con trazabilidad individual del ganado vacuno
En junio de 2001, viaja una misión oficial de Uruguay a Washington en busca de la ayuda del Banco Mundial, que finalmente se concreta en setiembre por US$ 18,5 millones. La iniciativa tiene tres pilares: vacunación y rifle sanitario; monitoreo y seguimiento, con fortalecimiento de Dicose y la implementación de la trazabilidad individual (se destinan US$ 7,4 millones); y recuperación de los mercados perdidos.
El tema excede un artículo periodístico, pero a modo de síntesis: mucha agua corrió debajo del puente. Se quemaron etapas, se probó, se aprendió, se erró y acertó. Y Uruguay ganó prestigio mundial como el único país con trazabilidad individual del ganado vacuno, demostrando que es una potencia mundial en carne.
Es cierto: los productores no cobran extra por tener identificado el ganado, pero dejar la trazabilidad es perder un capital, echar por la borda el esfuerzo de varias generaciones.
El industrial Alberto González, director del Frigorífico Las Piedras, que integraba el panel en la mesa redonda en la Expoactiva, dijo que no hay un diferencial de precios, pero la trazabilidad se exigirá para probar la inocuidad, que el mundo sí la pagará.
Es posible que cuando EEUU detectó a comienzos de 2016 trazas de etión en embarques de carne, si Uruguay no hubiera tenido la trazabilidad, el mercado estadounidense se habría cerrado. Pero Uruguay pudo dar explicaciones gracias a la información de la trazabilidad.
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