Mike McCloskey armó un tambo show en Indiana, EE. UU., tiene un joint venture con Coca-Cola y de sus desperdicios genera energía.
Imagine: vacas lecheras comiendo algas, cultivadas en aguas residuales de biodigestores que extrajeron, del estiércol de las mismas vacas, diversos fertilizantes (para el maíz y la alfalfa que comen las vacas), electricidad (para dar energía al tambo) y gas (como combustible para la flota de camiones que se lleva la leche). El proceso se completa con el uso del agua depurada por las algas para regar los cultivos, y con el cobro de una suerte de crédito por el mejoramiento ambiental producido.
Tal es el círculo virtuoso es el que espera completar en Indiana, en no más de cinco años, el veterinario Mike McCloskey. El Steve Jobs de la lechería, como lo apodó alguien en la charla que recientemente brindó en Buenos Aires, invitado por la Fundación Producir Conservando.
La carrera de McCloskey comenzó por el ’83, con un tambo de 300 vacas en California, con su mujer y un socio. Hoy, mudado al frío noroeste de Indiana, tiene 15.000 vacas, donde es presidente de Fair Oaks Farm, un despampanante Disney World de animales de granja reales. Es socio cofundador y CEO de Select Milk Producers, la 5a mayor cooperativa láctea de los Estados Unidos. Es socio de Southwest Cheese Company, firma que tiene la mayor planta de queso cheddar del mundo. Y es socio de Coca-Cola en la primera inversión láctea de esta gigante en los Estados Unidos, alianza que dio a luz el batido energético Core Power, sponsor en el Mundial de fútbol de Brasil.
Afable, sin arrogancia, a la pregunta de cómo hizo responde: “Soy tan bueno como la calidad de mis socios. Estas cosas no pueden hacerse solo”.
El recorrido
A McCloskey, que tiene un posgrado en producción láctea, dice que desde el comienzo le interesó trabajar bien tranqueras adentro: “Nos interesaba el cuidado de la vaca, el mejor ambiente en la sala de ordeño para lograr una mayor producción y calidad de leche, y también el medio ambiente y la percepción de la comunidad respecto de nuestro trabajo”.
Pronto pasaron a 1200 vacas y luego a 1800. “Ya con ese tamaño empezamos a implementar protocolos muy estrictos y detallados”, dice, porque había muchos empleados y debían entender “cómo hacer las cosas y por qué de esa manera, para que compartieran los valores”.
En 1989 vendieron y abrieron un tambo en Nuevo México, donde llegaron a 5000 vacas, con tecnología más moderna. “Pero vendíamos a intermediarios que mezclaban nuestra leche buena con leche mala para hacer mediana. No les importaba lo que nosotros sí veíamos que iba a ser muy importante para el consumidor”.
Sin dinero para la usina láctea propia, buscaron quien valorara la diferencia, y se asociaron con una cadena que tenía su propia planta. “Al poner su marca, al supermercado le interesa tener la calidad más alta. Eso nos puso muy cerca del consumidor”, dijo.
Les fue bien, pero entonces empezaron a necesitar más leche producida con los mismos parámetros. En 1994 formaron la cooperativa Select Milk Producers, que hoy tiene 92 socios, con 8 plantas propias grandes y presencia en todos los niveles de producción. Hace leches en polvo y fluidas, envasadas con marca propia, yogures, quesos y productos especializados. El cuidado de la calidad y los procesos, dice McCloskey, fue lo que hizo que Coca Cola los eligiera para su incursión láctea, cuando a fin de 2012 les compró el 50% de Fair Life, dedicada a hacer productos de alto valor. “Nosotros manejamos la empresa y Coca-Cola hace la distribución, lo cual es un sueño”.
Una licencia social
Para McCloskey, se debe trabajar de manera sustentable para tener una licencia social, un permiso para poder operar. “Lo que pasa y pasará cada vez más es que, cuando un consumidor vea un producto, también va a ver un membrete y con su teléfono podrá ver quién lo hace. El concepto, probado, es que al consumidor le importa lo que yo hago. Si soy bueno con los animales, con mis vecinos, con mis empleados, si tengo buena calidad de leche, si me encargo del medio ambiente, todo eso tiene un valor, y el consumidor lo va a encontrar (siempre que no haya una crisis). A veces esto nos deja algún ingreso extra, pero no dura o es muy poco. Pero yo puedo venderle leche a quien yo quiera. Porque abro la puerta, soy la mejor opción”.
Círculo virtuoso
El proyecto energético a partir de los desechos comenzó hacia 2002. McCloskey esperaba que se desarrollaran biodigestores en los Estados Unidos para instalar en su nuevo tambo de Indiana. Pero ya tenía 12.000 vacas, el olor se volvía molesto para la comunidad, y los planes se precipitaron. “Fui a Alemania y Noruega. Allí tienen incentivos muy grandes. Pero lo bueno fue que vi que se podía hacer. Había que sacarle mucho gasto, y lo hicimos usando escala e ingenio (como se informa por separado). Fui de los primeros en introducir la tecnología y de los que ayudó a definir el mercado”.
Además de eliminar el 80% de los olores, empezó a hacer electricidad con el gas metano. “Pero tenía 2/3 partes más de gas, y no podía vender la electricidad porque querían pagarme 3 centavos de dólar el kw, y el mío costaba 9 centavos. Así se me ocurrió lo de los camiones”. Tras dos años de arreglos y contratos, armó una flota de 42 camiones lácteos que marchan con el gas que sobraba. El sistema de electricidad y gas demandó 28 millones de dólares.
El proyecto no quedó ahí. Con una tecnología nueva, lograron recoger el nitrógeno gaseoso del amoníaco de los desechos, y así evitar su evaporación y posterior caída en forma del tan contaminante PM10. “Lo había visto hacer en Europa con desperdicios humanos y vi que iba a funcionar bien en vacas lecheras, que producen tanto amoníaco: 120 libras al año cada una”. Así, con ácido sulfúrico como filtro, crean sulfato de amonio, un fertilizante de alto valor para el maíz. Y con otra tecnología, capturan también el nitrógeno biológico y el fósforo, flotándolos mediante polímeros. “Ahora podemos manejar mejor los fertilizantes, por su concentración, se puede usar al nivel de la raíz y tantas otras cosas”.
Pero esas dos tecnologías son caras y “no crean suficiente valor para pagarse”. Entonces, McCloskey tuvo otra idea: una especie de Bonos de Nitrógeno. Porque el nitrógeno y fosfatos que se perdían iba a las mismas aguas municipales donde van los excrementos humanos, que deben tener menos de 10 partes por millón (ppm). Pero la agricultura, que tiene buen lobby en los Estados Unidos, no puede ser regulada por la EPA (Environmental Protection Agency); puede usar los excrementos a nivel agronómico, aunque se le atribuye del 30 al 40 por ciento de los problemas de fosfatos y nitratos en los ríos.
“Es un problema muy grave: hay eutrofización, zonas muertas en los océanos. No podemos parar todo, pero la agricultura tiene que hacer su parte, y con esta tecnología podemos reducirla.” Así, en vez de que la EPA obligue a los municipios a reducir de 10 a 6 ppm los nitrógeno y fosfatos, a un costo de US$ 80 la libra. McCloskey propuso regularse voluntariamente, demostrar que recuperó lo que se estaba yendo al agua y a la atmósfera, y venderle el crédito al municipio. A cambio de US$ 5 la libra (en vez de 80), al municipio le conviene mucho y McCloskey dice que tienen buenas ganancias.
De todo ese proceso queda un agua color café. Enviándola a invernaderos iluminados, McCloskey está sembrando “algas para que se coman todo, usar su proteína para reemplazar la soja en la alimentación de las vacas, y tener agua para regar al final”.
Para los próximos 5 años piensa duplicar sus ganancias sin aumentar una vaca a partir del uso de algo que era un desperdicio.
Un tambero visionario
Apunta a un proyecto energético ambicioso
Mike Mccloskey Veterinario / Empresario
- “En los próximos 5 años voy a llegar a hacer, del estiércol que tirábamos al campo, electricidad, gas para mis camiones, fertilizantes de alta calidad, algas para proteína y agua potable. Y todo eso me va a dar un valor agregado de entre 50 y 70 por ciento de lo que ganan las vacas hoy: casi duplicaré las ganancias de la empresa sin aumentar una vaca, a partir de algo que era un desperdicio”
15.000 Vacas en ordeñe
- Es el tamaño actual del tambo de McCloskey en el estado de Indiana, que además funciona como un Disney World de animales de granja. Comenzó en el 83 con un tambo de 300 vacas en California con su mujer y un socio
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