impotencia exportadora de nuestra industria fue uno de los hechos más preocupantes de 2014.
Uno de los hechos más preocupantes de 2014 fue la impotencia exportadora mostrada por una parte relevante del complejo industrial argentino. Cuando el mercado interno atraviesa un ciclo recesivo, como es el caso actual, cabe esperar que aquellos sectores que producen bienes que, en teoría, son comercializables internacionalmente, compensen con mayores exportaciones la merma de la demanda local. Sin embargo, los despachos al exterior de la manufacturas de origen industrial (MOI) cayeron 15 por ciento interanual en 2014. Este comportamiento está reflejando el agotamiento de un esquema que, con variantes, se ha retroalimentado por décadas en el país. El segmento industrial (excluyendo las manufacturas de origen agropecuario), financia de tres maneras alternativas el déficit crónico de su balanza comercial sectorial: a) con entrada de capitales masivas al país; b) con los dólares aportados por el campo; c) o con restricciones a las importaciones que evitan la ampliación del desequilibrio. Las primeras dos fuentes tienen marcada volatilidad, caso de los flujos de capitales a emergentes y los precios de las commodities ; mientras que la tercera genera un círculo vicioso de pérdida de competitividad de la industria, porque tiende a atrasar el tipo de cambio y porque induce la instalación de plantas con escala reducida y resta incentivos para que el sector converja a la frontera tecnológica. Para fortalecer al sector industrial, la Argentina tendrá que romper esquemas agotados y avanzar hacia un nuevo modelo, de mayor integración del complejo fabril con los países de la región (no sólo del Mercosur) y del resto del mundo, para lograr mayor especialización y escala.
Por el perfil productivo de la Argentina, no tiene sentido proponerse modelar un sector industrial que se autoabastezca de los dólares que necesita en función de las importaciones de insumos y bienes de capital. El problema está en el limitado volumen de ventas al exterior. En promedio, en el último quinquenio, las exportaciones MOI fueron de 25 mil millones de dólares por año, y el déficit de la balanza comercial sectorial fue de 30 mil millones/año, dado el promedio de compras al exterior, de 55 mil millones de dólares. La clave es que ese desequilibrio se reduzca no en valores absolutos, sino en términos relativos al volumen de comercio exterior del sector industrial. Se trata de transformar en autopistas las rutas que hoy conectan al complejo fabril con el resto del mundo, en un movimiento que inevitablemente será de ida y vuelta, dado como funcionan actualmente las cadenas de valor. Un déficit de 40 mil millones de dólares se soportaría mucho mejor si las exportaciones MOI fueran de 50 mil millones.
Actualmente, las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial de la Argentina capturan sólo el 0,22 por ciento del mercado mundial de estos productos, cuando el PIB de nuestro país es uno por ciento del PIB mundial. Esta subrepresentación fabril se manifiesta en otros indicadores, pero el más contundente es el que computa exportaciones industriales por 600 dólares por año y por habitante para la Argentina, contra 2.400 dólares para el caso de México y 9.800 dólares para Corea.
Por la dotación de factores productivos de nuestro país, la meta coreana luce irrealizable, pero eso no implica que no deba apuntarse a una coexistencia más equilibrada del complejo industrial con los sectores más vinculados a los recursos naturales y a los servicios.
Para completar el cuadro de situación, hay que subrayar la fuerte concentración en pocos mercados que tienen las exportaciones de MOI de nuestro país. De cada 100 dólares vendidos al exterior, 47 dólares son absorbidos por Brasil, con un segundo pelotón de países, entre los que se cuentan Estados Unidos, Chile y Canadá, que canalizan (cada uno) entre el cinco y el siete por ciento de los despachos, y un tercer círculo, que incluye a Paraguay, México, Venezuela, Perú y Uruguay, al que se deriva, por país, tres por ciento de las exportaciones de MOI. Así, casi 80 por ciento de las ventas al exterior de productos industriales tiene a América como su mercado y en el resto del mundo sólo se destaca la Unión Europea (seis por ciento del total).
La “Brasil-dependencia” de nuestras exportaciones industriales es un hecho conocido pero, a su vez, presenta facetas paradójicas. Puede decirse que no es aconsejable que un solo mercado represente casi la mitad del total de las ventas fabriles al exterior. Pero, al mismo tiempo, debe consignarse que la Argentina captura cada vez menos “market share” cuando se analiza la evolución de las importaciones brasileñas. Los productos “made in Argentina” pasaron de cubrir 13 por ciento del total de las compras al exterior de Brasil en 1998 a sólo 6,7 por ciento en 2014. Cada punto porcentual que se resigna en la participación del mercado vecino equivale a 2,3 mil millones de dólares por año. A su vez, cuando afloja la demanda brasileña, nuestro país no logra desplazar esos bienes a otros mercados, como muestra el caso automotor, donde 85 de cada 100 unidades exportadas sólo pueden ser colocadas en el vecino país. Del lado de las compras argentinas, se tiene que hoy China está superando a Brasil como principal proveedor de bienes de capital, cuando 15 años atrás colocaba un dólar en equipos por cada 8,5 dólares facturados por firmas brasileñas.
Si la Argentina aspira a fortalecer su sector industrial a través de una mayor integración local a las cadenas de valor regionales y globales, un primer paso inevitable será el replanteo a fondo del Mercosur, una decisión que, por otra parte, también madura en Brasil, a juzgar por la agenda del equipo económico que acompaña a Dilma en su segundo mandato: prevén encarar negociaciones más decididas con la Unión Europea, con la Alianza del Pacífico y con el Nafta.
El Mercosur, que atraviesa el peor momento desde su creación, es una Unión Aduanera imperfecta y con múltiples excepciones, un mecanismo cada vez menos exitoso. En el último quinquenio, la producción industrial en México creció 10 puntos porcentuales más que el complejo argentino-brasileño.
Para las industrias ya instaladas, tanto en Brasil como en la Argentina, será un desafío asumir un recorte de las barreras al comercio. Pero mantener el statu quo tampoco es negocio para esas empresas. Por ende, hay espacio para un proceso gradual, de varios años, en dirección a una mayor integración de los mercados locales a los de la región y al resto del mundo. La clave es que los gobiernos asuman un firme compromiso a favor de la competitividad, lo que excede en mucho a la cuestión cambiaria, e incluye también la disminución de la presión tributaria, reasignar prioridades en infraestructura, estabilidad y condiciones para el crédito de largo plazo, capacitación de los recursos humanos e incentivos a mejoras continuas de productividad, entre otros.
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