El ajuste cambiario pone al agro frente a un reacomodamiento de precios relativos y obliga al Gobierno a tocar variables fiscales y monetarias
El remedio de la brusca devaluación le llegó al agro como una bocanada que oxigena a un paciente con varias dolencias. En el sector, algunas tienen perfil crónico y no las cura por sí sola una devaluación, como el desbalance de la canasta agrícola, el retroceso de la ganadería o el colapso del trigo.
La lechería y las economías regionales tampoco evolucionaron en estos años al ritmo que impone su potencial.
La geografía agroindustrial mostró pulsos positivos en flancos diversos: las inversiones en granjas porcinas y avícolas, al calor de la política oficial de subsidios implícitos y explícitos, y la orientación del crédito. También las inversiones en la industria de biocombustibles y de maquinarias.
Pero, en el actual escenario, la medicina cambiaria no augura por sí sola la reactivación de los motores, aunque represente una ayuda.
Por encima de las variables económicas a corregir, desde el entramado empresario se marca otro flanco, el político e institucional. De acuerdo con el diagnóstico que esta semana señala el documento del Foro de Convergencia Empresarial –un ámbito que aglutina a entidades del agro, la industria, la banca y el comercio exterior– el problema del país “es fundamentalmente político”, aunque no un problema cuya solución sea exclusiva responsabilidad de los políticos; muy por el contrario, todos los actores relevantes de la sociedad deben ser parte de la solución, menciona.
Desde esta perspectiva, el menú de las soluciones se torna más complejo; demandará de una mayor masa crítica, otras decisiones y compromisos en los distintos lados del mostrador.
En medio de la lógica incertidumbre de los productores e inversores, economistas que siguen de cerca las condiciones competitivas del complejo agropecuario abren un crédito en torno de las medidas cambiarias y monetarias. Es el caso de Salvador Di Stefano quien, no obstante, advierte: “El negocio del campo tiene un virus muy maligno que es la alta presión tributaria. Mientras no disminuya, el negocio está en problemas”.
En opinión de Jorge Ingaramo, lo que se verá en los próximos días es a un sector que reaccionará positivamente a una devaluación interanual del 62 por ciento, contra una suba de costos locales que de ningún modo superará el 30 por ciento y contra un crecimiento de la base monetaria cuyo tope interanual es del 22,6 por ciento actual (e irá bajando).
Con seguridad, asegura, si el Banco Central quiere sensatamente preservar el dólar de ocho pesos, deberá reducir la base monetaria de manera muy marcada.
Esto al agro no lo afectará demasiado porque no tiene demasiada deuda como para arriesgar su patrimonio. Si el modelo resultara exitoso, la siembra de 2014 puede darse en condiciones favorables respecto de las del año anterior. Siempre que el clima acompañe.
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