sábado, 1 de febrero de 2014

ORTEGA ENTRE NOSOTROS



Hoy, avaros. Ayer, inescrupulosos. Antes de ayer, antipatriotas y
desestabilizadores. Todo eso somos nosotros a juicio del jefe de gabinete.
¿Ellos? Nada, víctimas, junto a los argentinos desprendidos, escrupulosos,
patriotas y responsables que sufren las consecuencias de los actos de rapiña
de los primeros.
¿Hasta cuándo los insultos?, ¿no advierte el ministro que todos somos todo?
¿Acaso el "inescrupuloso" en su calidad de verdulero no es "víctima" en su
calidad de consumidor de licuadoras?, ¿acaso el "avaro" exportador no es
"víctima" en su calidad de consumidor de artículos con componentes
importados (que son la inmensa mayoría de la oferta argentina)?
Como decíamos ayer es posible que algunos oídos inflamados y otros
individuos excitados de la sociedad, a quienes se les insufló durante todos
estos años una dosis abundante de odio y rencor,  no alcancen a ver estas
obviedades y realmente crean que la sociedad puede dividirse linealmente
entre "buenos" (víctimas y pobre gente a la que el gobierno defiende) y
"malos" (especuladores, avaros, desestabilizadores). Pero lo cierto es que
eso es una fantasía demagógica solo inventada por el poder del Estado para
seguir reinando sobre una manda de estúpidos que en mayor o menor medida
sufren los mismos problemas, causados, justamente, por el Estado.
Por eso sería interesante que más allá de nuestras diferencias, aunque sea
por una vez en la vida, dejemos de lado las mentiras clasistas y tomemos el
insulto a uno de nosotros como un insulto a todos y que sepamos distinguir
que aquello que nos imputan son las pocas herramientas que manejamos para
tratar de defendernos del enorme desmanejo al que nos ha sometido una mezcla
de ignorantes y caprichosos que dirigió a la Argentina a la situación en la
que se encuentra hoy, desaprovechando la oportunidad histórica más relevante
que el país ha tenido en el último siglo.
Mientras el jefe de gabinete nos dedica sus improperios cotidianos, la
presidente sigue mostrando un alarmante costado "a la defensiva" como
probablemente nunca lo haya puesto de manifiesto otro presidente de la
democracia. Ayer volvió al aire con una serie de tuits preanunciado, con un
notorio vuelo de su imaginación, los titulares de los diarios de hoy. En la
presidente anida, evidentemente, una periodista frustrada. Estoy seguro de
que le habría encantado componer las noticias en la seguridad de que, con
eso, domina la mente de sus lectores. Cada vez que puede se imagina a si
misma en la mesa de edición, titulando y ordenando los títulos, como si
fuera un jefe de redacción.
Una vez que redacta el diario que ella cree que otros van a redactar se
dedica a criticarlo como si su invento ya fuera una realidad. Lo hace con el
brío que tendría alguien que tuviera enfrente algo real. Pero no es real.
Los "titulares" fueron los que ella misma imaginó unos minutos antes.
En 1929 José Ortega y Gasset, después de visitar la Argentina por segunda
vez, escribió un ensayo magistral llamado "El hombre a la defensiva" en
donde invierte unas 80 páginas tratando de entrarle a la personalidad de ese
fascinante y nuevo tipo humano llamado "argentino".
Va y viene, disconforme con las conclusiones parciales a las que va
llegando. Finalmente advierte una característica que lo conmueve y lo
sorprende. Durante su estadía descubre que el argentino es impenetrable. No
es exactamente taciturno o retraído pero a poco que uno quiere traspasar una
especie de caparazón que  ha construido a su alrededor, levanta sus espinas
como un erizo. Se siente atacado y se sitia a sí mismo en una fortaleza
inexpugnable desde donde lanza ataques impiadosos a los que cree son sus
ofensores. Roza el límite de la mala educación y se convierte en un
"guarango".
Ortega arriba a esta palabra y reconoce que ha tenido que recurrir a ella
porque no encuentra en el castellano "español" un término adecuado para
describir a ese tipo humano que tiene enfrente. Adivina en él a alguien muy
preciado de sí mismo pero que en algún rincón de su conciencia reconoce no
estar a la altura de lo cree que un espejo le devuelve. Presume una
discordancia entre lo que es y lo que cree ser.
Cuando alguien -como en este caso, un visitante extranjero- intenta dialogar
para llegar más allá, el argentino cree ver en peligro el descubrimiento de
la verdad, cree que, quien lo indaga, podría ver la diferencia entre la
verdad y la creencia. Antes de que eso se suceda entonces, el argentino
reacciona con violencia "repartirá insultos y dará codazos" a diestra y
siniestra, dice Ortega, antes de que alguien pueda distinguir lo que es
verdad de lo que es mero cartón piedra y arreglo escenográfico.
Parecería que Ortega estuviera entre nosotros hoy, 85 años después. El
gobierno es un gobierno "a la defensiva". Tiene de sí mismo una imagen
superior, tan alta como el cielo. Pero en un rincón de su conciencia sabe
que todo es mentira. Sabe que sus números son mentira, que sus "logros" son
mentira,  que sus "valores" son mentira.  Cuando presume que alguien se
propone descubrir la escenografía alza sus espinas y dispara sus dardos
venenosos. Reparte insultos y culpas, aun cuando nadie lo ataque. Si nadie
lo ataca, inventa ataques y reacciona como si los ataques fueran reales.
Nunca se plantea la posibilidad de que lo que cree en general y de lo que
cree de sí mismo en particular pueda no ser correcto. Una buena andanada de
"codazos" reprimirá las eventuales intenciones de internarse en esos
sacrilegios.
Por eso la Argentina está atrapada en un callejón sin salida. Para salir, su
gobierno debería aceptar una completa derrota intelectual. Debería, entre
otras cosas: instalar un clima de negocios, liberar las capacidades de
creación individual, desregular y dejar de intervenir en los mercados,
cambiar su relación con Occidente, pagas sus deudas, admitir la libertad
como base de la organización social, reconocer el sentido común capitalista,
terminar con la demagogia y archivar el odio y la división social. No lo
harán. Sería como si aquel argentino de 1929 hubiera abierto su alma ante la
inquisitoria curiosa de Ortega y Gasset.
Por ahora el gobierno parece apostar todo su capital a una recreación de la
guerrita "dólar" vs "tasas de interés". Una versión renovada del Plan
Primavera. Todos recordamos cómo terminó ese experimento de José Luis
Machinea.
Parece mentira, pero la Argentina parece encaminarse a una severa crisis que
tendrá efectos muy nocivos para todos simplemente por la intolerable
altanería de unos cuantos que no quieren bajarse de sus caprichitos. Ortega
jamás hubiera presumido que fuéramos capaces de llegar a tanto. En las
líneas finales de su ensayo pidió disculpas por llamarnos "guarangos".
Aunque estoy seguro de que nunca imaginó que alguien debería pedirlas por
decir que somos tan estúpidos

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