Los aumentos salariales y un progresivo ajuste del tipo de cambio ayudarían a disimular la baja en el valor del kilo vivo. La exportación contribuiría en esa dirección, si el Gobierno cumple con su promesa de embarcar 20% de la producción.
En cinco de los últimos seis años el precio de la hacienda, luego de tocar los máximos anuales en marzo-abril, ha tendido a estancarse luego en términos reales o incluso retroceder en los meses posteriores.
A partir de julio-agosto comienza a aparecer toda la hacienda encerrada por los corrales en los meses de febrero y marzo y una oferta de gordo liviano abundante mantiene calmo el mercado.
Podría decirse, entonces, que lo mejor en materia de precios (reales) ya se dio, y que para los próximos meses, de acuerdo con la experiencia histórica reciente, debería esperarse una erosión inflacionaria de precios estancados en términos nominales.
Para los próximos meses, se espera una inflación relativamente alta, reflejo de los aumentos salariales que están por venir, del ajuste tarifario y de los aumentos de combustibles y energía que se descuenta se darán de acá a mediados de año.
Pero a favor debe decirse, también, que cuando el grueso de los asalariados cobren los aumentos de sueldos que hoy se están negociando (25-30 por ciento), eso se sentirá positivamente en la demanda interna por carne vacuna.
Si como muchos economistas piensan que, para mediados de año, se habrá neutralizado por la inflación gran parte de la mejora lograda en el tipo de cambio real por la devaluación de enero, esto podría obligar al Gobierno a nuevas devaluaciones. Esta medida reforzaría la demanda por el lado de las exportaciones de carne, por el valor del cuero y en menor medida por las achuras.
O sea, primero el cobro efectivo de los aumentos salariales (abril-junio) y luego los “deslizamientos” cambiarios podrían moderar o evitar la caída de los precios reales de la hacienda, en un año que apunta a registrar una inflación no menor al 30-35 por ciento.
A partir de un nivel de precios reales razonables como los actuales, primero los aumentos salariales y luego una eventual nueva devaluación podrían moderar la caída de precios que casi siempre se da a partir de mediados de año.
Desde el Ministerio de Agricultura se ha planteado hace sólo unas semanas exportar el 20 por ciento de la producción y consumir el 80 restante.
Esta medida, con una producción de carne de 2,90 millones de toneladas supondría, vender al exterior unas 560 mil toneladas, contra las 160-170 mil que aparecen hoy como tendencia anual si se proyecta lo que hemos exportado en los primeros dos meses del año.
Si bien el mercado internacional de la carne vacuna crece año a año (un millón de toneladas entre 2012 y 2014), no parecería que en el corto plazo (o sea de acá a cuatro o seis meses) se vaya a resolver el problema del atraso cambiario ni el problema del faltante agudo de novillos pesados.
En cuanto al consumo, y de acuerdo con los objetivos del Ministerio de Agricultura, habría que reducirlo en unos 10 kilos per cápita para generar un “saldo exportable” de 400 mil toneladas adicionales con respecto al nivel actual.
Se trataría de pasar la ingesta per cápita de 64 a 65 kilos, a unos 54 a 55 kilos por habitante.
Para compensar esta reducción, hoy la Argentina dispone –como nunca en la historia– de una oferta muy abundante de sustitutos: unos 40 kilos de pollo y entre 11 y 13 kilos de cerdo.
Con respecto a diez años atrás, la oferta de sustitutos (cerdo más pollo) ha crecido unos 23 kilos por habitante, lográndose una oferta alternativa de “proteínas” muy alta; esto si se toma la decisión de alentar la exportación de carne vacuna.
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