Mientras buena parte de la población parece querer un Estado intervencionista y estatista, el oficialismo no se mueve por ideología sino por el control del poder, en tanto la oposición mira más las formas que el fondo.
Por Roberto Cachanosky
El año que se inicia está lleno de expectativas por los grandes interrogantes que pesan sobre la economía argentina y por ser un año en el que, en principio en octubre, votaremos por un nuevo presidente. Muchas cosas pueden pasar en estos 10 meses, sin embargo el gran interrogante es si Argentina logrará cambiar de rumbo, tanto en lo económico como en lo institucional, porque recordemos que el simple hecho de votar no cambia por sí las cosas. Votando solo se elige a alguien que administrará el país por cuatro años. Y si ese alguien no cambia no solo las formas de gobernar, sino también el fondo, el cambio de rumbo decadente no se producirá.
Mi impresión es que para que Argentina cambie el rumbo deberían ocurrir uno de las siguientes dos cosas: a) la gente demande ese cambio y elija a algún candidato que represente ese cambio o b) algún candidato logre entusiasmar a la opinión pública con un cambio en las formas y en el fondo.
En lo que hace a la hipótesis a), francamente no percibo una tendencia en la opinión pública que reclame cambios de fondo. Buena parte de nuestra población puede rechazar las formas autoritarias y soberbias del kirchnerismo, pero desea seguir viviendo de las dádivas del Estado. Quiere un Estado intervencionista, que regule los precios, que redistribuya los ingresos, que limite la competencia, que mate con impuestos a los demás, etc. Es decir, le gusta tener un Estado gastador, confiscador de ingresos y regulador pero no le agrada pagar los costos de ese tipo de Estado.
Qué podemos esperar de la hipótesis b). En los 10 meses que faltan hasta las elecciones, difícilmente Cristina Fernández cambie su forma de gobernar. ¿Por qué no lo va a cambiar? En primer lugar porque un cambio de fondo implicaría asumir los costos de sincerar todas las distorsiones acumuladas en estos años a solo meses de las elecciones. El costo político lo pagaría en el corto plazo y los beneficios se verían en el largo plazo, algo que no le conviene si es que finalmente se presenta para un segundo mandato. En términos personales le conviene más seguir este rumbo apostando a que el mundo seguirá jugando a favor de Argentina.
En segundo lugar porque, en su momento Néstor Kirchner, como ahora ella, parecen ver el poder como un negocio personal. El discurso progre de Cristina Fernández seguramente tiene poco que ver con la ideología y mucho con una estrategia para adular a las masas persiguiendo su objetivo final que pasaría por tener un pueblo pobre y dependiente de la benevolencia del amo. Un modelo que se acerca más al populismo que a una democracia republicana. Puesto de otra forma, la tan alabada Asignación Universal por Hijo, que incluso los opositores al gobierno aplauden como una gran medida de política pública, no es otra cosa que la construcción de un país con muchos pobres que necesitan de esa benevolencia del amo para poder sobrevivir. Si quienes dicen llamarse progresista desearan la felicidad y prosperidad del pueblo, tendrían que sentirse avergonzados de haber implementado dicho plan luego de los supuestos 7 años de crecimiento a tasas chinas. Por el contrario, Cristina Fernández muestra la Asignación Universal por Hijo como una gran conquista social que ella les otorga, casi por gracia del gran amo, a una población hambrienta y pobre que no puede sostenerse por sus propios medios. ¿Por qué no puede sostenerse por sí misma? Porque no es casualidad que en Argentina no haya inversiones. Casi podríamos decir que al gobierno de Cristina Fernández no le conviene que haya inversiones porque eso haría que la gente tuviera trabajo y no dependiera económicamente de sus dádivas para sobrevivir. La Asignación Universal por Hijo poco tiene que ver con una ideología progre y mucho con un modelo fascista de construcción de poder. Controlo a las masas con dádivas y trato de limitar las libertades individuales para transformarme en el Duce (ley de medios, denunciar como conspiradores a todos aquellos que no piensan igual que ellos, etc.).
¿Cuál es el gran temor político del oficialismo? Perder el control del Gran Buenos Aires donde habitan millones de personas pobres e indigentes. ¿Quién le puede asegurar cierto control del Gran Buenos Aires? Los llamados barones del conurbano que pueden dominar a las masas o lanzarlas a las calles a saquear, hacer piquetes y demás desbordes sociales. El modelo de construcción de poder del kirchnerismo tiene sus grandes ventajas políticas para esa facción política, pero implica jugar con fuego, porque crear una gran masa de pobres para que vivan de la dádiva del Estado es, al mismo tiempo, crear un caldo de cultivo para que al menor traspié se produzca una convulsión social.
Hacia fines de año hemos visto cómo en Argentina se producían violentas tomas de tierras y enfrentamientos en la estación Constitución. Pero también estamos viendo como Evo Morales, otro fabricante de pobres, está inmerso en una convulsión social por el tarifazo en los combustibles que tuvo que aplicar, y luego suspeder, por la escases que supo generar gracias a sus políticas estatistas e intervencionistas. Es decir, crear pobres puede ser una estrategia de control político, pero también implica fumar en la destilería.
Si uno entiende que el kirchnerismo no tiene una ideología sino un objetivo de poder casi absoluto al estilo fascista, cambiar de rumbo implicaría dejar de lado su objetivo de poder. Por eso Cristina Fernández insiste con profundizar el modelo. Profundizar el modelo no es otro cosa que intentar retener el poder en base al poder económico concentrado en sus burócratas. En el manejo de los ingresos públicos para comprar voluntades (gobernar sin presupuesto). Mientras a las masas se las adula con discursos como “Ud. es pobre porque el otro es rico, y yo voy a hacer justicia redistribuyendo el ingreso”, a las empresas se las somete a las arbitrariedades de los burócratas quienes deciden si otorgan un aumento de precios o no, que es lo mismo que decir que deciden quién vive y quién no. Esa forma de gobernar tiene poco que ver con la ideología y mucho con un sistema fascista de gobierno. ¿Por qué tanta alianza con Moyano, un dirigente sindical que tiene una de las imágenes negativas más altas del país? Porque es el que puede paralizarme el país o complicarme la vida. Y ni que hablar de las fuerzas de choque que acostumbraba dirigir D’Elía y otros grupos piqueteros. Si una empresa no hace lo que el gobierno quiere, antes le mandaban las fuerzas de choque de supuestas organizaciones sociales o Moyano les paraliza la planta con algún piquete. Digamos que el “orden” ya no lo ponen los Falcon verdes sino las fuerzas “sociales”.
Quiero decir, fabricar pobres para luego adularlos con dádivas estatales es parte de la construcción de poder. La otra parte pasa por crear temor en aquellos que quieren vivir en libertad. Ley de medios, grupos de choque tipo SS y otras formas de amedrentar a los opositores no tiene que ver con las formas de las actuales socialdemocracias europeas y mucho con el estilo del Duce.
Por eso, por el lado del oficialismo no podemos esperar ese cambio positivo en el 2011. Queda el resto de la dirigencia política, la oposición que, salvo algunos casos en particular, parecieran querer hacer kirchnerismo sin Kirchner. No es el fondo de las políticas públicas lo que parece preocuparles, sino las formas, y si bien las formas son importantes, el fondo es la condición necesaria para modificar esta constante decadencia de la Argentina.
Tal vez en octubre del 2011 debamos conformarnos con un giro del electorado que produzca un cambio de las formas pero no del fondo. Es decir, algo más de decoro en el uso del poder y de los recursos públicos. Un discurso menos soberbio y más diálogo. Menos intentos por generar divisiones en la sociedad incentivando el resentimiento entre diferentes sectores. Algo más de pudor en las autoalabanzas. En fin, posiblemente ese sea el primer paso para luego intentar cambiar el fondo y hacer de la Argentina un país que tenga las condiciones necesarias para que la cultura del trabajo y el esfuerzo le otorguen a la gente un horizonte de prosperidad. Nada más y nada menos que eso. Tener una Argentina en la que cada uno pueda buscar su propia felicidad sin tutelas de gobernantes que nos pongan todo el tiempo el pie sobre la cabeza para decir cuánto aire de libertad podemos respirar.
Soy consciente de que esta primera nota del año luce dura, pero durante mucho tiempo creí que con la llegada de un nuevo año las cosas podían cambiar. Hoy día prefiero no escribir sobre lo que deseo que pase, sino sobre lo que pienso que puede pasar.
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