lunes, 28 de marzo de 2016

Cresta Roja, crónica de una muerte anunciada


Cresta Roja, por muchos años la segunda mayor empresa argentina en la producción de pollo de engorde, declaró la quiebra a fines del 2015. Sin embargo, parece que la empresa ha cobrado nueva vida en 2016. ¿Qué pasó?
Escribe Adalberto Rossi, periodista agrario y director de Cátedra Avícola, Argentina
Mucho se ha dicho en los últimos meses –y mucho se dice por estos días–, acerca de la abrupta caída de la reconocida empresa de la industria avícola argentina, Cresta Roja.

La empresa fundada en 1953 por los hermanos Milenko e Ivo Rasic que supo liderar el mercado argentino, y comenzó 2016 ocupando espacios centrales de medios gráficos, radiales, televisivos y digitales, por la caótica situación derivada de gruesos errores por parte de su conducción.

Días antes de que la jueza Valeria Pérez Casado decretara la quiebra de la emblemática empresa, los rumores hablaban de un pasivo impositivo millonario, de evasión, de ventas marginales, de vaciamiento y de especulación.

Desde la empresa culpaban al gobierno kirchnerista de su desgracia y hacían referencia a subsidios no cobrados, a que habían sido obligados por el entonces Secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, a canalizar su producción por debajo de los costos, a exportar a Venezuela sobre una escala de precios poco atractiva y con un importante retraso en los pagos, y al serio problema sindical que existía dentro de la empresa.

Claro que se hacía difícil comprender muchos de estos argumentos cuando la realidad indica que con el anterior gobierno, la casi totalidad de empresas que integran el sector productor de carne aviar en Argentina reflejó un crecimiento exponencial, promovido por un incremento en el consumo de carne aviar en el mercado interno, que pasó de 20 a 45 kilos por persona por año, que permitió la incorporación de nuevas estructuras para abastecer ese importante incremento de la demanda interna, y también externa –ya que el sector productor alcanzó récords históricos en sus exportaciones–, fomentó la creación de nuevos frigoríficos y, por supuesto, también se registró un notable aumento del volumen productivo.



Dramático desenlace de Cresta Roja

Es ahí donde surge el interrogante acerca de que quizás, las razones que expliquen el dramático desenlace de Cresta Roja, tengan que buscarse puertas adentro.

Probablemente, la seguidilla de decisiones desacertadas, la sustitución del profesionalismo en los Recursos Humanos por el “olfato”, un orgullo desmesurado que les impidió ver con claridad la realidad, y problemas internos que se remontan a heridas que nunca terminaron de cerrarse, hayan sido algunos de los ingredientes de este explosivo coctel que terminó por detonar las fuentes de trabajo de miles de familias, que a modo de protesta, a fines de 2015 generaron caos en las calles de la ciudad porteña, paralizaron los accesos a la ciudad de Buenos Aires a través de piquetes y aprovecharon cuanto espacio púbico encontraron para expresar su enojo y desesperación frente a un futuro que, día a día, se tornaba cada vez más oscuro.

Lo cierto es que cuando se inició el concurso preventivo de la compañía, allá por el mes de julio de 2014, Cresta Roja acumulaba deudas por 110 millones de dólares (contra un activo de 105 millones de dólares). Al momento de su quiebra ese pasivo habría crecido por arriba de 150 millones de dólares, sobre todo porque se dejó de pagar aportes de los trabajadores. Así, los principales acreedores estaban representados por organismos del propio Estado: la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP), la Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSES) y el Banco Nación, entidad que, asombrosamente, fue muy generosa al momento de prestarle dinero.

Según los plazos del concurso de acreedores, los hermanos Rasic tuvieron tiempo hasta el 2 de febrero 2016 para presentar un pedido de revocatoria de la quiebra dictada por la jueza Valeria Pérez Casado a fin del año pasado, luego de las intensas protestas protagonizadas por los 3.500 trabajadores de la avícola, que dejaron de cobrar sus sueldos y han debido sobrevivir los últimos meses con apenas 280 dólares mensuales de los REPRO (Programa de Recuperación Productiva) pagados por el Gobierno.

En este contexto, a mediados del mes de enero de 2016, representantes de los originales dueños de Cresta Roja, tentaron a los trabajadores de las plantas procesadoras ubicadas en la zona de Ezeiza –que reunían la mayor cantidad de fuentes de trabajo–, despertando cierto optimismo entre los trabajadores. Los primeros rumores que corrieron luego de ese encuentro, daban cuenta que los hermanos Rasic habrían conseguido el apoyo necesario para pedir la revocatoria y también los planteles de pollos como para reiniciar la faena a mediados del mes de febrero.



Ovoprot entra al escenario y Cresta Roja revive

En ese momento la historia parecía tener otro final, y la jueza Pérez Casado se encontró ante un dilema, pues pocas semanas atrás había optado por un plan para reactivar Cresta Roja presentada por un grupo empresario liderado por Ovoprot, otra empresa de la industria avícola argentina, pero enfocada a la producción de ovoproductos. Lo cierto es que más allá de estos rumores, el Presidente de Ovoprot, Santiago Perea, confiaba en el buen criterio de la jueza Pérez Casado.

Vale la pena señalar que Santiago es nieto de Ginés Perea, inmigrante español considerado el precursor de la avicultura industrial en Argentina y que, junto a sus hijos y nietos, creó Albayda, una de las compañías más importantes que tuvo la avicultura argentina, la cual operó en el segmento de engorde, postura, genética y procesamiento de huevo.

Al margen de estas consideraciones, el joven empresario no se equivocó y actualmente, el consorcio encabezado por Ovoprot International opera la quebrada Cresta Roja, y fuentes de la compañía han anunciado que a partir del 18 de abril se reiniciará la faena luego de meses de paralización. En un principio comenzarán faenando 80.000 pollos/día, con el objetivo de llegar al mes de junio con una faena diaria de 180.000 pollos; un volumen interesante pero que se ubica lejos de los 400.000 pollos diarios que solía faenar Cresta Roja antes de entrar en la crisis que desembocó en su quiebra.

Tan sólo 700 de los 4.500 empleados que operaban la empresa antes de quebrar, fueron reincoporados por Ovoprot International. El resto, continúan cobrando sus haberes a través de un fideicomiso en el ámbito de la estatal Nación Fideicomisos.

A mediados de marzo de 2016, la empresa importó desde Brasil los primeros lotes de genética Aviagen – seis lotes de abuelos de las futuras reproductoras–, con los cuales tienen garantizado un incremento de la producción para el próximo año.

Más allá del desenlace de esta historia, ya nada volverá a ser como antes. Ni para los consumidores habituales de la marca Cresta Roja que vieron por televisión el sacrificio innecesario de millones de pollitos, ni para un sector que sufrió –en mayor o menor grado– la pérdida de confianza por parte de sus proveedores y entidades crediticias, y mucho menos para esa familia de inmigrantes croatas que llegó al país sin absolutamente nada, creó un imperio a base de un admirable sacrificio, ocupó por décadas un liderazgo indiscutido en la industria avícola, supo codearse con los gobiernos de turno, tocó el cielo con las manos y ahora, sólo la acompaña la vergüenza.

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