En el mundo, cada persona derrocha hasta 115 kilos de comida al año. Para enfrentar los desafíos que plantea una población de 9.100 millones de habitantes para 2050, el INTA trabaja en la preservación y transformación.
Las proyecciones muestran que para alimentar una población mundial de 9.100 millones de personas, en 2050, sería necesario aumentar la producción de alimentos en un 70%. Pero, si se tiene en cuenta que cada año el mundo pierde un tercio de lo que produce (unas 1.300 millones de toneladas anuales) se abre un nuevo debate entre los especialistas: ¿debemos producir más o desperdiciar menos?
Desde el Instituto de Tecnología de Alimentos (ITA) del INTA Castelar, dirigido por Sergio Vaudagna, consideran “primordial” informar y formar al consumidor sobre el impacto social, económico y ambiental de su comportamiento a fin de modificarlo.
De acuerdo con la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el 46% del desperdicio de alimentos ocurre de manera significativa en los países desarrollados en las etapas de procesamiento, distribución y consumo incluso, cuando todavía son aptos para la alimentación humana.
Entre los productos con una tasa más alta de desperdicios anuales en el mundo están las frutas y hortalizas, raíces y tubérculos, seguidas por los cereales y el pescado, y en último lugar se ubican los cultivos oleaginosos, carne y productos lácteos.
Para Gustavo Polenta, especialista del ITA, “desde el punto de vista de la competitividad del sistema, tiene un impacto bastante importante el hecho de que se tire algo que no se aprovecha, pero desde el punto de vista ‘humano’ es inaceptable vivir en un mundo donde hay hambre y ver cómo se pierde o desperdicia lo producido”.
Según las estadísticas de la FAO, el desperdicio per cápita de alimentos en Europa y América del Norte es de 95 a 115 kg/año, mientras que en el África subsahariana y en Asia meridional y sudoriental esta cifra representa sólo de 6 a 11 kg/año.
En cambio, en las sociedades con mayor poder adquisitivo, se estima que la pérdida anual es de 222 millones de toneladas, cifra que casi alcanza a la producción alimentaria neta del África subsahariana (230 millones de toneladas).
De acuerdo con la FAO, esto sucede porque los individuos no planifican sus compras, lo hacen en exceso estimulados por el marketing y la publicidad, o reaccionan de modo exagerado a las fechas de caducidad y consumo preferente de los productos, mientras que las normas estéticas y de calidad llevan a los minoristas a rechazar grandes cantidades de alimentos perfectamente comestibles.
Para conservarte mejor:
En el Instituto de Tecnología de Alimentos del INTA Castelar investigan cómo asegurar la inocuidad y extender el tiempo de almacenamiento de frutas mínimamente procesadas, carnes y productos lácteos, sin perder los atributos sensoriales que los caracterizan y conservar las propiedades nutricionales. La respuesta la encontraron con la aplicación de altas presiones hidrostáticas (APH) en períodos cortos de tiempo.
Vaudagna explicó que “la idea es proteger al alimento del ambiente de cocción, ya que se lo envasa al vacío y se le quita el oxígeno, lo que minimiza las reacciones de oxidación y el desarrollo de microorganismos alteradores aerobios”.
“Trabajamos en el estudio de APH para la preparación de productos cárnicos reducidos en sodio y en grasas. Al disminuir el contenido de sal en la formulación de los productos, la aplicación de alta presión compensa su efecto”, señaló.
La tendencia general hace referencia tanto a la actitud de los individuos como a habilidades prácticas de gestión de los alimentos: planificación, racionamiento y almacenamiento. En consecuencia, los desechos se generan en los restos de los platos, excedentes de cocina y en aquellos productos no consumidos a término.
Vaudagna explicó que “la idea es proteger al alimento del ambiente de cocción, ya que se lo envasa al vacío y se le quita el oxígeno, lo que minimiza las reacciones de oxidación y el desarrollo de microorganismos alteradores aerobios”.
Buenos Aires, en cifras:
En el Área Metropolitana de Buenos Aires, según un estudio realizado por la Facultad de Ingeniería de la UBA, los desechos alimenticios son el primer componente en el flujo de residuos sólidos, que representan el 41,55% para la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el 37,65% para los alrededores).
Los barrios porteños que lideran el derroche son Palermo, Recoleta y Caballito (118,26; 107,55 y 90,12 toneladas por día, respectivamente), mientras que en los municipios con mayor desperdicios alimenticios son Avellaneda, Lanús y Quilmes (con el 45,61; 43,08 y 40,75% de los residuos).
La reducción del despilfarro de alimentos es necesaria como una de las primeras medidas para luchar contra el hambre a la vez que contribuye a preservar los recursos naturales. Así lo aseguró Natalia Basso, técnica del equipo de Nutrición y Educación Alimentaria del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación.
Nada se tira, todo se transforma:
Cuando ya se intentó todo y sólo queda desecharlo, aún así queda una oportunidad: el compostaje. Entre el 40 y 50% en peso de la basura que se genera en las casas son residuos orgánicos. Si se dispone de lugar, se pueden transformar un desperdicio en abono para nuestras plantas.
“Abordar el despilfarro de comida” se refiere al reciclaje y la recuperación: el reciclaje de subproductos, la digestión anaeróbica, el compostaje y la incineración permiten recuperar energía y nutrientes de los residuos de alimentos, lo que representa una ventaja significativa sobre el tirarlos en los vertederos.
Para ello, el especialista en desarrollo rural del Prohuerta Área Metropolitana Buenos Aires (INTA AMBA), Claudio Leveratto, recomendó tener un tacho con tapa al lado del que se tiene en casa para juntar todo lo que se desintegra rápido (yerba, café y té usados, cáscaras de frutas, restos de verduras, cáscaras de huevo bien rotas, etc.).
Mientras tanto, en el jardín se coloca en una “montañita” todo lo recolectado y se agregan hojas secas, pasto y yuyos. A esto se le suma un poco de tierra y cada tanto estiércol de caballo, de ave, conejo o vaca pero nunca de perro ni de gato. Además, se debe remover la pila cada 15 o 20 días.
En la abonera proliferan una multitud de organismos benéficos llamados “descomponedores”, que degradan los restos orgánicos y liberan los nutrientes que poseen para que puedan ser utilizados por las plantas. Estará lista en cinco o seis meses, en invierno, y tres o cuatro meses, en verano.
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