Señalado a menudo como uno de los cultivos responsables de intensificar la erosión de suelos frágiles, el maní constituye en la Argentina una economía regional con fuerte perfil exportador de productos industrializados. Según experiencias realizadas por el INTA, la rotación con gramíneas y una frecuencia de implantación no menor a cuatro años son clave para [...]
Señalado a menudo como uno de los cultivos responsables de intensificar la erosión de suelos frágiles, el maní constituye en la Argentina una economía regional con fuerte perfil exportador de productos industrializados. Según experiencias realizadas por el INTA, la rotación con gramíneas y una frecuencia de implantación no menor a cuatro años son clave para reducir al mínimo el impacto y maximizar los rendimientos. Estas prácticas serán el eje del 6° circuito del maní. La reunión a campo más importante del sector se realizará el 27 de marzo en General Deheza –Córdoba–.
Los laboreos del suelo, la intensificación de las actividades agrícolas, la ausencia de rotación de cultivos y la elevada extracción de nutrientes, sin una adecuada reposición, deterioran el recurso suelo. Estudios realizados por el INTA, junto a las universidades nacionales de la región, permitieron identificar prácticas de manejo que aseguran sistemas de producción de maní sustentables y de bajo impacto.
El uso de prácticas conservacionistas, que aumenten la cobertura superficial del suelo –como siembra directa– y un adecuado manejo de los cultivos anteriores y posteriores al maní, contribuyen a recuperar los suelos, lograr la sostenibilidad en su potencial y mantener o superar los volúmenes de producción de la oleaginosa.
“Hasta iniciada la década del 90, más de la mitad de la superficie sembrada de maní se hacía con labranza convencional”, dijo Darío Boretto, del INTA General Cabrera, Córdoba. “Esto fue evolucionando y mutando a labores más conservacionistas –primero, labranza mínima vertical–, hasta llegar a la actualidad con más del 50% de la superficie implantada bajo siembra directa con cero labranza y el 40% restante, sólo con algún tipo de labranza vertical mínima”, agregó.
Sin embargo, este cultivo –que a diferencia de los demás no tiene fructificación aérea– con anterioridad a la cosecha “necesita al menos una labor de disturbación del suelo, aunque hay que hacer la salvedad de que el arrancado afecta sólo una capa muy superficial del suelo”, señaló el técnico.
Ricardo Pedelini, de la misma unidad del INTA, sostuvo que para minimizar el impacto en el suelo, “las rotaciones largas que incluyan gramíneas son indispensables”. De este modo se genera una cobertura que deposita materia orgánica y carbono en el suelo. “El maíz, el sorgo granífero o el trigo aportan volúmenes abundantes de rastrojo lo que otorgará sustentabilidad al sistema”, puntualizó.
La recomendación de los especialistas es que, en un plan de rotación de cuatro años, sólo una vez se siembre maní, aunque esto podría implicar un tiempo mayor –hasta una vez cada seis o siete años–, dependiendo de las características de cada suelo en particular. Mientras más frágil sea, mayor debe ser el lapso de tiempo entre una campaña y la siguiente. De acuerdo con Boretto, “si se respetan esos intervalos en función del tipo de suelo, el impacto es realmente muy mínimo, casi despreciable”.
Al mismo tiempo, el programa de rotaciones y fertilización de los cultivos que lo preceden, impacta en la nutrición del maní y resulta imprescindible para lograr elevados rendimientos y excelente calidad. Ensayos realizados por el INTA General Cabrera demostraron que la respuesta a la nutrición mineral en este cultivo la mayoría de las veces está más asociada a la fertilidad residual del suelo, que a la aplicación directa, por lo cual es importante la buena nutrición del cultivo antecesor.
Por otra parte, Pedelini destacó que “los sistemas radiculares de las gramíneas producen la porosidad necesaria para facilitar la penetración de los “clavos”, la infiltración del agua de lluvia y la aireación necesaria de los primeros centímetros de suelo, que es donde se formarán las vainas”.
Desde el punto de vista sanitario, las rotaciones largas –de cuatro años o más– reducen los problemas de enfermedades en maní, ya que permiten una disminución sistemática de la fuente de inoculo y, en consecuencia, hacen posible su cultivo en lotes donde en algún momento se lo había dejado de sembrar. “De esta forma, también se disminuye la cantidad total de fungicidas –agroquímicos– aplicados”, agregó Boretto.
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