Las deudas arrastradas tras la destrucción de sus cosechas lleva al suicidio a muchos campesinos.
“No me queda nada. Las tierras quedaron vacías y no puedo sembrar semillas nuevas”.
“No me queda nada. Las tierras quedaron vacías y no puedo sembrar semillas nuevas”.
Un agricultor se suicida en la India cada treinta minutos. Así desde hace dieciséis años, lo que daría como resultado que alrededor de un cuarto de millón de trabajadores del campo se habrían quitado la vida desde entonces, según informa el Centro de Derechos Humanos y Justicia Global (CHRGJ).
La destrucción de sus cosechas por las condiciones climáticas y la posterior imposibilidad de hacer frente económicamente a los desperfectos, son las razones más esgrimidas para explicar este colectivo y sectorial arrebato suicida.
Janabai Ghodam arrastra una deuda cercana a los 3.000 euros. Su marido se suicidó cuando su cosecha se fue al traste y se vio ahogado por las deudas. Hoy, la mujer vive en una casa a oscuras, con sus dos hijos, sin posibilidad de cultivar la tierra y sin “casi comida”.
Otros, como Ram Rao Narayan Panchlenvar corrieron distinta suerte y sus intentos de suicidio no prosperaron. Cualquiera diría que tenía razones para intentarlo, pues ya son tres años consecutivos que pierde todo el fruto de su trabajo. Una sequía, primero, y dos años de grandes lluvias, después, acabaron con su cosecha y le han hecho acarrear con un pasivo de más de 30.000 euros.
Por su parte, el Gobierno asegura que se trata de un problema que viene de largo. “El suicidio de granjeros ha sido motivo de preocupación en el país durante varios años”, dijo el ministro del Interior Narendra Modi, en el cargo desde hace un año.
Los descuentos en las facturas eléctricas, ayudas económicas para hacer frente a los intereses de las deudas, así como subvenciones de 1.300 euros a las familias que han perdido a uno de sus miembros a casa del suicidio son algunas de las medidas impuestas por el Ejecutivo para poner fin a estas muertes provocadas.
Sin cosechas, sin frutos, los campesinos no pudieron hacer frente a las deudas y a los créditos. Muchos de ellos se quitaron de en medio y fueron sus familiares quienes heredaron las deudas, las cuales irán pasando de generación en generación.
Promesas vacías y mal gobierno
Sin embargo, detrás de esta trágica y macabra estadística se podría esconder algo más. Según algunos estudios independientes y organizaciones medioambientales, Monsanto, la polémica proveedora de productos químicos y transgénicos, a la que desde ‘Greenpeace’ se ha acusado de poder causar cáncer, podría ser parte responsable.
Según estas pesquisas, cerca del 85% de los hogares en los que se ha producido el suicidio de algún agricultor trabajaban con algodón genéticamente modificado, el cual tiene grandes dificultades para germinar, cuenta con un peor rendimiento y es proclive a las plagas, a pudrir la raíz y a la deformación de sus hojas.
Los propios agricultores han denunciado la dificultad de su recolección, así como la muerte de ganado que pasta por los alrededores. Explican que en su día fueron persuadidos de las supuestas bondades que traería consigo el cultivo de algodón genéticamente modificado, sin explicar las especiales condiciones que requiere el plantío.
La supuesta solución acabó por ampliar el problema. India, que cuenta con más de 550 millones de agricultores, la gran mayoría pertenecientes a los estratos más desfavorecidos del país, aprobó a principios de la década pasada, con la inestimable persuasión del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI), la liberalización del mercado y la consiguiente eliminación de subsidios.
Monsanto, que siempre ha defendido su inocencia y ha argumentado que el problema de los suicidios viene de lejos, estaba ante uno de los mejores escenarios posibles y consiguió firmar con varios gobiernos regionales un memorándum por el cual se distribuía sus productos modificados genéticamente.
Los agricultores se dejaron seducir. El horizonte hacia una vida mejor estaba más cerca con estas fértiles semillas de Monsanto. Cuando la situación es desesperada, las condiciones de los trabajadores del campo de la India son deplorables, cualquier promesa es abrazada como la más tangible de las visiones.
Sin embargo, muchos desconocían que estas semillas transgénicas, mucho más cara que las naturales,requerían una cantidad de agua muy superior para que pudieran florecer. La falta de lluvias en el país, o bien las inundaciones, no hacían más que aumentar el problema.
“Los suicidios comenzaron antes de nuestra llegada a la India”
La otra parte del conflicto, Monsanto, ha salido al paso de las acusaciones y se ha desvinculado de cualquier tipo de relación en el mismo. En su página web se defiende de estas acusaciones, argumentando que los masivos casos de suicidio se llevan produciendo en la India “mucho tiempo antes” de la introducción del cultivo del algodón Bollgard, allá por el año 2002.
Es más, incluso ofrecen un estudio de 2006 en el que se recoge un aumento del 118% de las ganancias de los agricultores que confiaron en sus transgénicos.
Es más, incluso ofrecen un estudio de 2006 en el que se recoge un aumento del 118% de las ganancias de los agricultores que confiaron en sus transgénicos.
“Nosotros tendremos éxito solamente si nuestro clientes lo tienen también. Tenemos una gran cantidad de clientes que vuelven y muchos otros que llegan cada año”, zanja el comunicado.
La multinacional tiene varios frentes abiertos en todo el mundo. En Latinoamérica, por ejemplo, países como Guatemala, Chile o Argentina, han echado atrás varias leyes que pretendían regular derechos de propiedad sobre variedades vegetales, así como de semillas mejoradas, lo cual, denuncian sus detractores, obligaría a los pequeños comerciantes a comprarselas a estas grandes compañías, favoreciendo la privatización y el monopolio de semillas.
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