La industria vitivinícola se encuentra en un momento más que complicado. En ese marco, sólo cabría preguntarse cuál es la situación por la que atraviesa el resto de la actividad agrícola en la provincia.
El crecimiento exponencial que logró la industria vitivinícola durante dos décadas ha sufrido un duro golpe en los últimos años. Políticas económicas implementadas a nivel nacional han generado que el vino argentino pierda competitividad en los mercados internacionales y es así que, luego de muchos años con un crecimiento de dos dígitos anuales en forma permanente, se llega a la realidad actual que ofrece números en rojo muy preocupantes. Es válido además señalar que en 2009 también se produjo una baja en las exportaciones, pero en aquel momento la causa fue una caída en la producción como consecuencia de una helada tardía.
Eran varios los factores que contribuían en su momento al “despegue” de la actividad. La Argentina -y Mendoza en particular- cuenta con condiciones climáticas y de suelo ideales para la elaboración de vinos de alta calidad, a lo que se sumó la inquietud y la iniciativa de industriales que decidieron, en conjunto y muchas veces dejando de lado apetencias individuales, salir a ganar los mercados externos. Los resultados fueron inmediatos y el vino argentino comenzó a crecer, incluyendo por supuesto los mercados más exigentes, como el Reino Unido o Estados Unidos. No conformes con ello, los industriales, nucleados en distintas organizaciones, junto a los gobiernos provincial y nacional (a través en este caso del INTA o el INV) conformaron un denominado Plan Estratégico Vitivinícola a 20 años que cumplió plenamente sus objetivos -alcanzar los mil millones de dólares en exportaciones- cuando sólo llevaba la mitad de su implementación.
Lo sucedido con la industria no pasó desapercibido a nivel nacional. Desde el Gobierno nacional, esencialmente desde el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca, se incentivó a otras actividades, como la carne o la leche, para que conformaran planes estratégicos similares, mientras Mauricio Macri llegó a afirmar que era necesario “malbequizar” la economía argentina. Tampoco ha pasado desapercibido lo que sucede con la industria del vino en la actualidad. Los funcionarios nacionales, luego de meses de solicitudes por parte de los sectores, se han abierto al diálogo y decidieron recibir a los dirigentes vitivinícolas, aunque las respuestas, por el momento, no han generado la solución que la industria necesita. Por su parte, los principales precandidatos a la presidencia han solicitado a sus asesores económicos que estudien los motivos por los cuales una industria en crecimiento está pasando por estos difíciles momentos actuales.
Por su importancia, lo que sucede con el vino ha trascendido la esfera provincial pero también cabría preguntarse qué va a pasar con el resto de la producción agrícola local, que no se encuentra tan organizada como la vitivinicultura y que responde en muchos casos más a esfuerzos individuales que a actividades de conjunto. Si al vino le va mal, ¿qué puede esperarse para los productores de duraznos, ciruelas u otros frutales o con la actividad hortícola que son igualmente importantes? Un solo hecho podría servir de ejemplo de lo que ocurre y de lo que puede pasar en el futuro: productores de lechuga o acelga deciden muchas veces arar la producción porque con los precios que reciben en las fincas no alcanza ni siquiera para pagar la recolección.
El panorama es más que complicado y preocupante y urge que se busquen las soluciones que los sectores necesitan. La autoridades -no sólo las actuales- suelen ser propensas a actuar cuando los reclamos salen a la luz pública a través de marchas, camionetazos o movilizaciones, pero mientras tanto hay miles de productores que, por el solo hecho de trabajar en silencio, van perdiendo las posibilidades de continuar con su actividad en razón de que no les es rentable y su futuro no es otro que el de dejar la actividad, aunque sea lo único que saben hacer.
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