lunes, 25 de febrero de 2013


Productor, el eslabón débil

Falta de infraestructura, fletes cada vez más caros que las sacan de mercado, créditos escasos o nulos, encarecimiento de los insumos y restricciones a la exportación son algunos de los principales elementos que hoy jaquean a la mayoría de las regiones del país generadoras de gran cantidad de alimentos.
Si bien hasta las producciones extensivas de la pampa húmeda (granos, vacunos, etc.) constituyen una economía «regional», la calificación se fue asimilando, de hecho, a las actividades que se desarrollan, en general, a más de 500-600 kilómetros del eje de los dos mayores puertos y centros de consumo local: Buenos Aires y Rosario.
Y el rubro, que abarca los productos más disímiles, concentra mayoritariamente alimentos, aunque también hay fibras como el algodón, la lana o productos como la madera que también integran este grupo.
Lo cierto es que históricamente, si bien en algunos casos, la falta de escala que caracteriza a los productores de muchas de estas actividades, las irregularidades en los títulos de propiedad en ciertas regiones y la falta de elementos básicos como una red de frío para los productos perecederos, caminos, comunicaciones, etc., impidieron el despegue genuino de varias producciones, a pesar de las excelentes condiciones agroecológicas para lograrlas, ahora las condiciones empeoraron y se agrega que, con la reimplantación generalizada de los controles de precios al consumo, nuevamente es el primer eslabón de la cadena, el productor, uno de los que más sufre.
Es que, habitualmente, la restricción se traslada «hacia atrás» desde el comercio minorista, pasando por el mayorista, la industria, hasta llegar a la producción primaria (el «campo») que, al no ser formadora de precios, en más de un caso, no logra cubrir siquiera los costos.
Un ejemplo emblemático de esto es, tal vez, la yerba mate, cuyos precios a la materia prima están «intervenidos» desde hace un año, o sea que los productores vienen recibiendo desde marzo pasado $ 6,90 por el equivalente de hoja para obtener 1 kilo de yerba, mientras que los consumidores ahora abonan un rango que va desde los $ 16, hasta los $ 30, aunque el «acuerdo» fija que debe valer alrededor de $ 20.
Y ahí surge el otro gran punto que es lo que ocurre a lo largo de la cadena comercial e industrial.
De acuerdo con el seguimiento que viene haciendo Confederaciones Rurales Argentinas (CRA) entre los precios que reciben los productores por la materia prima y los que deben abonar los consumidores, las brechas van desde un piso de alrededor del 150 por ciento, tal el caso del aceite, hasta extremos que superan el extraordinario nivel del 7.000 por ciento, como ocurre con las medialunas por las que los consumidores abonan $ 23, promedio, por una docena, mientras que los productores de trigo reciben $ 0,30 por la materia prima necesaria para elaborarlas. (Ver cuadro.)
El caso es que los incrementos de precio que van registrando los productos, si bien guardan alguna relación con el proceso que conllevan, en realidad, en muchos casos tienen más que ver con la «cantidad de manos» por las que pasan y ese punto, para las economías extrapampeanas es clave, ya que las distancias a los grandes centros de consumo y de industrialización determinan que en la mayoría de los casos aumente significativamente la intermediación.
Esta situación llega a extremos en los que los valores de las materias primas en origen no alcanzan a cubrir los costos por lo que, a veces, ni siquiera se cosechan (ejemplo, melones, sandías, tomates, zapallos, etc.), y directamente se dejan en el campo como abono. Naturalmente, estos rubros van disminuyendo -hasta casi desaparecer- tal como ocurrió con lanares, cerdos, conejos, varias frutas, etcétera.
Y si bien hay temas específicos en cada región y en cada producto, hay una serie de factores comunes que fueron muy bien enumerados en una reunión realizada por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) a mediados del año pasado y que van desde la falta de infraestructura hasta los problemas de comercialización (ausencia o irregularidades en los mercados), pasando por las limitaciones de créditos y la descapitalización de los productores.
También se menciona allí el retraso cambiario, la brecha entre productores y consumidores, los salarios y cargas excesivas y hasta los cambios en las reglas de juego.
De ahí que, en general, se coincida en los pedidos que pasan, especialmente, por la puesta en valor en zona de los productos (rutas alimentarias, denominación de origen, calificación de mano de obra, créditos para promover pymes, etc.). Pero también se habla de eliminar las retenciones, al menos para estos productos, agilizar la devolución del IVA, subsidiar al empleo y no al desempleo, y subsidiar el combustible o los fletes para equiparar, al menos, las distancias de quienes están más cerca de los puertos.
Como se ve, nada que se diferencie demasiado de lo que afecta también a las economías centrales, con el agregado para nada menor de que, al ser la Argentina un país productor de estos productos, o sea, alimentos, es casi imprescindible (además de obvio) que se los pueda exportar, como una de las formas de garantizar el crecimiento genuino de estas actividades, incluso, para la propia demanda interna.

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