La culpa es de la proteína
Si el clima ayudara un poco (y cada día se duda un poco más de tal posibilidad), la Argentina alcanzaría este año el récord absoluto de alrededor de 20 millones de hectáreas sembradas con soja.
Semejante éxito de “el yuyo” merece alguna explicación, entre otras cosas, porque la oleaginosa llegó al país hace muchas décadas atrás, al punto que ya en los años ´40 se comenzó a llevar la estadística oficial sobre su cultivo. Desde entonces, su área de cultivo había crecido ininterrumpidamente hasta… hace 4/5 años atrás cuando registra su primera “caída”. Extraña paradoja para un gobierno que hizo lo imposible para que se desarrolle al máximo ya que de ella dependen el grueso de las divisas que ingresan al país, y también un porcentaje muy alto de la recaudación fiscal, vía las retenciones (¡de 35%!) que tiene.
Pero si bien su desarrollo siempre fue sostenido, es a mediados de los ’90 cuando logra el verdadero despegue a partir de la irrupción en el mundo de las variedades transgénicas (más conocidas como las RR) que permitieron desarrollar el cultivo en forma rentable en áreas hasta entonces imposibles por las malezas que existían. Y, si bien la novedad se lanzó en Estados Unidos, Argentina adoptó inmediatamente la tecnología a pesar de las duras críticas de aquel momento de parte de ambientalistas europeos que nunca pudieron justificar técnicamente esa resistencia.
Hoy la discusión fue superada totalmente. Sin embargo, la decisión local fue la que posibilitó el geométrico desarrollo del cultivo hasta ahora, aunque con marcadas diferencias, especialmente porque es en la década actual cuando se produce la “sojización”. Es decir, el peligroso desfase a partir del desplazamiento de otras actividades (básicamente el cultivo de maíz y la ganadería) por la oleaginosa.
De todos modos, el asunto es que el proceso de esta especie no fue, ni cerca, privativo de la Argentina. Por el contrario, el desarrollo está dado a nivel mundial y muy lejos de haber alcanzado su techo. Tanto, que día a día siguen sumándose nuevas tecnologías, semillas, etc. que muestran grandes avances en rindes y en posibilidades de mayor producción desde en los áridos hasta con agua salada.
Y, ¿cuál puede ser la razón que justifique semejante interés mundial?
Pues hay dos. En primer lugar la comida. Es que en la medida en que hubo crecimiento económico mundial y más países comenzaron a mejorar sus ingresos per cápita, se inició un rápido crecimiento en la demanda de mejores alimentos, o sea, de proteínas. Esto, en la jerga alimentaria, significa que creció la demanda de lácteos, pero más aún la de carnes: rojas y blancas, es decir, vacuna, aviar y de cerdo. Los más “ricos” comen más carnes y, en la mayoría del mundo, esta se produce con granos, especialmente harinas proteicas como la de soja.
Solo la Argentina, y otros 3/4 países, en el caso de la carne vacuna, tienen un porcentaje de su producción “a pasto” (Australia, Uruguay, etc.). En el resto, como EE.UU., se hace en encierro –feedlot–, y también con granos.
Si se tiene en cuenta que este proceso alcanzó a países como por ejemplo, China (casi 1.500 millones de habitantes), o la India (1.100 millones) es fácil entender como se movió la demanda de pollo o cerdo y, por ende, de granos como la soja o el maíz.
Pero hubo un dato adicional que terminó de consolidar la fortaleza de los demandados “porotos”, y fue la crisis energética mundial, y el peligro de desabastecimiento de petróleo por eventuales conflictos en Medio Oriente, que “disparó” la producción estratégica de biocombustibles y ahí también la soja se llevó las palmas.
Ahora, aunque el precio del petróleo se aquietó un tanto, es la preservación del ambiente y la menor contaminación que generan los combustibles obtenidos de vegetales la que va sosteniendo su producción, y con miras a que no haya cambios en esta tendencia.
Así, por el momento, la soja tiene su futuro asegurado, y no solo en Argentina. Aunque es aquí (y en Brasil) uno de los pocos lugares donde tiene más chances de seguir avanzando.
Pero si bien su desarrollo siempre fue sostenido, es a mediados de los ’90 cuando logra el verdadero despegue a partir de la irrupción en el mundo de las variedades transgénicas (más conocidas como las RR) que permitieron desarrollar el cultivo en forma rentable en áreas hasta entonces imposibles por las malezas que existían. Y, si bien la novedad se lanzó en Estados Unidos, Argentina adoptó inmediatamente la tecnología a pesar de las duras críticas de aquel momento de parte de ambientalistas europeos que nunca pudieron justificar técnicamente esa resistencia.
Hoy la discusión fue superada totalmente. Sin embargo, la decisión local fue la que posibilitó el geométrico desarrollo del cultivo hasta ahora, aunque con marcadas diferencias, especialmente porque es en la década actual cuando se produce la “sojización”. Es decir, el peligroso desfase a partir del desplazamiento de otras actividades (básicamente el cultivo de maíz y la ganadería) por la oleaginosa.
De todos modos, el asunto es que el proceso de esta especie no fue, ni cerca, privativo de la Argentina. Por el contrario, el desarrollo está dado a nivel mundial y muy lejos de haber alcanzado su techo. Tanto, que día a día siguen sumándose nuevas tecnologías, semillas, etc. que muestran grandes avances en rindes y en posibilidades de mayor producción desde en los áridos hasta con agua salada.
Y, ¿cuál puede ser la razón que justifique semejante interés mundial?
Pues hay dos. En primer lugar la comida. Es que en la medida en que hubo crecimiento económico mundial y más países comenzaron a mejorar sus ingresos per cápita, se inició un rápido crecimiento en la demanda de mejores alimentos, o sea, de proteínas. Esto, en la jerga alimentaria, significa que creció la demanda de lácteos, pero más aún la de carnes: rojas y blancas, es decir, vacuna, aviar y de cerdo. Los más “ricos” comen más carnes y, en la mayoría del mundo, esta se produce con granos, especialmente harinas proteicas como la de soja.
Solo la Argentina, y otros 3/4 países, en el caso de la carne vacuna, tienen un porcentaje de su producción “a pasto” (Australia, Uruguay, etc.). En el resto, como EE.UU., se hace en encierro –feedlot–, y también con granos.
Si se tiene en cuenta que este proceso alcanzó a países como por ejemplo, China (casi 1.500 millones de habitantes), o la India (1.100 millones) es fácil entender como se movió la demanda de pollo o cerdo y, por ende, de granos como la soja o el maíz.
Pero hubo un dato adicional que terminó de consolidar la fortaleza de los demandados “porotos”, y fue la crisis energética mundial, y el peligro de desabastecimiento de petróleo por eventuales conflictos en Medio Oriente, que “disparó” la producción estratégica de biocombustibles y ahí también la soja se llevó las palmas.
Ahora, aunque el precio del petróleo se aquietó un tanto, es la preservación del ambiente y la menor contaminación que generan los combustibles obtenidos de vegetales la que va sosteniendo su producción, y con miras a que no haya cambios en esta tendencia.
Así, por el momento, la soja tiene su futuro asegurado, y no solo en Argentina. Aunque es aquí (y en Brasil) uno de los pocos lugares donde tiene más chances de seguir avanzando.
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