Los padres de mis abuelos fueron inmigrantes que llegaron desde Europa a Uruguay. Dejaron atrás la fuente de su identidad; el terruño, la familia y su pertenencia a una comunidad. Hasta el día de hoy recuerdo sus historias llenas de añoranzas a la hora de la siesta: las travesuras de niños corriendo en paisajes de […]
Los padres de mis abuelos fueron inmigrantes que llegaron desde Europa a Uruguay. Dejaron atrás la fuente de su identidad; el terruño, la familia y su pertenencia a una comunidad. Hasta el día de hoy recuerdo sus historias llenas de añoranzas a la hora de la siesta: las travesuras de niños corriendo en paisajes de montaña, los domingos de misa, las labores de monaguillo, los olores de la comida de la madre y los momentos compartidos con un padre trabajador que llegaba a la caída del sol, cual guerrero para recomponer sus fuerzas.
Siempre me pregunté qué los llevó a dejar el hogar y a aventurarse en tierras extrañas, a desprenderse de todo aquello que por el resto de sus vidas los acompañaría como un plácido recuerdo inalcanzable. Obviamente más de una vez indagué, por encima de los matices el denominador común era el “plato de comida”. Entre las respuestas se colaban los nuevos horizontes, la tierra de las oportunidades, las guerras, las enfermedades y otros tantos; sin embargo al final llegaban siempre al mismo lugar: no pasar hambre.
La necesidad de alimentos a lo largo de la historia ha sido un fuerte motivador de conquistas, desestabilizaciones de gobiernos y revoluciones. La Europa posterior a la segunda guerra mundial decididamente invirtió en la producción de alimentos al costo que fuese necesario, argumentando que asegurarían el alimento de su gente y que para ello no dependerían de terceros países.
Varios han sido los países que en distintos momentos han fomentado la producción local de alimentos a través de estímulos y subsidios. Desde ese entonces hasta ahora el mundo ha tratado de mejorar los términos de intercambio entre los países productores de alimentos y quienes los necesitan, sincerando los mecanismos de estímulos y protección, pero sin renunciar a nuevas prácticas regulatorias.
La necesidad de los gobiernos y la comunidad internacional por asegurar el acceso de la población a los alimentos se mantiene igualmente vigente. En este sentido, presionan el aumento de la población y la atesorada “soberanía de alimentos”, o en otras palabras, independencia estratégica para asegurar los alimentos de los habitantes de una nación. Parecería razonable suponer que esta necesidad de “seguridad alimentaria” sea parte de lo que moldea las relaciones comerciales.
En relación al comercio de carnes es norma la existencia de aranceles y cupos, así como la proliferación de nuevas exigencias a los sistemas de producción. Sin embargo, esto no ha resuelto la producción suficiente de proteína animal que requieren los países, a lo sumo ha brindado condiciones de protección a la producción local. Incluso, si el sector no logra estructurarse sobre bases genuinamente competitivas, las necesidades permanecen insatisfechas y a altos costos.
Como se habrá podido advertir no es tarea sencilla para los gobiernos resolver la alimentación de su gente. Las políticas para tal propósito pueden ir desde la liberalización total del comercio para comprar alimentos fuera de fronteras hasta el estímulo de la producción local y el uso de diversos mecanismos de protección. Desde otra perspectiva podría decirse que las políticas pueden ir desde la pérdida de total soberanía alimentaria hasta las formas más ineficientes de producción.
Claro está que los extremos son teóricos y la realidad se mueve entre ellos. La apertura global de las economías del mundo ha mejorado en los últimos 30 años, aunque actualmente se encuentra estancada. Las grandes corporaciones de alimentos, en especial las cárnicas, han derribado fronteras al invertir en diversos países. Las políticas de autoconsumo de los gobiernos han chocado con las capacidades de reacción de los sistemas de producción: aves y cerdos reaccionan rápida y eficazmente en comparación a ovinos y bovinos. Los países han optado por abrir sus fronteras dentro de bloques económicos, negociando la interdependencia de los sectores, estableciendo políticas comerciales conjuntas y acordando normas sanitarias y ambientales.
Este nuevo y complejo panorama será objeto de análisis y discusión en el próximo Congreso Mundial de la Carne a celebrase en Punta del Este. En la temática de Comercio y Políticas de los Países junto a expertos internacionales buscaremos comprender cómo las decisiones de los gobiernos afectan la producción y el comercio internacional de las carnes, procurando identificar los próximos movimientos en término de acuerdos. La cuenta regresiva avanza y sólo faltan 284 días.
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