Hace un par de meses fue noticia a raíz de la determinación que emanó de un órgano especializado, en ámbitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Como consecuencia previsible, crece a escala internacional la demanda que exige la prohibición del glifosato, el herbicida “estrella” de la trasnacional Monsanto. Se trata del agro-tóxico que […]
Hace un par de meses fue noticia a raíz de la determinación que emanó de un órgano especializado, en ámbitos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Como consecuencia previsible, crece a escala internacional la demanda que exige la prohibición del glifosato, el herbicida “estrella” de la trasnacional Monsanto. Se trata del agro-tóxico que más se usa en términos planetarios, sobre todo en los cultivos de soja, maíz y algodón transgénicos. La Argentina no es ajena a esa problemática.Entre nosotros, se comercializa principalmente como “Round Up”. En otros países, también asume el ropaje de “Faena” o “Rival”. Pero más allá de los nombres de “fantasía”, sus impactos se revelan como cada vez más graves y además de incluir cáncer y malformaciones neonatales, se relaciona con el autismo y aumentos de la enfermedad celíaca. En el corazón sojero de la Argentina hace rato que se habla del tema, bastante lejos de la consideración de los grandes medios de comunicación, sean opositores o partidarios del gobierno.
En localidades de Córdoba, Santa Fe y provincia de Buenos Aires, al igual que en las zonas sojeras de Paraguay, se sabe por experiencia propia que el glifosato envenena a todos y todas los que tienen la desgracia de convivir con sus fumigaciones. A pesar de la resistencia a practicar estudios sistemáticos por parte de las autoridades sanitarias, se sabe que las mujeres sufren abortos espontáneos y que no son para desdeñar las malformaciones en los niños.
Por otro lado, caminar para ir a la escuela a la vera de un campo fumigado puede resultar mortal. El ejemplo más emblemático lo proporcionó de manera involuntaria el barrio Ituzaingó, de Córdoba. Allí, grupos de madres denunciaron que sus hijos mueren por las fumigaciones que se practican sobre las siembras transgénicas, relación que se vio confirmada por la labor de científicos valientes, como Andrés Carrasco o la Red de Médicos de Pueblos Fumigados.
Sus averiguaciones no sólo confirmaron las apreciaciones de las Madres de Ituzaingó, además establecieron que la incidencia del cáncer en las localidades de la zona sojera supera en ocasiones, en más del 400 por ciento a la media nacional. En la Argentina, las constataciones gozaron de muy poca repercusión hasta que en febrero último, un grupo de expertos de la OMS, que se integró con investigadores de 11 países, declaró que el glifosato es cancerígeno en animales de laboratorio y que se asocia con el surgimiento del cáncer en humanos.
El 7 de abril último, en ocasión del Día Mundial de la Salud, la Federación Sindical de Profesionales de la Salud de Argentina, demandó al Ministerio de Salud que se prohibiera el uso del agro-tóxico. La entidad representa a 30 mil médicos y otros profesionales de la salud del país. En su pronunciamiento, afirmó que el glifosato no sólo produce cáncer, además se asocia con el aumento de abortos espontáneos, malformaciones genéticas, enfermedades de la piel, respiratorias y neurológicas.
Lejos de la Argentina, una investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), agregó a la lista el autismo y enfermedad celíaca (intolerancia al gluten). En la prestigiosa institución académica, hace años que se analizan los impactos del glifosato. Al explicar la ruta de acción del herbicida, se concluyó que existen altas probabilidades de que sea uno de los causantes de tales enfermedades y otras disrupciones metabólicas.
De manera obvia, Monsanto y otros fabricantes de agro-tóxicos se dedican a denostar los estudios críticos y las evidencias pero el informe de la OMS se mantiene firme. En consecuencia, las demandas que apuntan a la prohibición del glifosato avanzan en Europa, América Latina y Asia. Por ejemplo, Colombia prohibió el uso del glifosato para fumigación en el combate a contra las drogas. Desde ya, es una medida acotada pero se constituye en una buena noticia para las comunidades fronterizas de Ecuador y Colombia, que hace tiempo denuncian que sufren graves contaminaciones como “daño colateral” ante el supuesto esfuerzo por terminar con la producción de sustancias prohibidas.
El glifosato se usaba con anterioridad en varios cultivos, pero su uso y concentración aumentó exponencialmente con los cultivos transgénicos que resisten a este herbicida. Es que el “paquete tecnológico” permite aplicar cantidades sustantivas de una sola vez, en lugar de dosis pequeñas en más oportunidades. Como consecuencia de esa metodología, surgieron más de 20 plantas invasoras que resisten al glifosato en varios países. La respuesta es perniciosa: la tendencia actual consiste en su aplicación “en paquete” con otros químicos igualmente venenosos. Se trata entonces de una suerte de espiral tóxica que perjudica a todos y todas, salvo a un puñado de trasnacionales.
Las noticias más recientes indican que en México, la Red en Defensa del Maíz tomó el tema con una gran preocupación en la asamblea nacional que realizó en abril. El conglomerado, que agrupa a comunidades y organizaciones de 26 estados, decidió sumarse al trabajo para lograr su prohibición pero dobló la apuesta, ya que también exige que se abandone a los transgénicos. En aquel país, se corre el riesgo de que se apruebe la siembra comercial de maíz genéticamente modificado, hecho que implicaría la contaminación transgénica de las semillas, la generalización del glifosato y otros tóxicos en desmedro de los suelos y el agua.
Como se sabe, el maíz es vital en México para la elaboración de las tortillas y otras particularidades gastronómicas de aquel país. No resulta nada simpático pensar que los tradicionales tacos serían no sólo transgénicos, sino también cancerígenos.
Para los campesinos e indígenas de México, la intención de introducir maíz transgénico y glifosato en sus campos es un componente más de los ataques a sus territorios. De la misma manera identifican a los programas de gobierno que procuren que cambien sus semillas tradicionales por híbridas y luego transgénicas.
De esa manera, necesitarían fertilizantes sintéticos y agro-tóxicos de las trasnacionales, trampa en la que cayeron muchos en la Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.