Las prácticas ancestrales de siembra que subsisten en esa población -donde la propiedad de la tierra es comunitaria- explican la calidad superlativa del grano, cuyas mejores variedades se obtienen de plantas poco productivas, dijo a Andes Santiago Peralta, representante de Pacari.
Los indígenas de la comunidad de Santa Rita, en la Amazonía ecuatoriana, cultivan cacao desde hace varios siglos, pero recién un par de años atrás degustaron los chocolates gourmet más galardonados del mundo, que se elaboran con frutos libres de pesticidas y fertilizantes.
De 760 habitantes, este colectivo de la etnia quichua se convirtió en 2011 en un importante proveedor de Pacari y Kallari, dos de las principales marcas de chocolate negro de Ecuador, donde se produce el “mejor cacao por su calidad floral” y el “mejor grano de cacao por región geográfica”, según determinó hace tres años en París el Salon du Chocolat, una feria anual de esa industria.
Solamente entre 2012 y 2013, Pacari logró que dos de sus barras se alzaran con el primer puesto en el International Chocolate Awards, en Londres, y ubicar otras dos en el segundo lugar, mientras que en enero pasado la revista estadounidense de negocios y finanzas Forbes situó el chocolate de Kallari como el segundo mejor del mundo.
Y detrás de esos éxitos están los nativos de Santa Rita, en la provincia de Napo (este), que venden sus prodigiosas pepas a ambas empresas, que les dieron a probar por primera vez el chocolate negro, si bien desde tiempos antiguos consumían el cacao en diferentes presentaciones.
Las prácticas ancestrales de siembra que subsisten en esa población -donde la propiedad de la tierra es comunitaria- explican la calidad superlativa del grano, cuyas mejores variedades se obtienen de plantas poco productivas, dijo a Andes Santiago Peralta, representante de Pacari.
“Es una relación con la naturaleza distinta a la occidental. Esta chacra está viva y el cacao es la alcancía del agricultor”, sostiene el empresario durante una visita al pueblo para comprar materia prima y verificar que se respeta el protocolo orgánico que certifica el producto.
La comunidad ha sido beneficiaria de varios proyectos de impulso a la producción cacaotera desde 2002, cuando varias instituciones empezaron a llevar a su territorio plantas más productivas y resistentes a los hongos y otras enfermedades como la ‘escoba de la bruja’ o la ‘manilla’, que quema la pepa.
Los insectos polinizan estos árboles -de unos dos metros de altura y hasta 70 años de edad-, generándose una hibridación entre las plantas más y menos rendidoras, con lo cual se obtiene una mayor cosecha de pepas y de mejor calidad.
Actualmente, los indígenas de Santa Rita destinan 70 hectáreas a la siembra de frutales, entre ellos el cacao, que es el que más venden. Algunas empresas les pagan 30 centavos de dólar por libra de la pepa sin fermentar, un valor ínfimo si se considera que para sacar esa cantidad invierten al menos una hora de trabajo seleccionando las mazorcas maduras en plantas que producen, una vez al año, entre 15 y 30 frutas por árbol.
En contraparte, una tableta de 200 gramos de chocolate negro en Ecuador cuesta US$2,60, mientras que en Estados Unidos llega a cinco dólares. Para elaborar esta barra son necesarias en promedio una mazorca y media, estima Fabián Sánchez, responsable del control de calidad de Pacari.
Una nueva iniciativa para apoyar esta forma de producción entregó insumos y enseñó a los aborígenes a fermentar el cacao para producir chocolate fino de aroma. Gracias a ello, la libra fermentada se vende en un dólar y estos recursos financian un proyecto turístico para que extranjeros puedan ver la producción tradicional del grano y dimensionar su valor.
A más tardar en julio próximo “estará listo el centro de interpretación del cacao, para que (los visitantes) puedan ver la chacra amazónica y adquirir artesanías”, declaró a Andes Bolívar Alvarado, líder de la comunidad.
Los amazónicos han reservado, además, unas 1.400 hectáreas para la caza, actividad que complementa nuevas prácticas como la elaboración de chocolate y las artesanías por parte de las mujeres.
Los árboles de cacao de Santa Rita parecen silvestres: el musgo los cubre y arañas y hormigas hacen su vida en ellos. La única señal de intervención agrícola es la maleza que se ha segado con machete para ponerla junto a las plantas, con el fin de que se convierta en abono orgánico.
Hace poco, técnicos del ministerio de Agricultura también podaron las ramas más altas para permitir que la luz del sol penetre con mayor profundidad, lo que evitará que los hongos dañen el fruto que deleita paladares a miles de kilómetros de la selva, en Nueva York, Los Ángeles, Ámsterdam o Seúl.
En 2013, las exportaciones ecuatorianas de cacao ascendieron a US$532,4 millones, producto de la venta 202.000 toneladas de la pepa, lo que representó un crecimiento de 17% frente a 2012, según el Banco Central de Ecuador.
En la actualidad, el cacao es el sexto producto no petrolero de exportación del país y representa el 4,9% del total de las ventas externas, lideradas por el banano, el camarón, los enlatados de pescado, las flores y los productos mineros.
Con una navaja, el responsable de calidad de Pacari hace cortes en las pepas que se secan sobre una mesa de madera dejando al descubierto vetas púrpura y café oscuro. Al mismo tiempo, degusta las frutas recién cosechadas y descubre entre ellas una mazorca pequeña, la que menos semillas contiene de la muestra que ha recabado durante la visita.
En ella identifica “tonos florales” y la aparta para pedir al agricultor que siembre más de esta variedad, pues su mercado de excelencia, al igual que los quichuas, antepone la calidad a la cantidad.
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