Cuando las vaquerías jesuitas y Don Hernandarias iniciaron o definieron para bien a la Banda Oriental en su futuro productivo, nada seguramente les hubiera hecho pensar o imaginar que a esta altura de la evolución económica de la misma, y ya siendo la República Oriental del Uruguay, los organizados actuales productores agropecuarios estuvieran definiendo su […]
Cuando las vaquerías jesuitas y Don Hernandarias iniciaron o definieron para bien a la Banda Oriental en su futuro productivo, nada seguramente les hubiera hecho pensar o imaginar que a esta altura de la evolución económica de la misma, y ya siendo la República Oriental del Uruguay, los organizados actuales productores agropecuarios estuvieran definiendo su futuro, en muchos casos, entre la descendencia de aquel vacaje cornudo y un yuyo denominado soja.
Entre eso se centra hoy una buena parte del futuro de la producción local. La caída de los valores de la oleaginosa y un ajuste de costos distante de ser correlativo, y acompañar la baja, deja a varia zonas devenidas en agrícolas del país en la disyuntiva de mantener la producción, o volver a apoyarse en 4 patas.
La zona núcleo de Uruguay, referida a la zona de influencia del Puerto de Nueva Palmira, donde se encuentran los suelos más productivos, y las zonas cercanas al puerto de Montevideo, deberían de mantener su área de producción, a pesar de la caída de los precios en Chicago. Digamos que aquellas chacras a más de 180 km de los puertos son las que entran en el juego de la duda. Con un combustible caro y fletes que lo reflejan, comienza en estos días a jugarse el partido de la renegociación de rentas, donde el dueño del campo deberá de tomar la decisión de aceptar la oferta del arrendador, realizar el cultivo por cuenta propia, o sembrar pasturas, reconstruir alambrados, poblar y volver a la ganadería.
Entre todas estas opciones, serán pocos los casos que optarán por la tercera, ante la importante disponibilidad financiera que deberán poseer, y una rentabilidad lejana a la acostumbrada en los últimos años y con más trabajo. La segunda puede ser una alternativa, pero representa asumir un riesgo que no todos, que han vivido en la comodidad de ver los ingresos en sus cuentas bancarias desde un sillón, están dispuestos a correr. La tercera puede ser la más viable, pero habrá que ajustar el número.
Tal vez, es en esas zonas de poca tradición agrícola, a diferencia de la zona núcleo, aunque no tanto, donde además de por los números, la mentalidad de empresa se mantiene del lado de la ganadería. Es ese ganadero uruguayo devenido en agricultor, que habiendo hecho uso y desuso de las mieles de los últimos años, nunca logró adaptarse en su mayoría a los sistemas de venta que ofrece la agricultura, y en particular la soja. Ni siquiera pudo entender el tipo de venta al alza del agricultor argentino, de quien tanto aprendió, menos a vender.
No pudo desligarse de esperar que el precio suba un poco más y terminar vendiendo a la baja, como el ganado. Le costó mucho entender que el precio se referencia sobre un mercado financiero como el del CME en Chicago, y eso vuelve a su negocio un negocio financiero (además de créditos, tasas de interés, etc…). Se aferró siempre a esperanzas, que hasta el momento habían sido escuchadas, y no tuvo la capacidad, o tal vez el tiempo, o tal vez las ganas, de analizar las innumerables herramientas y combinaciones de las mismas que el mercado agrícola, y en particular el negocio como una visión global, brinda.
Hoy el ganadero Uruguayo devenido en agricultor se enfrenta a la disyuntiva de volverse agricultor profesional con todas las letras y en todos los aspectos del negocio, volver a la ganadería, o lanzarse a hacer agricultura a medias a la espera de que los dioses de Chicago escuchen sus plegarias.
El ganadero devenido en agricultores uruguayo es un alto porcentaje de los sojeros del Uruguay (en número, no tanto en superficie), que siempre pusieron el ojo y toda su atención en la eficiencia de costos, en la máquina, en el glifosato, y que cuando se dieron vuelta para vender el fruto de su arduo trabajo, se encontraron con un mercado que nunca entendieron muy bien, pero cuyas respuestas hasta el momento conformaban.
Las últimas respuestas no han sido del agrado del productor, pero tampoco ha buscado encontrar soluciones en la interpretación de las mimas, usando las herramientas que el propio mercado les brinda. Y, como tantas veces los economistas nos han dicho justificando los magros resultados de las cuentas públicas, el ganadero entendió y asumió como propia la frase “la culpa es del mercado”. Aunque esto, comienza a cambiar…
Gonzalo Ruiz Montes, es disertante del I Foro Latinoamericano de Commodities Agricolas en Argentina en el panel de Potencialidades de los Mercados Granarios en Sudamérica
Entre eso se centra hoy una buena parte del futuro de la producción local. La caída de los valores de la oleaginosa y un ajuste de costos distante de ser correlativo, y acompañar la baja, deja a varia zonas devenidas en agrícolas del país en la disyuntiva de mantener la producción, o volver a apoyarse en 4 patas.
La zona núcleo de Uruguay, referida a la zona de influencia del Puerto de Nueva Palmira, donde se encuentran los suelos más productivos, y las zonas cercanas al puerto de Montevideo, deberían de mantener su área de producción, a pesar de la caída de los precios en Chicago. Digamos que aquellas chacras a más de 180 km de los puertos son las que entran en el juego de la duda. Con un combustible caro y fletes que lo reflejan, comienza en estos días a jugarse el partido de la renegociación de rentas, donde el dueño del campo deberá de tomar la decisión de aceptar la oferta del arrendador, realizar el cultivo por cuenta propia, o sembrar pasturas, reconstruir alambrados, poblar y volver a la ganadería.
Entre todas estas opciones, serán pocos los casos que optarán por la tercera, ante la importante disponibilidad financiera que deberán poseer, y una rentabilidad lejana a la acostumbrada en los últimos años y con más trabajo. La segunda puede ser una alternativa, pero representa asumir un riesgo que no todos, que han vivido en la comodidad de ver los ingresos en sus cuentas bancarias desde un sillón, están dispuestos a correr. La tercera puede ser la más viable, pero habrá que ajustar el número.
Tal vez, es en esas zonas de poca tradición agrícola, a diferencia de la zona núcleo, aunque no tanto, donde además de por los números, la mentalidad de empresa se mantiene del lado de la ganadería. Es ese ganadero uruguayo devenido en agricultor, que habiendo hecho uso y desuso de las mieles de los últimos años, nunca logró adaptarse en su mayoría a los sistemas de venta que ofrece la agricultura, y en particular la soja. Ni siquiera pudo entender el tipo de venta al alza del agricultor argentino, de quien tanto aprendió, menos a vender.
No pudo desligarse de esperar que el precio suba un poco más y terminar vendiendo a la baja, como el ganado. Le costó mucho entender que el precio se referencia sobre un mercado financiero como el del CME en Chicago, y eso vuelve a su negocio un negocio financiero (además de créditos, tasas de interés, etc…). Se aferró siempre a esperanzas, que hasta el momento habían sido escuchadas, y no tuvo la capacidad, o tal vez el tiempo, o tal vez las ganas, de analizar las innumerables herramientas y combinaciones de las mismas que el mercado agrícola, y en particular el negocio como una visión global, brinda.
Hoy el ganadero Uruguayo devenido en agricultor se enfrenta a la disyuntiva de volverse agricultor profesional con todas las letras y en todos los aspectos del negocio, volver a la ganadería, o lanzarse a hacer agricultura a medias a la espera de que los dioses de Chicago escuchen sus plegarias.
El ganadero devenido en agricultores uruguayo es un alto porcentaje de los sojeros del Uruguay (en número, no tanto en superficie), que siempre pusieron el ojo y toda su atención en la eficiencia de costos, en la máquina, en el glifosato, y que cuando se dieron vuelta para vender el fruto de su arduo trabajo, se encontraron con un mercado que nunca entendieron muy bien, pero cuyas respuestas hasta el momento conformaban.
Las últimas respuestas no han sido del agrado del productor, pero tampoco ha buscado encontrar soluciones en la interpretación de las mimas, usando las herramientas que el propio mercado les brinda. Y, como tantas veces los economistas nos han dicho justificando los magros resultados de las cuentas públicas, el ganadero entendió y asumió como propia la frase “la culpa es del mercado”. Aunque esto, comienza a cambiar…
Gonzalo Ruiz Montes, es disertante del I Foro Latinoamericano de Commodities Agricolas en Argentina en el panel de Potencialidades de los Mercados Granarios en Sudamérica
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