¿Y si Dios no es argentino?
Los precios internacionales de los principales granos comenzaron lentamente a disminuir sus precios. En primer lugar porque ya se descontó la pérdida de cosecha que causó la sequía en el hemisferio norte, y en segundo término porque las lluvias en América del Sur hacen prever una muy buena campaña para esta región, lo que podría mejorar un tanto los alicaídos stocks mundiales.
Esto quiere decir que sigue siendo estrecha la oferta, que no hay casi remanente y que cualquier tropiezo, ahora en el sur, podría volver a impulsar las cotizaciones a los estratosféricos niveles de hace unos meses atrás.Sin embargo, por ahora, esa posibilidad no parece tan cercana y, más vale, las lluvias que aquí ya comienzan a causar algunos trastornos, internacionalmente son consideradas como benéficas y auguran una cosecha voluminosa. Especialmente para la soja, impulsada por su crecimiento en Brasil y también en la Argentina donde retomaría su pasado potente, y después de algunas caídas volvería a marcar un récord: esta vez conalrededor de 20 millones de hectáreas de cultivo, lo que también implica otra marca: es el único país donde la oleaginosa ocupa más del 50% del total de la superficie cosechable. Un dudoso logro que, producto de la Era Kirchner, serviría de todos modos para obtener una voluminosa cosecha, y esta vez sí superando los 100 millones de toneladas, de los cuales más de 55 millones podrían ser de la codiciada oleaginosa.
Pero, en todo caso, y a la luz de los problemas que ya están causando las inesperadas lluvias de fin del invierno que anegaron buena parte del territorio bonaerense, y luego el advenimiento de un “Niño” (etapa húmeda que se caracteriza por lluvias superiores a las normales en esta parte del mundo) que parece que va a ser más fuerte de lo previsto, vuelve a quedar en evidencia la falta de previsiones oficiales para estos fenómenos y la ausencia de obras que atemperen estos efectos, asignatura pendiente prácticamente en lo que va de este siglo. Y no es que no haya habido obra pública. Más vale, no se priorizó al sector productivo para las asignaciones y ahora se deben enfrentar los problemas tal como se consignaba en la nota del pasado 7 de septiembre “¡Otra vez sopa…! (o agua)” de este mismo portal.
La cuenta que no quieren hacer los funcionarios de turno y que prefieren “patear para adelante” es ¿cuánta pérdida les significa no tener las obras que atenúen las pérdidas por estas contingencias?, ¿cuántos menos impuestos nacionales y provinciales se recaudan por la misma razón? En el caso actual, ¿cuánto ya se perdió de trigo, cebada y maíces tempranos que se podría haber evitado si los canales estuvieran construidos y mantenidos?
Y si seguimos con los pronósticos, que hablan de más lluvias en lo que resta de la primavera, esa cifra ¿a cuánto asciende?
Más aún, si como prevén los meteorólogos, el período húmedo se vuelve a repetir en el otoño, o sea, a cosecha, ¿cuánto será lo que se habrá perdido entonces, tanto en forma directa como indirecta porque no se pudo directamente sembrar?
La magnitud se agranda, además, por el mal estado de los caminos (mayoritariamente de tierra o apenas mejorados), que impedirían sacar los camiones cargados de los campos, ya que la red vial apenas tienen el 10% de sus 600.000 km. pavimentados o mejorados.
La cifra es astronómica, más aún si se considera el poder de multiplicación de la producción agropecuaria en prácticamente todo el país.
Es decir, que si alguien hiciera la cuenta (a esta altura parece obvio que el Gobierno no lo hace y, en lugar de “achicar” pérdidas y gastos, prefiere seguir “exprimiendo” a los sectores productivos), con solo un porcentaje de lo que se pierde o se deja de ganar, se podrían hacer las obras estructurales para atenuar fuertemente los daños de este tipo de contingencia climática. Este mismo gobierno hubiera usufructuado los beneficios si hubiera tenido una política acorde desde el principio, en 2003. Tal vez ahora sea algo tarde para capitalizarlo políticamente ya que las “inauguraciones” tal vez le corresponderían a quienes vengan en el próximo período.
Pero por ahora las lluvias, incluso hasta en los lugares donde están siendo excesivas, van favoreciendo a la soja, principal objetivo del Gobierno porque casi depende de esos ingresos de exportación y fiscales (por el 35% de retenciones al poroto o 32% a los aceites). Y esto es así porque debido a la mayor flexibilidad de la oleaginosa para su siembra (llega casi hasta enero), permite que los lotes que no se puedan sembrar con otros cultivos finalmente sean ocupados con soja. También porque ante el riesgo tanto de los mercados internacionales como de las inesperadas decisiones oficiales, y con el clima tan irregular, algunos productores pueden terminar –nuevamente– decidiendo por lo más seguro: la soja, que es más aguantadora y, comparativamente, más barata para producir.
Hay un solo riesgo grande para los productores, además de clima y mercados, y es que ante la necesidad cada vez más acuciante de fondos, el Gobierno decida nuevamente aumentar las retenciones como intentó a principios de 2008. Igual que entonces, la decisión se tomaría poco antes de la cosecha, o sea, en los primeros meses de 2013, según especulan algunos. Aunque otros descartan semejante decisión en un año eleccionario.
En cualquier caso, este tema no es excluyente con el anterior que es que Argentina sigue dándose el lujo de desperdiciar recursos y producción solo por no tener planes estructurales de contingencia y, por ende, tampoco las obras públicas que sirvan para evitar los perjuicios mayores.
Y eso puede quedar muy claro dentro de poco, sobre todo si se comprueba que Dios no es argentino, y las lluvias se transforman en excesivas en el corazón agrícola.
Pero, en todo caso, y a la luz de los problemas que ya están causando las inesperadas lluvias de fin del invierno que anegaron buena parte del territorio bonaerense, y luego el advenimiento de un “Niño” (etapa húmeda que se caracteriza por lluvias superiores a las normales en esta parte del mundo) que parece que va a ser más fuerte de lo previsto, vuelve a quedar en evidencia la falta de previsiones oficiales para estos fenómenos y la ausencia de obras que atemperen estos efectos, asignatura pendiente prácticamente en lo que va de este siglo. Y no es que no haya habido obra pública. Más vale, no se priorizó al sector productivo para las asignaciones y ahora se deben enfrentar los problemas tal como se consignaba en la nota del pasado 7 de septiembre “¡Otra vez sopa…! (o agua)” de este mismo portal.
La cuenta que no quieren hacer los funcionarios de turno y que prefieren “patear para adelante” es ¿cuánta pérdida les significa no tener las obras que atenúen las pérdidas por estas contingencias?, ¿cuántos menos impuestos nacionales y provinciales se recaudan por la misma razón? En el caso actual, ¿cuánto ya se perdió de trigo, cebada y maíces tempranos que se podría haber evitado si los canales estuvieran construidos y mantenidos?
Y si seguimos con los pronósticos, que hablan de más lluvias en lo que resta de la primavera, esa cifra ¿a cuánto asciende?
Más aún, si como prevén los meteorólogos, el período húmedo se vuelve a repetir en el otoño, o sea, a cosecha, ¿cuánto será lo que se habrá perdido entonces, tanto en forma directa como indirecta porque no se pudo directamente sembrar?
La magnitud se agranda, además, por el mal estado de los caminos (mayoritariamente de tierra o apenas mejorados), que impedirían sacar los camiones cargados de los campos, ya que la red vial apenas tienen el 10% de sus 600.000 km. pavimentados o mejorados.
La cifra es astronómica, más aún si se considera el poder de multiplicación de la producción agropecuaria en prácticamente todo el país.
Es decir, que si alguien hiciera la cuenta (a esta altura parece obvio que el Gobierno no lo hace y, en lugar de “achicar” pérdidas y gastos, prefiere seguir “exprimiendo” a los sectores productivos), con solo un porcentaje de lo que se pierde o se deja de ganar, se podrían hacer las obras estructurales para atenuar fuertemente los daños de este tipo de contingencia climática. Este mismo gobierno hubiera usufructuado los beneficios si hubiera tenido una política acorde desde el principio, en 2003. Tal vez ahora sea algo tarde para capitalizarlo políticamente ya que las “inauguraciones” tal vez le corresponderían a quienes vengan en el próximo período.
Pero por ahora las lluvias, incluso hasta en los lugares donde están siendo excesivas, van favoreciendo a la soja, principal objetivo del Gobierno porque casi depende de esos ingresos de exportación y fiscales (por el 35% de retenciones al poroto o 32% a los aceites). Y esto es así porque debido a la mayor flexibilidad de la oleaginosa para su siembra (llega casi hasta enero), permite que los lotes que no se puedan sembrar con otros cultivos finalmente sean ocupados con soja. También porque ante el riesgo tanto de los mercados internacionales como de las inesperadas decisiones oficiales, y con el clima tan irregular, algunos productores pueden terminar –nuevamente– decidiendo por lo más seguro: la soja, que es más aguantadora y, comparativamente, más barata para producir.
Hay un solo riesgo grande para los productores, además de clima y mercados, y es que ante la necesidad cada vez más acuciante de fondos, el Gobierno decida nuevamente aumentar las retenciones como intentó a principios de 2008. Igual que entonces, la decisión se tomaría poco antes de la cosecha, o sea, en los primeros meses de 2013, según especulan algunos. Aunque otros descartan semejante decisión en un año eleccionario.
En cualquier caso, este tema no es excluyente con el anterior que es que Argentina sigue dándose el lujo de desperdiciar recursos y producción solo por no tener planes estructurales de contingencia y, por ende, tampoco las obras públicas que sirvan para evitar los perjuicios mayores.
Y eso puede quedar muy claro dentro de poco, sobre todo si se comprueba que Dios no es argentino, y las lluvias se transforman en excesivas en el corazón agrícola.
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