La diputada provincial de Santa Fe reflexiona acerca del que existe una “agudizada dependencia” de la oleaginosa por políticas de gobierno.
La caída del precio de la soja y el efecto negativo que trae para los productores están siendo noticia en estos días. Es oportuno hacer alguna reflexión al respecto, sobre todo en un contexto de obstinación demagógica, cuando el país se decide por el pago de la deuda y un ajuste que se consolida día a día en el plano económico.
La “Década Ganada” ha agudizado la dependencia del monocultivo extensivo y el deterioro de las economías regionales. Nos viene guiando una hoja de ruta centrada en el mercado externo como principal nicho para la producción y la distribución de alimentos, bienes y servicios. Lejos de aquel país que sería la “góndola del mundo” quedamos inmersos en administrar lo que queda a partir del precio de los commodities.
La lógica imperante y soberana fue la de someter a nuestra agricultura y ganadería a un tratamiento impositivo y de control atado a los designios económicos y comerciales de funcionarios cuyo poder se fue incrementando. Desde Guillermo Moreno hasta Kicillof, el desarrollo agroalimentario sería sólo parte de un plan, casi de laboratorio, que en la realidad no tiene cabida.
Nuestras materias primas brutas han sufrido pequeños o insuficientes procesos de transformación agropecuaria, desaprovechando oportunidades naturales, geopolíticas y de recursos humanos para hacerlo. Ni hablar de nuestra plena participación en exposiciones y muestras internacionales, mientras el mercado se cerraba y perdíamos posiciones históricas en materia cárnica, láctea y alimentaria.
Ya sin poder de la moneda nacional, sin inversiones ni empleo, lo que queda en la Argentina real es el descreimiento y la impotencia de seguir dependiendo del mercado sin una mirada estratégica que fortalezca las capacidades del país y no que lo fagocite en una vuelta al pasado sin rumbo.
Pasamos del “yuyo”, a las Milanesas, Pescados y Cerdos para todos y todas. Mientras algunos creían que podíamos autoabastecernos, otros planteábamos la preocupación y denunciábamos ante la pérdida de productores y producciones, la concentración en las cadenas de valor, la corrupción en el manejo de los subsidios productivos, la dilapidación de nuestros recursos naturales.
Desde las retenciones móviles hasta hoy, con el apogeo del precio de la soja nos hicieron creer que estábamos ante una potencia agroalimentaria, ahora cuando los mercados plantean otro esquema, nuestra economía agraria vuelve a templar y se acentúan los problemas productivos, comerciales, alimentarios, de distribución, que todos vivimos cotidianamente.
Todavía nos falta mucho para ser aquello que nos contaron que éramos. El país debe discutir y definir cuál es el modelo agropecuario que no lo haga temblar cada vez que se resienten los mercados. En un contexto de interdependencia mundial, resulta indelegable la responsabilidad de acordar políticas agrarias a largo plazo que orienten un desarrollo rural y agroindustrial más sostenible, acorde y respetuoso de las realidades locales y regionales
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