Los productores agropecuarios del país son nuestra burguesía industrial posible. Cuando superen la crisis actual, y tengan aire para pensar a cinco años, no los para nadie. Hoy el campo está atrapado en su lógica de negocios, que lo obliga a invertir aunque la ecuación de rentabilidad no cierre. El productor no puede ganarse […]
Los productores agropecuarios del país son nuestra burguesía industrial posible. Cuando superen la crisis actual, y tengan aire para pensar a cinco años, no los para nadie.
Hoy el campo está atrapado en su lógica de negocios, que lo obliga a invertir aunque la ecuación de rentabilidad no cierre. El productor no puede ganarse el pan de otra forma: a diferencia de la gente de las ciudades, que con su saber específico puede reubicarse fácilmente en un sinnúmero de trabajos en el entorno urbano, el productor cuando tiene mala rentabilidad es difícil que pueda colocar sus habilidades en otro lado, porque cuando eso pasa, toda la ruralidad está quebrada y lo que él sabe en la ciudad no tiene valor.
El campo es mucho más que productores: el sistema de agronegocios no puede convivir con estos precios internacionales (que en el mundo son buenos), el nivel actual de costos en dólares, las retenciones y el cierre de exportaciones de trigo, maíz, carne y leche.
Debido a esto, la rentabilidad de todo el sistema de agronegocios está golpeada y se entra en una etapa contractiva que va por su quinto año; hace tres ya que cae el área sembrada y distintos analistas aventuran que la reducción de área sembrada puede alcanzar las dos millones de hectáreas más para la campaña 2015/16, cuya parte más importante comienza a sembrarse en noviembre.
El impacto de esta baja de actividad pospone inversiones que van desde fertilización, rotaciones y control de malezas (que dañan la rentabilidad de largo plazo del sistema) hasta renovación de camiones, o inversiones inmobiliarias en ciudades rurales distantes como Rosario y Rio IV. La onda expansiva es fenomenal. El subsistema de la ganadería, para nombrar uno muy golpeado, está en crisis terminal: frigoríficos cerrados, stock ganadero diezmado, ganaderos que desaparecen, etc.
Ocuparse de lo urgente (no quebrar) está erosionando la competitividad del sistema, ya que los actores entraron en una fase de comportamiento defensivo.
Se perdió mucho terreno ganado, pero lo principal queda: la experiencia de casi duplicar la producción agrícola en veinte años no se la puede llevar nadie.
Los productores agropecuarios del país, desde el chacarero de 9 de Julio, hasta el quintero de tomates de Pichanal son nuestra burguesía industrial posible. Cuando tengan aire para pensar a cinco años, no los para nadie.
La clave es mostrar a la sociedad lo que el campo realmente es y eso es lo que buscamos con nuestro libro Campo, el sueño de una Argentina verde y competitiva: describir un sistema de negocios inclusivo que ofrece oportunidades de progreso a todos los que quieran sumarse.
Hace ya mucho que el eje de generación de riqueza dejó de ser la propiedad de la tierra y pasó a ser la generación e incorporación de conocimiento.
Por otro lado, el 60% de la agricultura se hace en campo alquilado. Más de la mitad de la inversión para sembrar un campo se financia a cosecha. Esto muestra que incorporarse al negocio es infinitamente más fácil a medida que pasa el tiempo: el capital y el acceso a la tierra hoy están disponibles como nunca antes.
La generación de valor no está atada a la tierra, sino al desarrollo e inyección de conocimiento.
Por otro lado, ¿cuántas asociaciones empresarias pueden exhibir una organización técnica con un liderazgo femenino de un equipo mixto de hombres y mujeres e interdisciplinario como lo hace AAPRESID?
El agro de hoy tiene una diversidad monumental y un arraigo federal incuestionable.
Según los críticos del campo “solo” generamos uno de cada cinco empleos (un número altísimo comparado con cualquier otro país), mientras que un cálculo más razonable lo situaría en un 25%, ya que estos críticos argumentan que, por ejemplo, la producción de cosechadoras no es parte del sistema de agronegocios.
Hoy existen mil personas que, en representación de la sociedad, toman decisiones claves para el 80% del área agrícola argentina; sin un involucramiento positivo, la construcción de acuerdos con ellos transforma en una quimera soñar el desarrollo: los principales desafíos del agro de hoy no tienen que ver con la tecnología o cuestiones de mercado, pasan por cómo la lógica de la ciudad se entrelaza con la del campo. Hablamos de un presidente, su equipo de ministros, cuatro gobernadores y sus colaboradores, cientos de legisladores a nivel nacional y provincial y más de quinientos intendentes a los que se suman los consejos deliberantes.
Por otro lado, el 100% de los granos se producen en municipios donde habita el 40% del país, 16 millones de personas.
En los diez municipios que más granos se producen viven un millón de personas.
Es imprescindible llegar a los vecinos del agro, a la sociedad y a estos decisionmakers con información y propuestas, pero también con historias que los involucren emocionalmente de algo de lo que son parte y se sienten ajenos: un sistema de generación de riqueza equilibrado e inclusivo. Ese es el desafío.
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